Dedico este poema a mi madre, Aurora Díaz Moya, que me dormía con las canciones de María Griver. Muchas gracias madre, por haber sembrado el amor en mí, el invencible amor.
Yo sentí el amor
Yo sentí el amor
y cuando la vida immediata,
el afán de posesión
y la práctica egoista de los hombres;
lograron que el amor me abandonara:
Me volví poeta.
Yo sentí el amor y fuí feliz.
Qué más, entonces,
podría hacer un hombre como yo,
que seguir buscando por el fondo del mundo,
mucho más allá de la carne:
Aquella felicidad perdida del espíritu.
Cuál otra posición podría asumir
si no la de negar
todo lo que que no fuese amor
como mentira o ilusión.
Yo sentí el amor.
Yo me sentí envuelto
en una olorosa burbuja
creada desde el éxtasis profético de la materia.
Yo floté fuera del terror milenario
y me sentí parte del sentido inalcanzable
mientras mi madre me cantaba
y yo resbalaba por las estrellas.
Yo sentí el amor
y eso me salvó mucho tiempo después.
Aquella noche que tuve que lamer mis heridas
para que el amor, mi amor, mi dulce amor,
no dejara de vibrar
y se perdiera por las aguas frías de la razón.
Ya nadie se acordaba de su luz,
pero mi corazón sabía
que no había zozobrado en el mar embravecido.
Su presencia era sin dudas,
la que embellecía las orquideas pisoteadas.
Ahí, en cada imagen torturada de este mundo,
vivía el rastro embellecedor de su delirio
y en una rosa abandonada lo encontré.
Todo sucedió al amanecer.
Cuando volvían a regresar las lluvias
y lloré, lloré mucho,
oculto en el lado nocturno de la verdad,
porque lo supe vivo.
Y entonces, de repente,
entre las candilejas de la mañana,
mi amor, mi bello amor; dentro de mi:
Resucitó.
Yo sentí el amor.
Yo conocí la verdad.
Yo fuí feliz antes de ser poeta.
Yndamiro Restano
Miami Beach, abril del 2007
lunes, abril 23, 2007
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