ISABEL DIAZ TORRES
Escritor
Instituto Superior de Arte, viernes, 23 de febrero de 2007
Hola a todos.
Un pensamiento insiste una y otra vez en mi cerebro, desde que esta avalancha de correos y declaraciones ha invadido el ámbito intelectual cubano. Esa pregunta es: Todo esto ¿tendrá algún sentido práctico?
¿La Política Cultural qué es? ¿Una "política cultural" decide qué obras son estéticamente válidas y cuáles no? ¿Me ayudará a saber si el rock es mejor que la timba, si el performance es preferible al paisajismo, si los escritores de adentro son superiores a los de afuera, si el reggaeton es erótico o pornográfico? ¿Una "política cultural" es la que "ayuda" a los negros, a los gays, a los artistas de provincia…? ¿Es eso? ¿Es alguna cosa que se escribe en la Constitución de la República, o en Decretos, o que bajan como "orientaciones de los organismos superiores" en las reuniones del Partido o la UJC? ¿Una "política cultural" dice qué es revolucionario y qué es contrarrevolucionario?
A mi juicio la Política Cultural Cubana, tan ligada a las esferas de poder, y muchas veces más que ligada, subordinada al aparato del Estado, afortunadamente no ha sido inamovible, sino que se ha ido conformando junto al devenir de esta nación. Muchas veces ha quedado a merced de voluntades ajenas a la Cultura misma: coyunturas internacionales, "momentos de definición", ideas descabelladas que en cabeza de algún directivo se transformaron en leyes, etc. Momentos de mayor o menor permisividad existieron, a veces de tolerancia y, por qué no, también de real comprensión. ¿Pero es eso en realidad lo que necesitamos hoy: dar gracias por el arribo de un momento de mayor permisividad? ¿Cantarle un réquiem al Realismo Socialista y un Aleluya al postmodernismo? Pienso que sería una frívola actitud nuestra.
Desde pequeño me enseñaron que las verdaderas transformaciones, o al menos las más necesarias, son aquellas que van a las raíces de los males. Luego aprendí por mí mismo lo difícil que era tal hazaña pues implicaba, antes que nada, identificar esos males; labor que requiere una fuerte dosis de sabiduría, desapego y amor. ¿Pero quién quiere tareas fáciles? Verdaderas transformaciones necesitamos y para eso hay que "pensar la Revolución". No se trata exclusivamente del ámbito artístico o intelectual, sino de la sociedad toda, del país todo, de la Revolución.
La sociedad cubana es una sociedad del miedo, amén de otros calificativos más reconfortantes que pudiera tener. Es posible que similar denominación tengan otras sociedades en estos momentos, donde fuerzas superiores e invisibles determinan los destinos de sus habitantes, quizás sea un signo de estos tiempos, pero resulta que somos responsables de esta sociedad nuestra, de esta Revolución nuestra. No dispongo de las herramientas teóricas para demostrar que el miedo se ha instaurado en este país, pero denominaciones como "Pavonato", "Quinquenio Gris", "Secretismo", "Síndrome del Misterio" pudieran ilustrar a qué me refiero. Un proceso tan doloroso para el alma de esta nación no puede desterrarse fácilmente; las ronchas que se levantaron a raíz de mi mensaje "Conferencia para mayores de 40 años", me demostraron lo lejos que estamos aún de haber salido de las nefastas influencias del miedo. Los censores están, existen, ocupan cargos desde donde nos pueden hacer daño. ¿Cuándo se les reconocerá como contrarrevolucionarios? ¿Cuándo tendremos una televisión que refleje nuestra sociedad y sus contradicciones, en vez de invertir tiempo y recursos en vacuos espacios de autobombo? ¿Cuándo tendremos un periodismo arriesgado e inquisitivo? ¿Por qué nadie allá afuera sabe que estamos aquí diciendo estas cosas?
La política cultural que necesitamos es aquella que propicie el ejercicio de la crítica venga de donde venga; es aquella que desde una postura ecuménica y sin paternalismos abrace la actividad creadora; es aquella que no tenga a "La Institución" como matriz, aun cuando "La Institución" ampare al creador, sino que su matriz esté en la actividad cultural misma; es aquella que nos enseñe a dialogar.
Nuevos y viejos aires (pero distintos) son necesarios. No podemos darnos el lujo de que nombres como Gramsci, Trotsky, Varela (por mencionar algunos) sean conocidos solo en los ámbitos intelectuales y totalmente ajenos para el conocimiento y la práctica cubanas. Por otra parte, los jóvenes no podemos seguir esperando que nos diseñen los espacios para la libre expresión, para la crítica: está en nuestra propia condición el poder de generar esos espacios y multiplicarlos.
DONES (El justo tiempo humano, 1962, Heberto Padilla )(…) Y sin embargo, tenías cosas que decir:sueños, anhelos, viajes, resoluciones angustiosas;una voz que no torcieron tu demasiado amor ni ciertas cóleras.
viernes, marzo 16, 2007
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