Amalio Fiallo, la emigración y su historia patriótica
Por Lorenzo Gonzalo, 29 de Enero del 2011
Hace a penas unas horas escribimos unas líneas sobre el Dr. Amalio Fiallo, quien falleció en Caracas Venezuela el domingo 23 de este mes de Enero del 2011.
Cuando decidimos hablar de una persona fallecida, por honor a la verdad, es necesario extendernos más allá de la cuartilla periodística, destacando su relevancia para que los lectores puedan entenderlo y sacar provecho de sus enseñanzas. Sobre todo si no han sido protagonistas de eventos con resonancia nacional, sino de actuaciones particulares que, de alguna manera, terminan incidiendo en los destinos de la nación.
Lamentablemente la historia la hacemos entre todos, pero son seres determinados, únicos, de carne y hueso, quienes encarnan en sí las ocurrencias colectivas y proyectan la obra común.
Cuando se estudia la historia de Cuba, es requisito destacar los datos biográficos de cada uno por separado.
Aunque pueden existir muchas circunstancias que obliguen a destacar esos detalles personales, se nos escapan muchas veces mientras sus protagonistas viven y de repente cuando les llega el final de la existencia, nos aguijonea la obligación de mencionarlos. Existe un compromiso que cada generación tiene con las pasadas y las venideras y solamente con la exposición de los sucesos y señalando a esas figuras, reforzamos la cadena que ata y justifica la razón entre las distintas generaciones.
Amalio Fiallo jugó un papel importante en el diferendo emigración cubana – gobierno cubano.
Quizás la palabra diferendo resulte mayúscula, pero el proceso revolucionario cubano originó una emigración politizada a regañadientes de la mayoría. Un conglomerado, compuesto de negociantes, industriales, técnicos, profesionales y obreros calificados, se convirtió en víctima de fanáticos y acomodados, que prefirieron pactar con las Administraciones de Washington, antes que aceptar una inserción en la dinámica del nuevo panorama, nacional, surgido a partir de la insurrección revolucionaria que derrocó a la Dictadura de Batista. No supieron, no fueron capaces o no entendieron, la furia desatada dentro de las mayorías ciudadanas, quienes incorporaron el pensamiento radical de los discursos, sin asumir conductas agresivas extremas. O sea, que el espacio para el debate siempre existió y la vehemencia de las consignas nunca interfirió con la racionalidad de negociación de las figuras dirigentes del proceso. Lamentablemente la mayoría de aquellos que llamamos acomodados, ayudaron y participaron de la etapa insurreccional y muchos provenían de tradiciones nacionales. No eran ajenos a los defectos estructurales existentes. Estaban concientes, al menos en apariencia, del daño que ocasionaban las injerencias de Estados Unidos y quizás la mayoría comulgaba con ideas progresistas y entendían la necesidad de reformas políticas profundas. Sabían del latifundio, de las deficiencias educacionales, del abandono del campesinado que pululaba en las ciudades la mayor parte del año, cuando el corte de la caña de azúcar concluía. Pero prefirieron el pasaporte estadounidense, al debate y la búsqueda de reformas necesarias. No tuvieron las condiciones para enfrentarse y a la vez participar del nuevo proceso.
Ese grupo y todo quien emigraba después, fue considerado por igual. Eran “contrarevolucinarios”. No había distinciones. Atentar contra el Estado era contrarrevolución, aunque el propósito no hubiese sido descarrilar el proceso. Abandonar el país significaba contrarrevolución, aunque el fin fuese buscar nuevos horizontes de vida. Todas las conductas fueron politizadas al extremo y ese procedimiento ocasionó diferencias que luego fueron sustentadas por entelequias que profundizaron la nostalgia del no regreso. El emigrado cubano fue convertido en una persona que no viajaba a otro país en busca provisional de un nuevo horizonte, sino que era (y lo sigue siendo) forzado a abandonarlo, porque una vez que partía se le prohibía regresar.
Las regulaciones migratorias practicadas últimamente, aplicadas a casos determinados y cuidadosamente seleccionados, ocasionan una reacción. Los primeros no pueden regresar y los últimos están obligados a hacerlo so pena de que se les prohíba definitivamente. Quienes salen a trabajar fuera, tienen que reportar con periodicidad de relojería y su estatus y sus intenciones. Como resultado de semejante política, esos emigrados se sienten atados y controlados, como si fueran parte de un inventario nacional. Hay una diferencia palpable, institucional, entre la emigración y el estado. Todavía hoy continúan arrastrándose los procedimientos que hacen de cada emigrado un ser separado de su país. Dentro del mundo cultural perteneciente al cubano, no existe otra nación con semejante práctica, donde la inmensa mayoría de sus emigrados no solamente se sienten ajenos sino fugitivos de su territorio.
Esta circunstancia que como hemos mencionado en anteriores ocasiones, tuvieron sus razones y pudieran ser justificadas, ha concluido en un diferendo que, especialmente desde los años noventa ha atravesado por aparentes y reales etapas de solución.
La labor de Amalio Fiallo, a través de los Seminarios de Democracia Participativa, contribuyó y sentó bases para aliviar tensiones y crear condiciones para un regreso a la normalidad entre emigrados y gobierno. Porque la diferencia no es con el ciudadano cubano sino con los administradores del Estado. En todo país un emigrado lo es hasta que regresa. En Cuba no es así y en los casos que parece ser, es simple apariencia.
Pero además de este papel que le correspondió jugar a Fiallo, en un asunto que tiene esencial y especial importancia para cualquier nación, fue protagonista en otros hechos y acciones, que lo vinculan con la conciencia de las luchas revolucionarias cubanas.
Entre ellas debemos enumeras las siguientes:
Repudió los Estatutos de Batista, que pretendían justificar el golpe de Estado y la violación del proceso constitucional del país.
Estuvo vinculado a la Sociedad de Amigos de la República, la cual convocó al Diálogo Cívico para terminar con la inconstitucionalidad y hacer que Fulgencio Batista abandonara el poder evitando mayores derramamientos de sangre.
Fundó Liberación Radical que fue el primer partido político cubano de orientación cristiana y fue Jefe de Despacho de Juan Antonio Rubio Padilla, destacado líder del Directorio estudiantil de 1933 que combatió contra la dictadura del entonces dictador Gerardo Machado.
Durante la insurrección contra Batista, subió a las montañas de la Sierra Maestra para entrevistarse con Fidel Castro pero no pudo realizarse el encuentro.
Durante el proceso de los mencionados Seminarios coincidió con Fidel en varias ocasiones, una de ellas tomó lugar en un ambiente privado de una casa protocolar, junto con una decena de los principales asistentes a esos Seminarios que residen en el exterior. Aunque en verdad nunca le interesó una reunión personal privada con Fidel porque como expresamos con aterioridad, decía “no tengo nada que conversar, nada concreto que ofrecer”. Era persona que no gustaba de perder tiempo en corrillos políticos y conversaciones de salón.
Anteriormente conoció a Fidel antes que éste dirigiera el asalto al cuartel Moncada y tuvo contactos con él dos veces luego del triunfo insurreccional. El primer presidente provisional luego de la insurrección contra Batista, Manuel Urrutia, le ofreció un cargo de ministro en el primer gabinete revolucionario.
Ejerció la pedagogía, fungiendo como profesor en Cuba, Chile y Venezuela y fue uno de los prominentes oradores que tuvo nuestro país. Tocaba la tumbadora como un profesional y escribió libros.
La historia de Cuba se puede escribir sin mencionarnos a muchos de quienes escribimos y participamos como actores en diversas actividades, pero no puede escribirse sin sus protagonistas, aquellas personas de han desempeñado papeles importantes en momentos cumbres de nuestra historia.
El camino hacia la solución del diferendo entre emigrados y gobierno cubano, es uno de los créditos que corresponden al Dr. Amalio Fiallo.
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