Disidencia cubana o enemigos del Estado
Por Lorenzo Gonzalo, 11 de Febrero del 2011
Durante años, en Cuba se han llamado disidentes a las personas que se oponen al gobierno cubano. El calificativo es una réplica del nombre adoptado principalmente por intelectuales de la Rusia soviética que disentían de las aplicaciones prácticas de las teorías sociales desarrolladas por Marx y sus continuadores. Curiosamente, estos pensadores apoyaban el proceso vigente en pos de una transformación de la vida económica y política del país, al tiempo que se oponían a la represión intelectual existente y se inclinaban por una participación real de la ciudadanía en las decisiones que los afectaban. La esencia de su pensamiento, al menos en sus inicios y en la representación de sus principales exponentes, no era proclive a las formas representativas de los países desarrollados del llamado mundo Occidental ni a las apropiaciones individuales de las grandes riquezas. La acción de estas personas fue manipulada por las democracias representativas de la época y convertidas en armas de combate ideológico contra el Poder soviético. Más que opositores, los planteamientos de aquellos ciudadanos representaban una preocupación por la estabilidad de la URSS y reclamaban el derecho comunitario plasmado en los fundamentos socialistas vigentes. A pesar de la claridad de esas aspiraciones, el poderío de occidente logró transformarlas en un arma política, que de inmediato las fuerzas represivas más despiadadas de aquel Poder, utilizaron como pretexto para impedir un desarrollo armónico de dichos reclamos. La radicalidad provocada en ambas partes por estas reacciones, desvirtuó tanto los principios supuestamente defendidos por el Poder del Estado, como las exigencias de los llamados disidentes.
El caso de Cuba ha tenido resultados parecidos, aun cuando la represión no ha tenido una respuesta proporcional al peligro que esas labores significan, la cual dista mucho de parecerse a la que pudo haber representado para la URSS aquel movimiento de intelectuales.
Las personas llamadas disidentes en Cuba, son enemigos del Estado cubano y no constituyen, en modo alguno, opositores de sus políticas. En realidad son opuestos radicales de toda reforma que facilite su funcionamiento y estimule su desarrollo. Exigen que se les autorice a actuar al margen de las leyes vigentes y no han sido capaces de integrar los resquicios de participación social existentes, para influir desde allí con sus criterios, en la elaboración de cambios socialmente aceptados por la comunidad en pleno. Las labores asumidas y sus prácticas, nada tienen que ver con las ejercidas en la época soviética por gente que no discrepaban tanto del sistema, como de los procedimientos al uso.
En los Estados que practican la democracia representativa, existen mecanismos para cambiar las reglas del Poder. Dichos medios son manipulados, difíciles de penetrar y mucho más de transformar, pero en determinadas circunstancias es posible lograrlo, como de hecho está ocurriendo desde hace algunos años en Latinoamérica.
En Cuba existen procedimientos similares, los cuales permiten la participación masiva de la ciudadanía en la búsqueda de soluciones a problemas diversos que pueden abarcar, desde cambios constitucionales, hasta reformas que ajusten el funcionamiento del orden societal. En teoría al menos, su practicidad permite mayores posibilidades para influenciar en las políticas de Estado, que las posibilidades dadas en las democracias representativas.
Su uso es aún limitado y no enteramente efectivo por sus estrechas conexiones con la dirección ejecutiva, pero ha ido evolucionando a través del tiempo y especialmente tras la desaparición del la URSS, lo cual ha facilitado un desarrollo más endógeno del pensamiento sociológico. Uno de los aspectos que dificultan canalizar con amplitud estas discusiones y aportaciones, es la limitación aún presente en la prensa y los demás medios informáticos lo cual, por lo novedoso que resultaría, no es de fácil solución. Se trata de conformar una prensa participativa o sea, de desarrollar métodos que colectivicen en lo posible, la expresión de criterios, ideas y opiniones. A pesar de estas limitantes, se han logrado avances considerables. Si las participaciones ciudadanas no son escuchadas nacionalmente una vez terminadas y cada una de ellas susceptible de una valoración colectiva, sujetas a la crítica de analistas con real independencia en el decir, de manera que pueda reciclarse el debate con un mínimo de manipulación, el trabajo político social queda inconcluso. Estos procedimientos están alcanzando esos niveles y la prensa cubana se afana en buscar resquicios para poder cubrir con mayor amplitud su función social. En una prensa donde la “libertad de decir” no se paga, es difícil encontrar maneras que conjuguen la línea editorial de la prensa, con expresiones que al propio tiempo puedan contradecirla.
En los medios donde prima el mecanismo comercial, el acceso se resuelve con dinero, pagándole a los medios para acceder a ellos. A través de esa gestión se expresan entonces los criterios de gente, de grupos y de organizaciones. Existen sus excepciones en periódicos y medios de una alta conciencia social, pero siempre hay un enlace con la política editorial que limita una expresión más independiente. Enfrentamos por consiguiente un reto que carece de antecedentes pero que, al propio tiempo, es requerido por las transformaciones sociales, económicas y políticas en ciernes. Sin embargo, en Cuba se nota un avance gradual en esa dirección. Esto sin embargo, ha requerido y aún requiere de un proceso cuidadoso por la perpetua amenaza de Estados Unidos, país que cuenta con presupuestos oficiales, aprobados todos los años, “para llevar la democracia a Cuba”. O sea, no es un cuento o una elaboración fantasiosa, es algo que está reconocido por sus legislaciones, con leyes específicas que estipulan hasta la ruta crítica de cómo deben implementarse los cambios para supuestamente llegar a “esa democracia”.
Los llamados disidente cubanos al adoptar una posición contestataria que descalifica el orden vigente, desconociendo su legitimidad y obviando las evidencias aplastantes de los ataques terroristas originados desde Estados Unidos, al tiempo que minimizan esas leyes que han sido aprobadas para desalojar al Poder cubano, se convierten de facto, en enemigos del Estado y agentes de terceros países. Por su proximidad con Estados Unidos, no hay manera de asumir una actitud de rechazo de la legalidad cubana, sin que la poderosa influencia de Washington, con su control absoluto de los medios de información, no la capitalice a su favor, convirtiendo sus promotores en ingenuos alabarderos de dichos propósitos.
La existencia de estas leyes y el reiterado interés de Washington, por derrocar al gobierno cubano, sirven también de caldo de cultivo, para que las personas malintencionadas y amorales que se incuban y causan incalculables daños en todas las sociedades, se aprovechen de la situación.
Unas decenas de personas en Cuba viven de esas actividades, mientras varios miles de cubanos de origen, tienen una vida placentera en Estados Unidos, especialmente en Miami, gracias a los millonarios fondos que se destinan para esos menesteres.
El delito mayor de semejantes actitudes no es su falta de ética, sino las dificultades que añaden al difícil camino de allanar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
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viernes, febrero 11, 2011
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