jueves, junio 28, 2007

ABRIR EL JUEGO -ENVIADO DESDE CUBA

ABRIR EL JUEGO

ENVIADO POR NUESTRO CORRESPONSAL EN LA HABANA
ROGELIO FABIO HURTADO

Parece que la injusta y casi absoluta veda impuesta en la prensa cultural de la Isla sobre el poeta Heberto Padilla ha sido levantada después de los furiosos emails que se abalanzaron contra la aparición televisiva del teniente Pavón, ejecutor oficial en aquella ofensiva anticultural que hoy casi amablemente se denomina Quinquenio Gris. Sin embargo, aún demora para el bardo de Puerta de Golpe, el justo tiempo humano.

Por sorprendente que parezca, estas recientes menciones a Heberto Padilla coinciden en culparlo del riguroso ostracismo al que fue condenado durante los últimos años de su vida el maestro José Lezama Lima. Tan asombroso como el cargo, son sus acusadores: Guillermo Rodríguez Rivera y Helio Orovio, ambos víctimas ellos mismos de aquellos herrores. El primero lo hace en su recién publicado testimonio Canción de Amor en Tierra Extraña, el segundo en un artículo titulado Lezama Personal, que acaba de aparecer en el número de La Gaceta De Cuba correspondiente a mayo-junio del presente año.

Estos lamentables fiscales coinciden en omitir los antecedentes y consecuentes que rodearon el llamado Caso Padilla, entre 1968, fecha de aparición del excelente libro Fuera del Juego y 1971, cuando resultó detenido y exhortado a pronunciar aquella deplorable confesión, y prefieren ir directamente a su último acto: la confesión pública pronunciada por el poeta, en esto imitan, paradójicamente, a los detractores del poeta en la radio floridana
.
Heberto, la víctima principal de aquella barbarie, es presentado como el verdugo de José Lezama Lima, arrebatándole ese bien ganado descrédito, a los cuadros intelectuales del stalinismo criollo, con la doctora Mirta Aguirre y el doctor José Antonio Portuondo como sus más visibles cabezas. En este punto, me gustaría recordarles a mis bien enterados contemporáneos que Nicolás Guillén, Presidente fundador de la institución, se excusó dignamente de participar en aquel aquelarre de primavera.

La política cultural desencadenada a partir de 1971fue la misma que dictó la recogida de Paradiso, mucho antes de que la situación de Padilla hiciese crisis. Tuvo esta política el hábito de ser tan fea como tan franca, y podemos encontrarla vociferada en los discursos y resoluciones que se aprobaron a gritos durante el mal llamado Primer Congreso de Educación y Cultura, en el verano de 1971. Ya estaba también dictando la insidiosa prosa del Sr. Leopoldo Avila en la serie de artículos, a cual más venenoso, publicados a lo largo del 1970 en la desaparecida revista Verde Olivo, de los que fueron víctimas sucesivas Pablo Armando Fernández, César López, Heberto e incluso los narradores Eduardo Heras León y Norberto Fuentes entre otros.

Es muy cierto que aquella Autocrítica, donde Heberto asumió el rol de leal a sus enemigos y para sus amigos traidor, fue el peor momento de su vida, pero no puedo admitir que las palabras pronunciadas por un hombre aislado que renegaba de sí mismo, se presenten ahora como causa y no como consecuencias de aquella violencia anticultural.

Baste señalar que la estricta prohibición de publicar, citar, ni siquiera mencionar para criticarlos a gran número de autores mencionados o no por el poeta, se extendió inmediatamente de San Antonio a Maisí, con una eficacia sólo posible para las instituciones oficiales. Encima de eso, perjudicó a jóvenes desconocidos,con la excepción del teatrista René Ariza, como Eddy Campa, Esteban Luís Cárdenas, Benjamín Ferrera, Nicolás Lara, Juan Miguel Espino,Manuel Ballagas, Reglo Guerrero, Alejandro Lorenzo y muchos otros.

Se impone que aquella crisis de la cultura nacional sea ventilada amplia, profunda y públicamente, sin miramientos ni complicidades, no para confeccionar una nueva Lista Negra ni Colorada, sino para llegar al conocimiento exhaustivo tanto de sus fundamentos ideológicos como de las torceduras morales que auspiciaron aquellos horrores, para que las nuevas generaciones no los apliquen ni los padezcan.



A este veraz esclarecimiento no contribuyen las alusiones parciales que han intercalado tanto Guillermo Rodríguez Rivera como Helio Orovio en las obras citadas. Creo que ambos están en condiciones de aportar muchísimo a esta ineludible revisión de la historia literaria de nuestra generación.
Rogelio Fabio Hurtado
22-06-07

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