martes, septiembre 09, 2008

EL CERRO "TIENE LA LLAVE"

ENVIADO POR NRCUBA
PUBLICADO POR: Hector García Soto

Subject: Fw: Ciro Bianchi: El Cerro y sus habitantes; primeras casas, su estilo; quintas, mansiones y leones; nuevas funciones; personalidades
Date: Mon, 08 Sep 2008 03:51:00 +0000



----- Original Message -----
Sent: Saturday, September 06, 2008 11:59 PM
Subject: Ciro Bianchi te Recomienda JRebelde


¿Sabe usted por qué se dice que el Cerro tiene la llave? En verdad, la
tan repetida frase no está respaldada por ninguna razón. Surge de una
guaracha que con ese título compuso Fernando Noa en 1949 y musicalizó
Arsenio Rodríguez, el «Ciego maravilloso». Pero si se le da vueltas al
asunto, la expresión puede ser cierta porque por el Cerro pasan las
conductoras de los tres acueductos que han surtido de agua a La Habana
a través de los siglos.
Por el Cerro daremos un paseíto este domingo. Pero antes déjeme decir
que lo que es hoy una populosa barriada apenas tenía tres calles en
1863. La calzada que lleva el nombre de la localidad y las calles de
Buenos Aires y Tulipán, donde se erigía la residencia del conde de
Peñalver, lugar de descanso, por largas temporadas, del obispo Espada.
El historiador Jacobo de la Pezuela decía entonces que el Cerro no
podía unirse con el cuerpo de La Habana porque «aún los separan
grandes espacios despoblados».

Era, en esa fecha, el barrio empresarial y diplomático por excelencia.
El Miramar de hoy, diríamos. Eliza McHatton-Ripley, una norteamericana
que vivió en Cuba entre 1865 y 1875 y que publicaría un delicioso
libro de memorias sobre su estancia en la Isla (From flag to flag;
Nueva York, 1889) quiere, mientras hace las gestiones pertinentes para
comprar un ingenio azucarero, instalarse en el Cerro, donde «las
calles eran más anchas y las casas tenían espacio para respirar».
Busca una casa pequeña, pero en la barriada todas lo parecen desde la
calle para extenderse luego, hacia el fondo, en un número indefinido,
casi ilimitado, de aposentos. Encuentra al fin una que más o menos le
acomoda y apunta en su libro que la ubicación de la vivienda es su
mayor atractivo. Eliza vive directamente enfrente del cónsul inglés, a
un tiro de piedra del cónsul alemán, al doblar del representante ruso,
mientras que en las inmediaciones se asientan comerciantes y hombres
de negocios, lo que es para ella una agradable compañía.

Ya en el siglo XX, la embajada de Estados Unidos de Norteamérica
estuvo emplazada durante largos años en la quinta de Echarte, en Santa
Catalina 4, en esa barriada.

Leones de piedra
Los orígenes del Cerro se sitúan en los albores del siglo XIX, cuando
se estableció allí una hacienda que terminó dando nombre al lugar.

En 1807 se construyó en la localidad una iglesia de madera. La
edificación se hizo inservible y en 1843 fue sustituida por otra de
mampostería, dedicada a San Salvador, por haberla patrocinado don
Salvador de Muro, marqués de Someruelos, entonces gobernador de la
Isla.

Las primeras casas de la barriada fueron construidas, por los
habitantes más acaudalados de la capital, a un lado y al otro de la
Calzada, que conectaba a la capital con Marianao y con la Vueltabajo.
Unos pasaban en ellas los meses de mayor calor; otros, las habitaban
durante todo el año, trasladándose a La Habana solo para sus
ocupaciones y negocios.

Las casas por lo general eran de una sola planta. Constituyeron una
derivación de la casona criolla. Con pisos de mármol y altos puntales.
Rodeadas de amplios jardines. Tenían un gran portal que las rodeaba
por los costados. Se entraba a la sala espaciosa. Y a la sala seguía
la saleta que daba directamente al gran patio central. Las
habitaciones se hallaban a ambos lados del patio. Se comunicaban entre
sí y todas se abrían a la galería que lo rodeaba.

Al fondo estaban el comedor, la cocina y las habitaciones de la
servidumbre que daban a su vez sobre otro patio más pequeño que el
anterior. El cuarto de baño y los servicios sanitarios estaban también
al fondo, aunque en algunas de estas casas había en el jardín un
pequeño pabellón, de forma redonda u octagonal, con persianas, y
ocupada casi toda su área por una piscina que se utilizaba para los
baños habituales.

De dos plantas, sin embargo, es la quinta de los condes de Santovenia,
edificada en Calzada del Cerro y Patria, entre 1832 y 1841; edificio
verdaderamente señorial, de estilo neoclásico, italianizante. Un
verdadero Trianón no solo por su estilo, sino por su exquisito
refinamiento. Su fachada frontal mide 40 metros de largo, y su sala de
recepciones tiene 16 metros de frente por seis de fondo. En esa casa
se hospedó el archiduque Alejo, hijo de Alejandro II, zar de Rusia, y
también dos príncipes de la Casa de Orleans que luego serían reyes de
Francia con los nombres de Luis Felipe y Carlos X.

Los condes de Santovenia, luego de vivir la casa durante años, la
pusieron en venta y fue adquirida por los albaceas testamentarios de
otra acaudalada señora, con objeto de instalar allí un asilo de
ancianos. Ese asilo, atendido por Hermanas de la Caridad, se llama en
verdad Susana Benítez, que era el nombre de la benefactora. Pero todos
los habaneros lo conocen como Santovenia.

Sucede lo mismo con la iglesia situada en Calzada del Cerro y Tulipán.
Se le llama del Corazón de María por su gran escultura frontal que
tiene dicho nombre en una cenefa cuando el verdadero es el de San
Salvador del Mundo.

Entre otras muchas, muy valiosa en el Cerro es la quinta del conde de
Fernandina, que ocupa el número 1257 de la Calzada. Más reducida, pero
tan lujosa como la anterior. Menos solemne, pero más graciosa. La
construyó, en 1819, el primer conde y su sucesor se empeñó en
engrandecerla. El tercer conde contrajo matrimonio con la habanera
Serafina Montalvo. Se fue a París el matrimonio y allí a Serafina le
entró el loco y desmedido afán de competir, en joyas y vestidos,
caballos y carruajes, nada menos que con la emperatriz Eugenia de
Montijo, esposa de Napoleón III, sin más consecuencia que la de llevar
a la ruina a los Fernandina, que perdieron su fortuna y con ella el
palacio del Cerro.

Otra residencia digna de mención es la de Leopoldo González Carvajal,
dueño de vegas de tabaco en la más occidental de las provincias
cubanas y de la marca Cabañas y Carvajal. Tenía don Leopoldo muchísimo
dinero e intentaba codearse con lo más exclusivo de la sociedad. Pero
la aristocracia lo rechazaba. Le llamaba, con desprecio, el Tabaquero.

Fue Carvajal a España, facilitó no poco dinero al odiado rey Fernando
VII y el monarca lo premió con un título nobiliario, marqués de Pinar
del Río. Regresó Carvajal a La Habana. Pensó que la nobleza habanera
lo aceptaría entonces, pero los nobles siguieron llamándolo por su
apelativo de siempre.

La nobleza cubana solía colocar ante las fachadas de sus residencias
dos leones de piedra que indicaban su condición. Carvajal mandó a
hacérselos de mármol. Y, cuenta la leyenda, que el conde de
Fernandina, que era además Grande de España, ordenó retiraran sus
leones de piedra a fin de que no sufrieran la afrenta de aquellos
otros leones espurios.

Un elevador de soga
El Cerro, aquella barriada aristocrática, tenía, sin embargo, un gran
inconveniente. Por allí pasaba la Zanja Real, un foco contaminante.
Casi todas las familias más ricas lo abandonaron y las fabulosas
mansiones fueron ocupadas por instituciones benéficas, industrias,
establecimientos comerciales o se convirtieron en casas de vecindad.

La casa de los condes de Fernandina (actual sede de la Asamblea
Municipal del Poder Popular) albergó a la Asociación Cubana, clínica
de cierto renombre en su tiempo. La casa del marqués de Pinar del Río
pertenece al asilo Santovenia. La quinta de Leonor Herrera fue, con el
nombre de Covadonga, la casa de salud del Centro Asturiano. Y la finca
de recreo del conde de O'Reilly, la de la Asociación de Dependientes
del Comercio de La Habana, con lo que la casa de vivienda del predio
se convirtió en el primer pabellón de esa instalación fundada el 11 de
abril de 1880. Se trató entonces de una inversión de 6 984,25 pesos.
Disponía de un capital de 847 pesos y contaba con 677 socios. En 1955,
el capital ascendía a 4 652 106,00 pesos; había ingresos por 2 865
262,00 pesos, egresos por 2 808 958,00 pesos y contaba con 74 468
asociados.

Por cierto, fue en Dependientes (hoy, hospital 10 de Octubre) donde,
en 1907, se realizó por primera vez en Cuba y por segunda vez en
América una sutura de corazón. El doctor Bernardo Moas, primer
cirujano de la clínica, se la practicó a un paciente que sobrevivió 18
días tras la operación, lo que se consideró todo un éxito dado el
estado de la Medicina y los recursos de que disponía el centro. El
proceder de Moas fue muy elogiado por los doctores Carlos J. Finlay y
Joaquín Albarrán.

Fue también en Dependientes donde funcionó, en 1958, el primer
servicio de parto sin dolor que existió en Cuba. Lo introdujo el
doctor José Ramón Fernández, ginecólogo y cirujano partero, luego de
un viaje de estudios que lo llevó a EE. UU. y las principales
capitales europeas.

Por el área de terreno donde se asentaba, Covadonga (hospital Salvador
Allende) era el mayor centro de salud de Cuba, superado solo por el
hospital Calixto García. Dependientes, sin embargo, aventajaba a
Covadonga por el número de sus pabellones (25) y, por tanto, su
capacidad de ingreso.

No todos los centros hospitalarios de la barriada eran de esas
dimensiones. Los había pequeños, como aquella clínica que recuerda
Sonnia Moro en su libro Nostalgias de una habanera del Cerro, cuya
lectura recomendamos. La Bondad, se ubicaba en el número 1263 de la
Calzada y se le tenía como la decana de las casas de salud del país.
Carecía de elevador convencional y se valían de un artefacto
rudimentario para transportar a personas en estado grave, fracturados,
operados y recién paridas desde el primer piso hasta el segundo y
viceversa. Un cajón donde colocaban al enfermo y que era manipulado
por un hombre gracias a una gruesa soga.

Sirique
En el Cerro nació Gustavo Sánchez Galarraga, un poeta hoy olvidado y
que algún día habrá que volver a leer a fin de constatar cuánta verdad
y cuánta mentira se encierra en la valoración que de él hicieron sus
detractores. En la escuela pública número 37 estudió un niño llamado
Rubén Martínez Villena. Regía en esa escuela un curioso sistema de
educación cívica con una especie de república escolar. Rubén fue
elegido presidente de esa república y hasta aquel colegio situado en
Tulipán y La Rosa se fue el general Gerardo Machado, entonces
secretario de Gobernación en el gabinete de José Miguel Gómez, a fin
de entregar personalmente al niño un diploma de reconocimiento. Fue la
primera de las dos veces en que se vieron cara a cara y conversaron
aquellos dos seres que terminarían siendo enemigos irreconciliables.

En el Cerro nació el pintor Portocarrero y vivió Alfredo González
Suazo, que heredó de su padre, famoso árbitro de béisbol, el
sobrenombre de Sirique. Era propietario de un taller de tornería, en
Santa Rosa entre Cruz del Padre e Infanta, y allí, todos los domingos,
a partir de la una de la tarde, congregó durante años a los más
famosos trovadores cubanos. Fue la Peña de Sirique, a la que se
dedicaron no pocos reportajes y artículos e incluso un documental
cinematográfico de José Massip.
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Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
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