El derecho al pensamiento, las esperanzas y la paz
Crónicas cubanas
Félix Sautié Mederos
Defender el derecho al pensamiento propio, apartándose de las fórmulas estereotipadas que propugnan un único pensamiento como fundamento de la necesaria identidad y cohesión nacional, es tanto como afianzarse en la condición humana que nos resulta inherente y dar sentido a la existencia que nos ha tocado vivir dentro de los marcados espacios temporales en que estamos insertados.
Lo que les escribo no es una simple divagación filosófica de abstracciones que se apartan de las realidades que nos afectan a diario, sino que constituye uno de los asuntos más importantes en las actuales circunstancias de un mundo complicado y convulso en general al borde de la guerra y de la hecatombe ecológica, así como en medio de los acuciantes problemas que estamos atravesando en la Cuba de hoy.
El pensamiento propio, muy en especial dentro de las circunstancias espacio temporales desde las cuales les escribo, constituye por demás, un derecho inalienable de la persona que defiende su identidad propia y se enfrenta a los dogmatismos que pujan por controlarlo todo. Pensar es también muy importante porque nos da la certeza de que estamos vivos y de que formamos parte de la especie humana caracterizada, precisamente, por su capacidad de hacerlo, lo que nos distingue de los demás seres vivos que habitan nuestro planeta.
En consecuencia, considero que actúan contra natura quienes tratan de coartar el pensamiento de los demás esgrimiendo disímiles argumentos, los que además en ocasiones jalonan con descalificaciones e insultos, incluyendo acusaciones de traición contra los que simplemente expresan en público lo que piensan y no coinciden con ellos. La conciencia y el pensamiento pertenecen con exclusividad a la persona por encima de cualquier circunstancia y es su derecho ejercerlo conforme a su voluntad y su propia autodeterminación, lo que se encuentra estrechamente vinculado con la realización personal y la capacidad de desarrollar esperanzas en el presente y en el futuro que tenemos por delante.
Cuando la desesperanza se generaliza y se desarrolla el escapismo de los que se marchan o de los que se mantienen presentes ausentes, poder pensar es ineludible para evaluar con objetividad y acierto las circunstancias en que vivimos, a los efectos de darle sentido y orientación a la voluntad de seguir adelante y para, en definitiva, enfrentarse a todas las dificultades existenciales que se nos interponen. Es, en estas circunstancias, en que verdaderamente podemos luchar a favor de la paz, la equidad y la justicia.
Comprendo que la forma en que lo estoy planteando, desde el punto de vista del lenguaje, constituye una expresión extensa y muy compleja, pero no podría expresarlo de manera más simple y sintética porque todo lo que nos rodea es muy complejo, complicado y acuciante.
Cada vez se hacen más anacrónicos y apartados de las necesidades perentorias del momento, los esfuerzos de algunos por uniformar de manera forzada al pensamiento de los demás y por mantener unanimidades que no se sustentan con la realidad existencial. Esos esfuerzos constituyen acciones retardatarias que coadyuvan a favor del estancamiento y de las desesperanzas que nos angustian profundamente y nos desarticulan para luchar por el amor, la justicia, la paz y la equidad.
Si queremos salir adelante es necesario, en primera instancia, liberar el pensamiento y la voluntad de actuar conforme a los propios criterios. Lo contrario podría ser lo verdaderamente dañino que tendríamos que evitar a todo trance. El camino del ejercicio del pensamiento sin cortapisas, en pleno disfrute del libre albedrío que nos es inherente, es el camino que podría abrirse a la esperanza de forjar un mundo mejor sin guerras y un mejor país en paz y equidad.
lunes, agosto 09, 2010
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