Regreso a La Habana: ¿se abre el diálogo?
Los intolerantes de dentro y de fuera no sirven a Cuba. El país necesita reconciliación nacional, libertad y reformas estructurales. Son decisiones que corresponde tomar a los cubanos sin interferencias externas
CARMELO MESA-LAGO 23/06/2010
Después de 20 años sin poder ir a Cuba, visité La Habana (14-20 de junio) para participar en la X Semana Social Católica, invitado por el cardenal Jaime Ortega. Me otorgaron la visa de entrada, pero a la semana un funcionario del Consulado cubano en Washington me informó de que la habían revocado. "¿Puede darme las razones?", pregunté. Me contestó: "Vino de arriba". Tras una nueva gestión del cardenal y otros apoyos, me telefoneó el cónsul de Cuba para darme la noticia de que se había revocado la revocación.
Entre 1978 y 1990 viajé cuatro veces a Cuba, para participar en diálogos, seminarios y encuentros con economistas cubanos. Primero fue el "diálogo" entre el Gobierno cubano y la comunidad en el exterior, en gran medida un monólogo pero que resultó en la liberación de 3.600 presos políticos y el inicio de los viajes de exiliados cubanos a la isla, así como de sus familiares a Estados Unidos. En 2003 me invitaron para la primera conferencia internacional de seguridad social en La Habana; envié una ponencia, me incluyeron en el programa, tenía una entrevista concertada con técnicos cubanos para discutir un estudio mío sobre la reforma de las pensiones... y no me dieron la visa.
Este último viaje fue el más grato y con mayor anuencia. Unos 150 representantes de acción social en diócesis de toda la isla, académicos y funcionarios nacionales me trataron con afecto y respeto; charlé dos horas y media con el cardenal y también individualmente con cuatro obispos. Me reuní en el Centro de Estudios de la Economía Cubana (Universidad de La Habana) con nueve economistas; con los cuales había sostenido un intercambio académico por muchos años así como debates en España, EE UU, Canadá e Italia pero no en Cuba. Contrario a los cuatro viajes anteriores en que predominó la confrontación, en este prevaleció el consenso y el diálogo respetuoso a las ideas diversas.
El canciller del Vaticano Dominique Mamberti planteó que la ley no puede "sofocar la libertad religiosa y limitar o negar otros derechos fundamentales"; la Iglesia tiene "el deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad". El cardenal dio la bienvenida al "diálogo que acerca, que crea puentes". El jesuita Jorge Cela, destacó pasajes clave para Cuba de la Encíclica Caritas in Veritas: el amor frente a la confrontación para la reconciliación nacional; el derecho a la libre asociación; la importancia de la sociedad civil para el desarrollo de la democracia económica; el pluralismo de empresas para no dejar todo en manos del Estado; el diálogo y la participación de todos en los cambios necesarios.
Aurelio Alonso, subdirector de la revista Casa de las Américas, advirtió que el diálogo implica tolerancia y entendimiento, en vez de proselitismo e imposición. Fue partidario de eliminar los actos de repudio en las dos orillas, rechazó mirar a la comunidad de Miami con inmovilismo, reconoció que Cuba no ha contribuido en medida suficiente a generar un clima de diálogo y concluyó: "Nuestra capacidad para dar respuesta al diálogo dentro de la nación depende de que estemos en condiciones también de afrontar el diálogo con la emigración". Jorge Domínguez, vicerrector de Harvard, notó que la palabra "traición" se utiliza en Cuba y en el exilio contra aquel que discrepa, un recurso del que carece de argumentos y evidencia su temor a que si hay un debate, se demuestre su ignorancia. Con excepción de 1978, las reuniones con la emigración se han limitado a representantes de la última que coinciden de antemano con el Gobierno en una agenda fijada por este. Citó encuestas que muestran que el porcentaje de los exiliados en el sur de Florida que aprueban el diálogo ha crecido de 40% en 1991 a 65% en 2007, aumentando a 79% entre los que emigraron después de 1995.
En la sesión sobre reconciliación entre cubanos, Rafael Hernández, director de Temas, jugando el papel de abogado del diablo, presentó 17 preguntas. Aceptó la reconciliación de las personas y las familias. Consideró imposible la reconciliación entre ideologías diversas, pero afirmó que la reconciliación política es "premisa imprescindible para conseguir la estabilidad y el equilibrio social en Cuba". Arturo López-Levi, profesor adjunto de la Universidad de Denver, se centró en la idea de "Casa Cuba" propuesta por Carlos Manuel de Céspedes, y mantuvo dos principios fundamentales: la soberanía nacional y el acatamiento de todos los derechos humanos, incluyendo un Estado democrático y de bienestar, con gobierno de mayorías y respeto a las minorías. La reconciliación es un proceso basado "en la premisa de que un paso de distensión puede llevar a otro, creando impulsos y cambiando el ambiente social y político".
En el panel sobre economía y sociedad, los académicos cubanos Omar Everleny Pérez Villanueva y Pavel Vidal presentaron análisis francos y detallados de la magnitud de las crisis macroeconómica interna y externa, así como de la banca, con los cuales concordé. Yo analicé el envejecimiento de la población cubana (el más avanzado en la región después de Uruguay) y cómo agrava la insostenibilidad financiera de las pensiones a largo plazo, a pesar de que el poder adquisitivo de las mismas se ha reducido a la mitad desde 1989. Hubo consenso sobre la necesidad de implementar las reformas estructurales económico-sociales, acelerarlas y profundizarlas, para dinamizar un proceso que en los últimos tres años ha sido positivo pero lento y a cuentagotas, sin atacar los problemas fundamentales planteados por Raúl Castro desde 2007: la incapacidad de la agricultura para producir el 80% de los alimentos que se consumen, la dualidad monetaria, la insuficiencia de los salarios para cubrir las necesidades básicas, la necesidad de aumentar la producción y la productividad, así como revertir la caída en las exportaciones y en la producción azucarera.
Mi última visita en 1990 había precedido la terrible crisis que siguió al colapso del campo socialista. Después de 20 años no reconocí a mi amada ciudad. Paradójicamente, no sabía dónde me encontraba: ni en la parte de La Habana Vieja maravillosa y fielmente restaurada por Eusebio Leal, ni en la esquina de Galiano y San Rafael o las calles Reina y Monte, antes los centros comerciales más importantes y ahora en ruinas. Visité a los disidentes pacíficos Óscar Espinosa Chepe, economista independiente y uno de los 75 presos de la Primavera de 2003, y su esposa Miriam Leiva, escritora y una de las principales organizadoras originales de las Damas de Blanco. Viven en un apartamento minúsculo y pobre, ciertamente no el lugar de personas acusadas de recibir dinero del extranjero.
Antes de mi visita habían ocurrido eventos cruciales: la muerte de Orlando Zapata, el acoso a las Damas de Blanco, la huelga de hambre de Guillermo Fariñas, y el encuentro del cardenal con el presidente. De esta reunión surgió la autorización del Gobierno a que desfilen las Damas de Blanco sin actos de repudio, la liberación de un preso político que está parapléjico, y el traslado de otros 12 presos enfermos a cárceles menos severas y más cercanas a sus familiares. Estas acciones deberían ser apoyadas, dentro y fuera de Cuba, con la esperanza de que conduzcan a la liberación de todos los presos de conciencia. Pero un sector minoritario extremista del exilio en Miami se opone a ello y acusa de colaboracionistas a los cubano-norteamericanos que participamos en la Semana Social Católica. También dentro de Cuba hay un sector (tildado por una alta autoridad cubana de dinosaurios y jacobinos) que obstaculiza la apertura y las reformas económicas. Ambos grupos intolerantes antagónicos se unen en la defensa de sus intereses respectivos y en la confrontación, retroalimentándose entre sí.
¿Cuál es la alternativa que después de 51 años ofrecen estos dos sectores extremos? Es inhumano que exiliados que tienen una vida acomodada, sin sufrir las enormes carencias que afronta el pueblo cubano, fomenten el hambre para provocar un estallido o la guerra civil. Es igualmente reprobable que funcionarios y burócratas cubanos, a los que tampoco les faltan bienes y servicios negados a su pueblo, se opongan a las reformas urgentes y necesarias para sacar la nación de la crisis.
Hay que romper el círculo vicioso con un diálogo que lleve a la reconciliación nacional, la libertad de los presos de conciencia y las reformas estructurales esenciales, decisiones que corresponden a los cubanos sin interferencia externa. Esta alternativa humana no solo ayudaría a Cuba, sino también a la eliminación del embargo de Estados Unidos y a un cambio de actitud de la Unión Europea. Para ello, estoy dispuesto a regresar a mi patria de origen, contra la oposición de los grupos intolerantes dentro y fuera de Cuba.
jueves, junio 24, 2010
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