martes, noviembre 09, 2010

SI NO SE OYE LA VOZ DEL PUEBLO , TODO EMPEORARA MAS

Si no se oye la voz del pueblo, todo empeorará más


Por Félix Sautié Mederos

Crónicas cubanas

El comentario de que “la calle está que arde” es una constante reiterada con insistencia, en los encuentros entre amigos y familiares dentro del medio habanero donde me encuentro insertado. No obstante, comprendo a los que optan por quedarse callados porque consideran que ya queda poco que decir y se plantean un compás de espera, cual si fuera una tregua fecunda para no repetirse y acumular energías con vistas al futuro; pero mi postura es otra: continuar expresando y escribiendo con objetividad y honradez lo que percibo y siento, sin importarme que me repita o no cuando considere necesario hacerlo porque las situaciones se reiteran. Creo que es urgente deber para quien ejerza el periodismo hacerse eco del sentir de la población e incluso opinar al respecto.
Sé que hay cosas inevitables que no vamos a poder contenerlas debido a que las fuerzas que las impulsen ya están desatadas y en pleno movimiento. Conozco también que es posible aislarse terapéuticamente y poner oídos sordos a los clamores que el pueblo de a pie emite cual voz que clama en el desierto, por no contar con los recursos mínimos de acceso a las nuevas tecnologías de la comunicación social que les son vedadas constantemente y, en consecuencia, se le hace muy difícil concertar sus esfuerzos por ser escuchados alto y claro. Todas estas cosas son realidades, así como alternativas posibles y presentes en las vidas de los cubanos de hoy, que considero imprescindible testimoniarlas en mis crónicas y artículos mientras pueda hacerlo.
Lo aprecio como un deber ineludible de quien pretenda ser cronista de su tiempo. Ya tengo muchos años y he vivido con intensidad; eso me hace comprender muy bien, quizás por instinto biológico principalmente, que todo lo que comienza tiene su fin; pero además creo, por causa de mi fe en Dios, que después de la muerte hay otra vida en un Reino de paz y justicia verdaderas que no tendrá final. Quizás algunos se reirán de mis sentimientos y mis creencias, están en su derecho como yo estoy en el mío de expresarlo públicamente.
La muerte nos llegará a todos sin excepción y cada cual podrá asumirla a su manera. Es una realidad incontrovertible que los que tenemos fe en Dios podemos enfrentarla de una forma muy especial y distinta a los no creyentes, tengo fe en que más favorablemente. Por eso aunque me afectan como a todo humano, trato de superar los miedos naturales e inducidos para actuar en consecuencia con mi conciencia y con mis ideas sin temor a hacerlo, porque en definitiva la muerte llegará, inexorablemente, haga lo que haga y actúe como actúe. Comprendo también que concebirlo de esa forma constituye una fortaleza moral para la vida, especialmente cuando estoy terminando mi peregrinaje terrenal y no voy a desperdiciarla. Peregrinar por la vida con toda dignidad y honradez es opción de trascendencia que será decisiva en el tiempo del eterno futuro que nos espera a todos.
En estas circunstancias tan complejas y azarosas, cuando más inmerso me encuentro en ellas y percibo con mayor fuerza la voz del pueblo que según expresa el refrán es la voz de Dios, me reconforto recordando con intensidad el pasaje evangélico que relata la pregunta de Jesús de Nazaret a sus discípulos en medio de la tempestad y narra su posterior e inmediata acción de respuesta: “¿Por qué tenéis miedo hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza” (Mateo 8, 26). Está escrito y quizás sea premonitorio de lo que habrá de suceder y que ya ha sucedido en muchas coyunturas, aún peores que las nuestras, durante la historia de la humanidad. Entonces, puedo decir que no hay razón válida para dejarse vencer por el miedo que lo mediatiza todo. ¡No tengan miedo! es una actitud que nos planteaba Jesús durante su paso por la tierra y que Juan Pablo II en su visita a Cuba, en 1998, proclamó en voz alta y clara para que fuera oído por todos.
En consecuencia, ¡basta ya! de rencores de unos contra otros, así como de recibir y proferirnos descalificaciones y exclusiones indiscriminadas en sustitución del reencuentro fecundo de todos con todos a favor del diálogo, la reconciliación, el perdón y la concertación, que podrán fortalecernos para enfrentar las adversidades que afrontamos.
Es imprescindible, y más urgente que nunca, comprender que si no se oye y se tiene en cuenta a la voz del pueblo todo empeorará más. En la calle, en los parques, en los lugares de reunión, en los templos y centros sociales, está latente y no es necesario esforzarse mucho para oírla. De nuevo habría que repetir aquello que no me canso de reiterar: ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga atentamente!

fsautie@yahoo.com

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