sábado, enero 23, 2010

HAITI Y CUBA : HERMANAS GEMELAS

HAITÍ y CUBA: HERMANAS GEMELAS

Por: María Ileana Faguaga Iglesias

Historiadora y Antropóloga

Directora del Programa de Diálogo Inter-cultural e Inter-religioso del capítulo cubano de CEHILA – CUBA (Comisión para el Estudio de la Historia de Iglesia en Latinoamérica).-

“El hombre que quiera

darme la mano,

tiene que ser

de mi categoría,

¡Ay, Dios!

Mi corazón es blanco

y mi pellejo es negro.

¡Ay, Dios!”[1]





La Habana.- Abro yahoo en la mañana de este sábado, 23 de Enero de 2010, y leo titulares que me resultan escalofriantes: “El Gobierno haitiano acaba con las operaciones de rescate”, “La ONU espera ya sólo un ‘milagro’ para rescatar a más haitianos”. Lo comento, añadiendo que cuántas personas sobrevivientes, más o menos moribundas, estarán ahora, con esa decisión, condenadas a la muerte, a la condición de cifra en las frías estadísticas. “Siempre es así”, me responden… Sí, siempre es así, pienso, sin conformarme, aunque sabiendo de la inutilidad de este pensamiento. Sigo pensando en que se había informado horas antes que acababan de rescatar a un bebe y una anciana, a la que vimos en la televisión y le escuchamos cantando, mientras le sacaban de debajo de los escombros, donde permaneció por una semana; entonces, creí posible el “milagro” al que se refiere la funcionaria de Naciones Unidas.



Haití me ha tenido especialmente preocupada en estos días, y ojalá también me hubiera tenido ocupada; es una mezcla de dolor e impotencia. “Es que tú tienes un sentimiento especial hacia ese pueblo, mi hija”, dijo mi madre, a quien telefonee tras las primeras noticias. Ella, tan preocupada, cuando años atrás me aprestaba a visitar (en Mira Flores Viejo, provincia Ciego de Ávila) a una de las pequeñas comunidades centro-orientales de haitianos y haitiano-cubanos que aún subsisten por aquí, siempre tan apartadas, siempre tan invisibilizadas, viviendo todavía a expensas del rechazo que en el imaginario del cubano fuera sembrado hacia el haitiano que, se decía, venía a arrebatarles el trabajo y, colmo de males, eran “brujos”, “enloquecían” a sus adversarios, forzaban a las mujeres a la realización de sus antojos amatorios… Algo que, afortunadamente, algunos han conseguido comenzar a rectificar con la reciente presencia de cubanos en esa parte de la antigua Española.



Incluso siguen existiendo hoy quienes, muy seriamente y sin distinciones en su color de la piel, edad y nivel de instrucción o filiación religiosa, me preguntan si es cierto que los haitianos convierten en zombis a las personas, si es cierto que las matan representando su imagen en figuras confeccionadas en tela a las que van introduciendo pequeñas agujas que provoquen dolor y angustia en la persona escogida para darle muerte. Excepcionalmente me hablan ---unos pocos colegas y amigos, igualmente interesados en la temática---, sin embargo, del importante desarrollo artístico e intelectual de los haitianos, ni de su amor por la vida, ni de su fuerte sentido de pertenencia, ese que permite a sus hijos y nietos, nacidos en otras tierras, seguir sintiéndose y auto reconociéndose como haitianos. ¡Cuánto puede la distorsionada publicidad! ¡Qué daño ha hecho el cine y sus caricaturescas versiones del haitiano!



Me duele Haití desde que le descubrí. Me duele que no le duela a la mayoría de los cubanos tanto como debiera, no sólo como porción de una isla hermana, no sólo porque ambas tenemos a África en nosotros y, tanto, que continuamos reproduciéndola. Me duele porque, desde siempre, y pese a que los documentos únicamente reflejan las dos grandes oleadas migratorias del vecino país hacia acá ---durante los albores, el desenvolvimiento y el fin de su guerra de independencia (es decir, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX), y en las tres primeras décadas del siglo XX, cuando se les incitaba a venir como peones a la zafra azucarera y terminaban siendo prácticamente esclavos---, el testimonio de la oralidad arroja que el intercambio entre ambos pueblos ha sido tan fluido como, al menos acá, pocos se aprestan a reconocer. ¡Cuantos pudiéramos tener, ignorándolo, ancestros haitianos!



Alfred Metraux ---destacadísimo intelectual haitiano, ya fallecido---, en uno de sus libros fundamentales[2] afirma haber encontrado a un houngan (sacerdote del vaudou) que, en trance, hablaba en español, lengua que en su estado habitual de conciencia no conocía, y cuyo lwa (divinidad) protector tomaba ron; el señor había trabajado en Cuba, en los cortes de caña. En uno de sus indispensables videos antropológicos, la cineasta afrocubana Gloria Rolando nos presenta a haitianos que, residiendo en la mayor de las antillas, se trasladaban a su país frecuentemente, en frágiles y pequeñas embarcaciones conducidas por ellos mismos, para llevar alimentos a sus familiares. Tenemos vaudou aquí, y no sólo en Santiago de Cuba y Guantánamo, sitios donde mayoritariamente se asentaron los franco haitianos y haitianos; está diseminado por gran parte del territorio nacional, incluso en La Habana, donde ya puede hablarse de la existencia de una variante cubana de esa religión, a la que se continúa temiendo y que, quizás, practicamos sin ser conscientes.



“¡Qué desgracia tiene ese pueblo! ¿Y el vaudou qué? No les ha servido de nada. Todas las desgracias les caen a ellos”, me espeta a la cara una intelectual cubana, blanca, militante del Partido Comunista, conocedora de mi vinculación con los estudios afro-religiosos y de mi militancia afro. No es importante si pretende o no molestar; lo que importa es que su apreciación es indicadora de un sentir de no pocas personas. Muchos andando por las calles comentan: “La televisión y la prensa sólo hablan de Haití y no de otras cosas. Ya estamos saturados de tantas informaciones sobre Haití”.



Es cierto lo de la abundante, aunque selectiva y políticamente interpretativa, información sobre Haití. Se aprovecha la ocasión para criticar al gobierno de Estados Unidos, pero algunos ven un signo alentador en las relaciones entre Washington y La Habana, en que pese a las diferencias, el gobierno encabezado por el general-presidente Raúl Castro autorizara a las naves aéreas estadounidenses a utilizar el espacio aéreo cubano para transportar más rápidamente la ayuda a Haití.



Todos los medios nacionales muestran en estos días la ayuda cubana a Haití, antes y después del terremoto. Se ven imágenes solidarias, personal de salud atendiendo a heridos. Se entrevistó al único cubano herido de gravedad en el suceso, desde su ingreso en un hospital de Santiago de Cuba. Son entrevistados médicos y estudiantes de medicina de aquel país que estudian en Cuba, y que retornan a allá para auxiliar a las víctimas. Se destaca que únicamente el personal cubano permanece en sus puestos durante la noche y madrugada, los demás, son trasladados como “medida de seguridad”. Se lamentaba que las agencias internacionales, especificándose las estadounidenses, no reflejaban la labor del personal cubano; luego, se dijo que “tuvieron” que reconocer la labor de esos isleños. Se insiste en que Cuba “comparte como hermana” y no lleva armas sino medicamentos y hospitales. Se dedican espacios del programa informativo diario de la TV, “Mesa Redonda”, a la situación de Haití. Se ha destacado que en los centros de salud establecidos por Cuba trabaja personal de otros países, inclusive 17 monjas españolas, pertenecientes a dos congregaciones.[3] En las iglesias cubanas se pide colaborar con los haitianos; el domingo 17 la iglesia católico-romana en la Isla hizo una colecta nacional para enviar a Haití.



Por medios no nacionales y que no suelen circular en la Isla, sabemos que los cubano-estadounidenses, en Miami, donde existe una llamada “Pequeña Haití”, realizan colectas para auxiliar a esa hermana nación. Quisiera ver a los cubanos de la Isla, espontáneamente, aportando en este momento de dolor y solidaridad del que deberíamos ser parte, y no únicamente desde posiciones verticalistas. Desearía verles preocupados y activos, no a la espera de lo que harán o no las autoridades, como se nos ha mal acostumbrado. Pudiéramos acercarnos a la Asociación Caribeña, a la Sociedad de Haitianos y sus Descendientes residentes en Cuba, al Banzil Kreyol Kiba, dedicado al rescate y transmisión de la lengua kreyol.



Sería bueno mirar a Haití, real y frontalmente, que dejáramos de verles como aquellos que nada hacen por sí, que entendiéramos que la tragedia del hermano pueblo no es exclusivamente el terremoto, que dejáramos de sumarnos inconsciente y pasivamente al bloqueo que el mundo hiciera a Haití tras su revolución de independencia y que desde entonces les obliga a pagar, racistamente, por atreverse su población negra a inmiscuirse en política y reclamar su merecido protagonismo.



Sería positivo y oportuno que, por fin, recordemos y nunca más dejemos de tener presente el apoyo que allí recibieran nuestros patriotas independentistas, quienes fueran acogidos como familiares. No es suficiente con tener cátedras universitarias que estudien ---más o menos profundamente, más o menos formalmente--- la historia de ese país; no basta con que algunos de nuestros artistas ---fundamentalmente de la plástica--- lo sientan entrañable y lo visiten con frecuencia. En Haití, según confesión de uno de los internacionalmente más reconocidos escritores cubanos, Alejo Carpentier, descubrió “lo real maravilloso”. Haití está en Cuba y Cuba está en Haití, eso, debería llegar más lejos y más profundo que una historia de “ayuda solidaria”. A Haití la vemos desde el Oriente de nuestra Isla. Haití es hermana casi gemela, y, ya se sabe, los gemelos no se distancian sin sufrimiento para al menos una de las partes. Las fronteras que alguna vez nos impusieran los imperios coloniales, no deberíamos estar reeditándolas.



Ojalá que el terremoto funcione más que como alerta. Que funcione, según el sentido de las consagraciones afro-religiosas, como muerte a lo viejo y nacimiento a lo nuevo y mejor. Ojalá sea un imperativo que desbloquee mentalidades, que remueva los cimientos de las atrofiadas subjetividades. El crecimiento, muchas veces, es doloroso, y obliga a pasar por etapas de verdadera crueldad. Ojalá la destrucción física de las bellas edificaciones de Port-au-Prince y las más de 100 mil vidas perdidas, también representen el inicio de la definitiva deconstrucción de la supervivencia de esas fronteras coloniales que, simbólicamente, esa arquitectura también representaba, y que el reinicio de la vida haitiana sea, paralelamente, el inicio de una nueva vida para Afroindohispanoamérica, en la cual el gobierno multinacional de Evo Morales reconociendo el espacio de cada uno de los pueblos que conforman al andino país, incluido al minoritario afroboliviano, y la llegada de un afroestadounidense (Barack H. Obama) como presidente a la Casa Blanca, inducen a pensar en la posibilidad de la cercanía del andar por los caminos de la verdadera descolonización para todo el continente.



“Deje mom, deje lot mom”, “detrás de una montaña hay siempre otra montaña”, me dijo con firmeza un houngan haitiano-cubano recientemente fallecido. Que la montaña del terremoto, con sus secuelas de destrucción y sufrimiento, de pérdidas y dolor, ayude a trabajar dura y conscientemente para derribar la montaña del coloniaje del que somos presas en este lado del mundo. Invoquemos, aquellos que seguimos creyendo en el Vaudou, especialmente, en su espíritu y en su capacidad de resistencia, al lwa Legba ---la divinidad africana, haitiana, afroamericana, que abre y cierra los caminos, sincretizada con San Pedro---, pidámosle que nos proteja, y que nos ayude propiciando que nos afanemos trabajando eficazmente en la realización de esa utopía.

La Habana, sábado 23 de enero de 2010.-

2: 56 p.m.-

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