CUANDO LOS AMIGOS SE VAN
Por Prof. Enrique Lopez Oliva,
Secretario del Capitulo Cubano de la Comisión para el Estudio de la Historia de la Iglesia en Latinoamérica (CEHILA-Cuba).-
Hace años escuche una canción del argentino, exiliado en España, durante los regímenes militares en su país, Alberto Cortes, titulada “Cuando un amigo se va”... En estos días recibí la noticia de que se retiraron definitivamente de este complejo y desilusionante mundo en que vivimos: el pasado viernes dos de julio, Maria Cristina Herrera, laica católica residente en Miami, desde principios de los sesenta, y un viernes también, el 25 de junio, el teólogo y sacerdote jesuita español José María Díez Alegría. .
A Maria Cristina la conocí a raíz del Primer Dialogo con la Emigración cubana, realizado en La Habana, en 1978, durante un seminario en un salón del Hotel Habana Libre, en el que participamos con una ponencia sobre la Iglesia Católica y la Revolución, que por cierto, me dijo en aquella ocasión Maria Cristina no estaba de acuerdo con algunos de mis planteamientos. Al poco tiempo en 1984 una bomba exploto en el garaje de su casa, y aunque la afectaría físicamente, obligándola a usar una silla de ruedas o apoyarse en unas muletas, no la intimido, como era el propósito de la acción terrorista, a limitar su interés en mantener un fluido dialogo con sus compatriotas de la isla, quienes siempre encontramos en su casa un lugar donde éramos recibidos con afecto, compartiendo su mesa, aunque pudiéramos discrepar en algunos puntos de vista. Siempre llovían sus preguntas sobre lo que estaba sucediendo en ese momento en la isla.
José María Díez-Alegría escribió un texto: “Yo creo en la esperanza” que constituyó para muchos católicos en el mundo, principalmente en la América Latina y también en Cuba, un estimulo para vivir un cristianismo insertado en la dinámica social y política, coincidiendo su publicación ese año con ese otro texto, digámosle también revolucionario, en el sentido de ruptura con un cristianismo aliado histórico en muchos países de las fuerzas políticas conservadoras, del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez “Teología de la Liberación. Perspectivas”, ambos ubicados dentro de lo que seria una Teología de la Liberación.
Maria Cristina, nacida el 7 de agosto de 1934 en Santiago de Cuba, fue presidenta de la Acción Católica en la Universidad de Oriente en 1954, donde estudio Filosofía y Letras y cursaría también estudios en la Universidad de Columbia, en Nueva York, entre 1956 y 1959, y recibió un doctorado, también en Filosofía, en la Universidad católica de Washington. A principios de la Revolución, cuando esta se proclamo socialista, se incorporo al opositor Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), donde muchos cuadros católicos, inconformes con el rumbo socialista de la Revolución se reunirían para enfrentar esta proyección e iría al exilio en 1961, a Estados Unidos, donde se vincularía a muchos otros católicos cubanos que abandonaron también la isla inconformes con el rumbo socialista asumido por el proceso cubano.
Mientras en Estados Unidos surgiría una “otra Cuba”, esperanzada en un pronto retorno, apoyada por Estados Unidos, retorno que se fue dilatando con el tiempo; en la antigua España franquista grupos de católicos, entre ellos varios sacerdotes vinculados a los movimientos sociales anti-franquistas, asumirían un compromiso activo con las fuerzas democráticas que llevarían a un cambio democrático en España y muchos miraban hacia lo que estaba sucediendo en la Isla, viendo en ella señales de esperanzas, algunos incluso viajarían a Cuba para conocer directamente lo que sucedía por acá..
Díez Alegría perteneció a este clero que asumió posiciones radicales, sin abandonar nunca su condición sacerdotal, aunque Roma lo obligara a abandonar oficialmente la Orden de San Ignacio de Loyola, convirtiéndolo, en lo que el calificaría de “un jesuita sin papeles”. Su libro “Yo creo en la esperanza” escrito cuando era todavía profesor de la Universidad Pontificia Gregoriana, donde fuera profesor de Mons. Carlos Manuel de Céspedes, actual Vicario General de la Arquidiócesis de La Habana. Obra que se convertiría pronto en un gran éxito editorial a nivel mundial, vendiéndose más de 200 mil ejemplares en varios idiomas. Hecho que haría que diarios como el romano “Il Messagero” y el influyente “The New York Times”, lo calificaran de “el best seller de un jesuita español que aclama a Marx y ataca a Roma”, en una interpretación sensacionalista.
Mientras Díez Alegría regresa a Madrid y se va a vivir modestamente en la barriada popular del Pozo del Tío Raimundo, junto a otro jesuita el padre Llanos, un ex capitán de la Falange y ex amigo de Franco, y que también asumiera en la práctica una Teología de la Liberación. El 28 de mayo de 1977 la prensa madrileña reproduciría una fotografía del Padre Llanos saludando con el puño en alto. El pie de la foto decía: “El mitin comunista contó ayer con dos protagonistas de excepción, tan dentro de la lógica de la Historia de la Iglesia española como fuera de programa: los padres jesuitas Díez Alegría y Llanos –en la fotografía” (El País, primera plana); católicos cubanos exiliados en los Estados Unidos, por su parte, reproducirían muchas de sus formas de vivir el catolicismo en Cuba antes del triunfo revolucionario (trasladando asociaciones laicales, colegios, formas pastorales, cultos populares tradicionales –llegando a construir en Miami una ermita a la Patrona Nacional de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre-, en medio de un catolicismo estadounidense, de origen irlandés, cuya jerarquía los vería con ciertas reservas, y a cuyas disciplinas tendrían a la larga que someterse, al no contar con el apoyo de la Santa Sede, para llegar a construir, como era su propósito inicial, una Iglesia Católica cubana fuera de la isla), todo ello, en medio de un ambiente cultural que amenazaría gradualmente con hacerles perder gradualmente su identidad cubana, incluyendo el idioma, aunque realizaran sistemáticos esfuerzos por tratar de preservarla.
Se creo en Estados Unidos en 1971 el Instituto de Estudios Cubanos del que fuera una de sus principales animadoras Maria Cristina y que reuniera a un grupo de prestigiosos académicos cubanos exiliados, muchos de procedencia católica, como el economista Carmelo Mesa Lago, quien participo recientemente en La Habana en la Décima Semana Social Católica, y que durante su estancia en la Universidad de Pittsburg, siempre abrió su grupo de estudios sobre Cuba a los académicos residentes en la isla, favoreciendo un gradual dialogo enriquecedor para las dos partes.
A los noventa años Díez Alegría publicaría la segunda parte de su famoso texto, llamado esta vez: “Yo todavía creo en la esperanza”. En 1967 “Actitudes cristianas ante los problemas sociales”, “Cristianismo y revolución” (1968), “Teología en broma y en serio” (1977), “¿Se puede ser cristiano en esta Iglesia” (1987), “Cristianismo y propiedad privada” (1988) y “Tomarse en serio a Dios, reírse de uno mismo” (2005). Lamentablemente la mayoría de estos textos no circularon en Cuba y si lo hicieron muy pocos tuvieron acceso a los mismos, por lo que trascendieron poco en el ámbito católico cubano.
Maria Cristina en Estados Unidos, enseñaría Doctrina Social de la Iglesia en el Instituto para la Acción Social de la Arquidiócesis de Miami, y entre 1970 y 2003 fue profesora de Ciencias Sociales en el Miami Dade Collage, a donde concurrirían muchos hijos de cubanos emigrados.
Quede esta modesta nota como un recordatorio merecido para estas dos personalidades católicas, que a riesgo de traumáticas rupturas, que les provocaron reacciones hostiles, se propusieron vivir lo que entendían les motivada su forma de entender el cristianismo. Cuando un amigo querido se va, o alguien que nos hubiera gustado conocer personalmente, se va, es como si se fuera una parte de nosotros mismos, como dice la canción del argentino Alberto Cortes, quien por ciento ya no se oye en la radio cubana hace tiempo.
La Habana, 4 de julio del 2010.-
monitorhavana@enet.cu
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lunes, julio 05, 2010
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