Desde Venezuela
URIBE, SIN RUBOR DEJÒ CAER LA MÀSCARA
Eligio Damas
Uribe, desde que bajo presiones del pueblo colombiano, la opinión pública internacional y el manifiesto dolor de los familiares de los retenidos de un bando u otro, decidió incorporar a la senadora Piedad Córdova y al presidente venezolano Hugo Chàvez, a las gestiones humanitarias que rápidamente se popularizaron alcanzando respaldo inusitado, andaba “como mato pisado por el rabo”, buscando la fórmula de salirse de ese compromiso.
Para nadie medianamente informado, la reciente decisión del presidente colombiano de dar por terminada, en lo que a él respecta, la misión de aquellos, puede ser sorpresiva. Cualquiera que hubiese estado siguiendo el desarrollo de los acontecimientos, pudo darse cuenta, sin mayor esfuerzo, que la alta jerarquía de la administración y centros de influencia de la política del vecino paìs, no estaban interesados en llegar a un feliz término en lo concerniente al intercambio de retenidos y menos en la apertura de un diálogo productivo hacia la paz.
Hay muestras muy evidentes que concurren para respaldar el juicio anterior. Los funcionarios de Uribe, se solazaban con plena libertad y en aparente contradicción con su jefe, en dar declaraciones destinadas a entorpecer las gestiones de los intermediarios y hasta intentaban a éstos descalificar. Casi siempre, el jefe del estado colombiano optaba por ignorar esas posturas; en otros casos las desautorizaba un tanto olímpicamente, sin sancionar como suele usarse en esos casos y hasta llegaba a disculpar con banalidades a sus subalternos que actuasen como mascarones de proa o quinta columnas.
En Bruselas, nada más y nada menos que el Canciller colombiano Fernando Araùjo, declaró prácticamente contra el proceso de intermediación del presidente Chàvez, anunciando imprudentemente y de manera provocadora que no creía que esa “mediación tenga resultado, porque la FARC no tienen interés en ningún acuerdo con nadie”. Y como para descalificar al venezolano agregó que la guerrilla le estaba tomando el pelo. Ante esta inesperada e inoportuna desfachatez, el presidente Uribe se limitó a dar unas declaraciones tibias como para que el “falso juego” continuase.
Muy pocos dìas después, el asesor de la presidencia colombiana José Obdulio Gaviria, ante la manifestación del deseo del presidente Chàvez, de reunirse donde fuese posible con Marulanda, declaró de modo que dejó constar que al gobierno de Colombia eso no interesaba para nada.
Es muy conocida la posición del presidente Uribe, que no es de su interés en reunirse ni facilitar ninguna reuniòn del presidente Chàvez con Marulanda o el alto mando de la FARC. Pese a que el venezolano, y uno cree en su palabra, ha expresado reiteradamente que en privado Uribe, le ha manifestado deseos de buscar intensamente el camino al diálogo, éste abiertamente, como para que se le escuche con claridad, emite opiniones que siempre han hecho que uno piense lo contrario.
Hasta Condoleezza Rice, intervino con descaro en la controversia, sin que eso en derecho y en justicia les incumba, salvo por el caso de los norteamericanos retenidos por la guerrilla, y expresó que su gobierno no permitiría que, en las gestiones humanitarias, se cruzasen las líneas rojas trazadas por ellos.
Más recientemente, el ministro de la defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, de la familia propietaria del influyente diario “El Tiempo” de Bogotá y enormes extensiones de tierras bondadosas en aquel paìs, declaró de manera hasta irrespetuosa no contra Chàvez, pues sus razones de clase tiene, sino contra quien procura ayudar a los colombianos a alcanzar la paz y a los retenidos su ansiada libertad. Ante aquella irreverencia y falta de la más elemental prudencia, Uribe terminó por justificarlo, cuando ha debido destituirlo de inmediato, si en verdad estaba interesado en las gestiones del venezolano.
Justamente, el rompimiento del presidente colombiano con el venezolano y la senadora Piedad Córdova, viene por el lado del ministerio de la defensa y el ejército colombiano, sector que en ningún momento, de eso uno está seguro, escucha el clamor del pueblo, de los retenidos y sus familiares y menos de las legiones de ciudadanos excluidos y hasta desplazados.
Y todo esto sucede porque la oligarquía colombiana, entre ésta la familia Santos, no está interesada en arreglos con la guerrilla para alcanzar la paz. Esta aspiración supone cambios estructurales en la vida colombiana que incluyan a millones de parias de ese paìs que no tienen acceso a la tierra y a ningún otro medio de producción, fuertemente concentrados en unas pocas familias. Significa ademàs, flexibilizar la vida política colombiana que incorpore al ejercicio de sus derechos a una mayoría que podría cambiar hasta radicalmente las relaciones de distinta naturaleza en ese paìs.
Los estados Unidos, quienes tienen marcadas “sus rayas rojas”, como dijese la jefa del Departamento de Estado, Condoleezza Rice, tiene un peso enorme en la vida colombiana y en las decisiones de Uribe. El asunto de la droga, que más que combatir, los gringos utilizan como un medio de chantaje, contribuye a redimensionar la influencia de las autoridades norteñas en esa parte de América del Sur.
Chàvez, es una piedra muy gruesa en el zapato de la oligarquía, burguesía desnacionalizada de esta parte del mundo; también los ñames gringos, sienten el mismo fastidio. Y ellos no podían permitir, bajo ninguna circunstancia, que aquel alcanzase más triunfos, dentro y fuera de su paìs, precisamente cuando estamos a las puertas de una nueva contienda electoral de la trascendencia de la venezolana del próximo 2 de diciembre.
Por estas razones, Uribe bajo el apremio de “los amos del valle” colombiano y la política imperial, estaba buscando la manera de sacarse el lazo. Apeló a un mediocre, intrascendente subterfugio, según el cual, se puso en peligro la seguridad de Colombia.
¿Cuál seguridad? ¿La del pueblo colombiano cansado, herido, maltratado y humillado por la larga guerra? ¿La de los retenidos de lado y lado y sus respectivos familiares y amigos?
¿O Uribe, sólo piensa en la de los Santos y el resto de la pequeña cofradía de grandes y abusados propietarios y los intereses del capital gringo? ¿O también de la estrategia de dominio que emana del Departamento de estado Americano y tiene al gobierno y territorio colombianos como caballo de Troya?
La intermediación de Hugo Chàvez en la búsqueda de la paz para Colombia, era de una pertinencia incalculable. Nunca antes se había dado la oportunidad de poner a los colombianos de un bando u otro a conversar bajo reglas limpias. Uribe, la godarria colombiana y los gringos, como vulgares y oportunistas, decidieron patear la mesa.
A Uribe, en estos casos, los venezolanos decimos “a otro perro con ese hueso”.
jueves, noviembre 22, 2007
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