jueves, septiembre 30, 2010

EL CONCEPTO DE LA PAZ


El concepto de la paz


Por Félix Sautié Mederos

Ya es una tradición personal que todos los años escriba sobre la paz con motivo de la conmemoración del Día Mundial de la Paz proclamado por la ONU, que acabamos de celebrar hace poco. La paz es una necesidad esencial para la vida sobre nuestro planeta, que cada vez se hace más urgente e imprescindible, pero la paz no debe ser un concepto circunstancial que se use por consideraciones políticas del momento, convertidas en una consigna a la manera de santo y seña para demostrar una filiación pacífica por compromiso y/o en función de determinados intereses particulares, por muy justos que sean.
La paz es un bien necesario de la vida, una condición básica para que pueda manifestarse en todas sus posibilidades existenciales y, por tanto, un concepto de carácter trascendental que concierne a las esencias mismas del ejercicio social que nos caracteriza a las personas, dada la condición humana que nos es inherente. La paz, se ha repetido muchas veces que no es la ausencia de guerra, es más que eso, es signo de justicia social y equidad distributiva. La paz no se puede imponer con un criterio autoritario ni por la fuerza y la violencia, porque todo lo que se imponga por medio de la fuerza deja de ser pacífico. Cuando esos recursos se ponen en práctica, cualquier paz que se logre por tales vías al estilo de la “paz romana” será efímera y durará tanto como duren sin ser anuladas por las reacciones que se les interpongan en justa respuesta, la fuerza y la violencia de que se trate, porque está demostrado que no hay fuerza ni violencia que no reciba una natural reacción de respuesta que se les oponga y, en estos casos, todo sería una cuestión de tiempo y de resistencia. Esas nunca podrían ser las circunstancias, coyunturas o marcos de referencias que propicien, acojan ni conserven una paz estable y verdadera.
Ser un convencido de la necesidad de la paz, pasa en mi criterio por ser previamente también un convencido de la necesidad y a veces urgencia del ejercicio del permanente perdón de unos a otros, del reencuentro y la reconciliación entre todos, del amor sin límites por los demás, de estar dispuestos a dejar de ser uno mismo para convertirse en uno del montón por decirlo de alguna manera, fundido dentro del pueblo de a pie con los más desposeídos, con los excluidos y, en resumen, con los pobres de la tierra con quien José Martí quiso echar su suerte.
Precisamente, nuestro Apóstol de la Independencia escribió en la Revista Universal de México el 14 de julio de 1875, que: “La paz viene como necesaria consecuencia del trabajo: pero el trabajo no se alimenta cuando no puede tener esperanza de realizar y mejorar sus productos (…), la única manera de concebir el bien general es halagar y proteger el trabajo y el interés de cada uno (….)”. Pero antes había advertido en 1873, en su escrito denominado “La República española ante la Revolución Cubana”, publicado en Madrid, que: (…) sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas humeantes no se levantan edificios de cordialidad y paz (…)”.
Estos conceptos martianos en relación con la paz son ráigales y encuentran antecedentes y origen en el cristianismo y, sobre todo, en aquello que Jesús de Nazaret nos dijo, cuando expresó: “Os dejo la paz, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo” (Juan 14,27) y lo completó con esta expresión directa a sus discípulos: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15,12-13).
La paz, en consecuencia, se define muy especialmente con el amor por los demás y su consecución verdadera deberá comenzar en primera instancia por nosotros mismos porque quien no tiene paz interna, no puede lograr transmitir paz al mundo que lo rodea. Un seguidor de la paz se logra con una conversión profunda y radical en activistas por la paz en cada momento y circunstancia de nuestras vidas, actuando por medios pacíficos y con el concepto de la no violencia que destierra el uso de la fuerza, del autoritarismo y de la guerra. Los que asumamos estos principios en conciencia y acción, tal y como anunció Jesús de Nazaret en su denominado Sermón de la Montaña, seremos herederos beneficiarios de su planteamiento que expresa textualmente: “ Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (Mateo 5, 9).

Publicado en Por Esto! El lunes 27 de septiembre del 2010
¡Que escuchen atentamente, quienes tengan oídos para oír!

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