jueves, septiembre 11, 2008

CONFUNDIERON A LA MUERTE Y A LOS DADOS EN UNA PARADA

Desde Venezuela


CONFUNDIERON A LA MUERTE
Y A LOS DADOS EN UNA PARADA


ELIGIO DAMAS

Los hermanos Flores nacieron gemelos. La vieja comadrona supo que trajo al mundo del vientre de la madre dos niños, pero nunca cuál de ellos apareció primero. Desde ese día del nacimiento, se parecieron tanto como dos gotas de agua y así anduvieron a lo largo de sus vidas.
Nacieron en Neiva, más allá de Bogotá, en el camino que se dirige a los Valles del Cauca y la antigua ciudadela de Popayán. Y como muchos en aquel pueblo andino, de esos tiempos, eran caratosos. Tenían manchas blancas en varias partes del cuerpo y mechones de pelo decolorado. Para hacer las cosas más divertidas o complicadas, según se mirase el asunto, los gemelos Flores, los nacidos en Neiva, tenían las susodichas manchas en idénticas partes del cuerpo y parecían los mismos los mechones de pelo desteñido. El parecido entre ellos era tal que la madre, sin meditarlo mucho, como lo más natural del mundo, optó por bañar, darle de comer y todos los cuidados a uno solo de ellos, creyendo que era suficiente para que los dos sobreviviesen. Hasta que observó que uno de los dos se puso flaco y amarillo y ya no se le pareció al otro; y entonces tomó conciencia que eran dos y no uno con su duplicado.
Cuando el general Manuel Valdés, comandante del ejército patriota avanzaba sobre la bella ciudad de Popayán, después de la heroica e increíble travesía de los Andes, encontrándose en Quilichao, al sur del Valle del Cauca, hubo de crear un Consejo de Guerra Permanente que pusiese coto a las frecuentes y masivas deserciones de los elementos de tropa. Y entonces, menudearon las ejecuciones.
Se cuenta que la "generosa creatividad" de Valdés, lo llevó a conceder entre los sentenciados a muerte por el tribunal militar, incursos en el delito de deserción, la anulación de la pena a aquel que obtuviese la mayor puntuación en una parada de dados. Y lo que es un juego macabro, se volvió una diversión para Valdés y algunos de sus oficiales.
Una noche que además de oscura era lluviosa y fría, a los hermanos gemelos Flores, los nacidos en Neiva, se les ocurrió desertar. Al día siguiente, los atraparon y los condujeron ante el supremo tribunal; llegaron amarrados uno detrás del otro, sin que se supiese quién iba adelante y quién atrás; como si hubiesen querido meter uno dentro del otro; porque todos insistían en creer que eran uno solo que se duplicaba por placer.
Y el "magnánimo" Manuel Valdés, el mismo que acompañó a Bolívar en la primera expedición de Haití y se vino con el Libertador desde Los Cayos, le permitió a los gemelos Flores que se jugasen la vida a los dados y ellos dejaron correr los cubos sobre el templado cuero de un tambor.
Los Flores, caratosos como muchos en Neiva, en Quilichao, en el camino hacia la histórica y gloriosa Popayán, igual de temblorosos por el miedo, lo que los hacia parecerse más, tanto como cuando la comadrona del pueblo los extrajo del vientre caliente de aquella parturienta sonreída, confundieron a los dados y a la muerte y tres veces llegaron al empate.
El Consejo de Guerra Permanente, presidido por el soldado republicano de origen español José Mires, solicitó de Valdés que indultase a los reos. El general patriota lo concedió a los dos, sin saber quién era éste y quién aquel. Nunca antes habían llegado a parecerse tanto, como en ese instante que se miraron, con la misma curiosidad de tantas veces y una vez más comprobaron que era imposible hasta para ellos, saber quién era quién. Y se fueron abrazados y sonrientes, llenándose alternativamente uno del otro, a cumplir con sus deberes. ¡Cómo si fuesen uno sólo!

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