lunes, septiembre 01, 2008

EL CALCO Y COPIA NUNCA HARÀN REVOLUCIONES

Desde Venezuela


EL CALCO Y COPIA NUNCA HARÀN REVOLUCIONES


ELIGIO DAMAS


No recuerdo como, aquel ejemplar de “los Diez Días Que Estremecieron al Mundo”, el famoso libro del norteamericano Jhon Reed, a quien llamaron “El Rojo”, el mismo que estuvo presente reportando parte de la campaña militar de Doroteo Arango o Pancho Villa, llegó a mis manos. Su dueño, quien le cuidaba con demasiado celo y le leía y releía con excesiva frecuencia, no daba oportunidades a que uno lo pudiese consultar. Sospechábamos que evitaba que su sagrado tesoro cayese en nuestras manos. Y en efecto, así era.
Como se trata de una invalorable crónica sobre lo acontecido durante los diez días previos a la revolución de octubre de 1917, allá en Moscú, en el imperio ruso y el ascenso del partido bolchevique al poder, casi todos los jóvenes de mi generación con deseos de saber y entender lo que acontecía en el mundo, habíamos leído aquella obra, en gran medida escrita en tono periodístico, tanto en su estructura como en lo relativo al lenguaje.
El ejemplar que en aquel momento hojeaba, quizás como resultado de un inusual descuido de su dueño, pertenecía a un reputado dirigente revolucionario, de esos que todavía suelen buscar en los libros, expresiones y análisis de los clásicos, respuestas justas y acabadas a los problemas que en su espacio y tiempo confronta la sociedad, forma de acceder al poder y la manera de cambiarla. Como si tratase de buscar en los nidos los huevos ya listos para el consumo.
Cada día de los que Reed reportó, los hechos, disputas, carencias, soluciones a enfrentamientos y conflictos estaban resaltadas con notas marginales a puño y letra del lector dueño del libro. Y en cada página y balance final por día, el lector anotaba como conclusión que aquello era exactamente igual a lo que sucedía en Venezuela, un poco antes de la media de la década del sesenta.
“Igual sucede aquí, donde……..” y se explayaba a enumerar circunstancias y problemas reales o imaginados, a los cuales les atribuía la misma repercusión con respecto a la Rusia de 1917. “La situación es pues la misma”, había escrito. “Por eso”, más o menos escribió, “acertaríamos si llamamos a la rebelión, lanzamos nuestros cuadros, incluyendo las fuerzas guerrilleros que deberían tomar las ciudades; en fin, disponemos de todos los recursos para la toma del poder”. Había pues dos libros en uno. En lo escrito por Reed y lo abundante de las notas marginales hechas a mano y en letra diminuta. Este otro libro, era una interpretación de la realidad venezolana y sus perspectivas, vistas a través de la narración objetiva de “El Rojo”.
¡Eureka!, como Arquímedes, cuando descubrió por qué los cuerpos flotan en el agua, debió gritar aquel personaje que rayaba el libro de Reed, al arribar a sus conclusiones. “Están dadas las condiciones objetivas y subjetivas”.
La crónica del periodista norteamericano, según el juicio de quien estampó las notas marginales, era la fórmula precisa para no sólo incitar el llamado a la rebelión popular sino garantía que aquel acto de audacia tendría éxito. Poco importaba que aquel relato se refiriera a un acontecimiento de más de cincuenta años atrás, en espacio lejano y circunstancias estructurales y culturales sustancialmente diferentes.
Por ese mismo proceder y pese a toda la experiencia recogida, uno se asombra que se pueda pensar que en todas partes, sin importar las particularidades, haya quienes crean que el tránsito hacia el socialismo, debe darse en las mismas circunstancias sin importar tiempo, espacio y especificidades. Una cosa es Bolivia y los problemas que Evo enfrenta o Tabarè, Correa y hasta Lula y otros son Venezuela, los venezolanos y Chávez.
Pareciera que partiendo que en el capitalismo u otra sociedad de clases, hay una conflictividad material siempre presente, debe resolverse del mismo modo que otras sociedades o movimientos revolucionarios ya lo hicieron. Y lo peor es que ese pensamiento se justifica en la dialéctica y el pensamiento de los clásicos revolucionarios.
Las especificidades que, en última instancia, condicionan el procedimiento y la táctica, se descubren en la realidad circundante y eso incluye, el pensamiento, la cultura, historia y disposición de la gente. Y esta última, comprende a la mayoría que constituye además de una fuerza productiva y consumidora real o potencial, también un ejército, muro de contención, poderosa opinión con capacidad para decidir el rumbo de los acontecimientos. Pero también a una minoría adversa con cuantiosos recursos y vínculos con factores muy poderosos.
Lo que está en los libros sirve como instrumento y clave para interpretar los procesos. Siempre que quienes aquellos manejan, no intenten aplicarlos a rajatabla y saltándose las realidades y el movimiento que frente a ellos transcurre.
Algún pensador creyó necesario, para transitar hacia el socialismo, que las sociedades capitalistas madurasen e improbable que bajo sus banderas se pudiese alcanzar al poder y éste, en manos de las fuerzas del cambio, consolidarse en aquellas que no viviesen en circunstancias de elevado desarrollo y fuerte presencia de la clase obrera. Mao Tse Tung y Ho Chi Ming, sin abjurar del marxismo, creyeron que aquello era posible. Incluso, la Revolución cubana, definida como socialista, nace en una raquítica sociedad capitalista con una fuerte reminiscencia feudal. La propia Rusia no parecía el marco propicio para aquellos hechos sobre los cuales escribió Reed. Otras variables, inherentes a la lucha de contrarios, que caracterizaban a esas sociedades, sirvieron de catapulta para movilizar toda aquella fuerza y ansia de justicia. Lenin, con su aporte de reconocer la etapa imperialista, complementó las formulaciones clásicas captando en su tiempo, que el capitalismo tenía una conducta diferente.
Hay algo muy importante, creo, si mal no recuerdo, sintetizado en el pensamiento de Arnold Toynbee, y comprobado en distintas circunstancias y experiencias, que las sociedades nuevas, incluso aquellas nacidas en parto violento o por fórceps, conservan mucho de lo viejo, por necesario y porque es imposible en lo inmediato deshacerse de ello. Eso explica, por ejemplo, como por mucho que el presidente Chávez predique con la palabra y el gesto, todavía pervive el odioso vicio de la corrupción; y también en otros países, donde no debería haberlo. Creo que el propio autor antes mencionado, señalaba que las sociedades despóticas, trasmiten a la posteridad inmediata gran parte de sus malas prácticas.
Por todo esto, el socialismo que los venezolanos, bajo el liderazgo del presidente Chávez intentamos construir, no procede conforme a ninguna receta preconcebida. Atiende a las particulares circunstancias y características de la sociedad venezolana que comienza por reconocer que tiene en la renta petrolera, propiedad de los venezolanos por disposición constitucional y como herencia del pensamiento bolivariano, una fuerte palanca para financiar la construcción de unas nuevas relaciones, dándole a gran parte del aparato productivo existente y sus propietarios, un tratamiento diferente. Es decir, esa energía le da una personalidad muy particular. Sin negarles a los empresarios su espacio de un día para otro, pero exigiéndoles una mayor correspondencia con el derecho de los trabajadores, aspira y busca que crezcan unas nuevas relaciones que, satisfagan gran parte del mercado interno y hasta podamos exportar en áreas no tradicionales y en las cuales gozamos de ventajas, minimizando hasta donde sea posible la explotación del trabajo humano y traumas innecesarios.
Los resultados electorales del 2D, como el mismo presidente admitió, revelaron, que la mayoría de los venezolanos no ha internalizado suficientemente el mensaje y significado de la propuesta hacia el socialismo. Y es obvio, para muchos, que la imposición desde arriba, de fórmulas muchas veces ajenas, pero calcadas de algunos libros o extraídas de algunos juicios, fuera de contexto, secularmente no da buenos frutos.
Es verdad que la violencia es “la gran partera de la historia”, pero hay que cuidar los detalles al interpretar ese axioma. Las clases dominantes se apropian del excedente que produce el trabajo por un acto violento y las luchas de los trabajadores por defender sus derechos están, de una forma u otra, envueltas en esa violencia cuyos rasgos o formalidades varían según las circunstancias. El criminólogo y psiquiatra venezolano recién fallecido, José Luis Vetencourt, habló de violencia pacífica. ¿Cuánta violencia no ha habido en este proceso venezolano, que por el empeño del gobierno nacional no se ha desbordado? El nivel de la violencia lo pone la oposición, cuando trata de impedir que el gobierno, haciendo uso de mecanismos legales toma medidas para que este proceso avance. ¿El caso de la señora que lanzó el arroz a la cara de Eduardo Samàn no es un ejemplo reciente y discursivo?
No hay que desesperar ni extrañarse por qué no procedemos como lo hicieron en otros sitios y circunstancias, cada proceso tiene su propia dinámica y dialéctica.
El socialismo hay que extraerlo del alma nacional. Porque esta, en su esencia, por su historia, las relaciones materiales y culturales dentro de las cuales se desenvuelve la vida de la determinante mayoría, es propicia para que eso ocurra. El socialismo no tiene porque ni podrá ser nada extraño a las comunidades que le construyen.

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