viernes, julio 18, 2008

HAY VIDAS QUE TRASCURREN LIMPIAMENTE

Buenos Aires, República Argentina
Viernes 18 de julio de 2008
Edición Nº 2113

PUBLICADP POR : Frank Díaz Rey
Opinión
Argentina
Cuando se rifa la ideología se pierde hasta…La vergüenza
Por: Elisa Rando (especial para ARGENPRESS.info)
Fecha publicación: 18/07/2008 Imprimir nota

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Hay vidas que transcurren limpiamente.

Sin muchas pretensiones. Tan sólo, limpiamente.

Y es normal, no pasa nada. Es gente honesta.

Es gente buena. Trabajadores. Decentes. Esperanzados.

Que quieren seguir con esperanzas. Pero sin olvidos. Normales.

Y se sabe, lo normal, en estas latitudes, siempre es escaso.

Pero los pueblos son honestos. Conoce sus necesidades y luchan.

Conoce de traiciones y desespera. Conoce sus límites. Y se limita. Sin reprimirse. También sabe que se equivoca. Se informa. Se aclara.

Se excusa. Empieza de nuevo. La lucha es de todos los días. Y ojala todos los días sean también de trabajo. De estudio. De ilusiones.

Hay muchos, que por lo general, viven pidiendo disculpas. Y muchos otros, que por tanta decencia, los vivos, los toman por sonsos.

Muchas veces creen que son sumisos. Intentan utilizarlos. Que son dóciles y pasivos. Intentan movilizarlos. Intentan, ma-si-fi-car-los.

Claro, que en el reparto de vanidades, también están los sinvergüenzas. Esos que en el barrio le dicen “vivillos”

¿Quiénes son los sinvergüenzas?

Esos que nunca piden disculpas.

Se creen, se sienten, se reconocen y actúan como insuperables.

Los vivillos, hacen que se les crea. Y se lo creen. Y se mueven. Y actúan. Hasta llegan a sentirse imprescindibles.

Entre sinvergüenzas, vivillos y otras lacras, hay mucha, pero mucha gente. Gente que es pueblo. Que de puro prudente mira y no deja de mirar. Mira sin entender. Simplemente, mira. ¿Podrán decidir algo, algún día? ¿Podrán decir lo que entienden? ¿Podrán decir lo que piensan? ¿Tendrán libertad para decirlo?

Miran en silencio. Pocas veces hacen sentir su peso. Siempre se han callado. Entonces, en tiempos de turbulencias, los sinvergüenzas, los vivillos, y otras yerbas, creen que más que prudente el pueblo es idiota. Y los toman por idiotas. Los atropellan. Y por supuesto, les ponen precio. Los cotiza. Hay para ellos una bolsa de valores.

En la soberbia del necio, el ramplón se cree insuperable. Quizás allí nace el arrogante. El déspota. El insoportable. El implacable. El mandón de turno. El servil de su jefe. Es el verdugo del pobre.

Con vinculación y verborrea. Con cargo, en camiseta o corbata. Con influencia y cara dura, pretende llegar lejos…hasta donde lo deje “su jefe”. El asunto es trepar…hasta donde lo deje…”el jefe”

Y así, puede ser, que ya tengamos “el dirigente” nuevo. Que nunca, jamás será el compañero. El militante. El que es uno más en la acción y la opinión. El que no dirige, ni transmite, ni lleva, ni trae. Acompaña. Lucha. Pelea. Discute y canta junto, al lado. Ni atrás ni adelante. Al lado. Ese es el militante que falta en muchos lados. En casi todos los lugares.

Quizás las ideas, las banderas y la consecuencia, sea lo más notable y abnegado que conforma y distingue la lucha militante. Claro, será por eso, que esas tres cosas, el militante no permuta, ni cotiza, ni abandona. Y mucho menos entrega. No las cambia. No las traiciona. No las usa para el trueque y el soborno.

Los vivillos, cotizan hasta las disculpas. Son los deshonestos. Son los miserables.

Esos no son ni tontos, ni sumisos. Son, los sinvergüenzas. Generalmente no tienen límites. Menos ideología.

En la subasta entregan hasta a la madre.

Tienen el precio de la precariedad. De la urgencia. De su necesidad.

Es un precio vil. El que le pagan.

En los barrios a eso le llaman el “toma y daca” y arrasan con todo.

Con las conciencias. La propia, no la tuvieron nunca. La ajena, no les importa nada.

De ellos, Carlos Marx y Víctor Hugo, desde diferentes disciplinas, se ocuparon bastante. Uno durante su vida entera. Digna vida. Su capacidad analítica. Su ciencia. Su extraordinaria y cada día más cruelmente demostrada teoría económica. Donde el capital le roba la sangre y la vida al hombre que vive de su trabajo y de su esfuerzo cotidiano. El otro con la literatura y el teatro. La historia de hombres y mujeres, en las luchas por la liberación, la igualdad. La dignidad humana. Contra la mezquindad y la explotación. El sometimiento de unos, contra los otros. De pobres y de ricos. De ilustrados y analfabetos. De iguales y menos iguales. Luchas conmovedoras de pueblos enteros explotados hasta el exterminio o la indignidad del hambre y de la muerte. Por la fuerza y el capital.

Los que parecen no haber entendido a Carlos Marx, ni buscan hacerlo, ni les interesa, son los que corren las fronteras ideológicas. Los que acompañan especulativamente la miseria de la clase obrera. Sólo para la obtención especulativa de réditos políticos. De canonjías. De trenzas. Rufianes del futuro.

Del hambre de los pobres es fácil hablar. Crea simpatías.

Que se lo recuerda cuando votan. Pero el hambre, no se olvida nunca.

Lo difícil es lograr que los pueblos visualicen las entregas y defiendan donde deben sus razones. Y se rebelen, peleen, cuando los que deben acompañarlos en las luchas de todos los días plantan sus banderas en frentes ajenos. En frentes enemigos. Acompañando luchas que no son las de su clase. Intereses que no les interesa. Clases que no integran. Y sentimientos que no se corresponde con los suyos.

Extraña conducta la de ciertos componentes de grupos que acamparon en retablo ajeno y con bandera equivocada. Siglas de palabras que ya no significan nada para ellos. Las traicionaron. Pero llevan banderas. Queridas banderas, que honraron con su sangre, infinidad de hombres y mujeres explotados. Enajenados y hasta asesinados por los dueños de las carpas que extrañamente comparten. Miserables.

Por señores que despreciaron siempre esas banderas y esas luchas de los pueblos en las calles. En las fábricas. En las universidades. En los algodonales, los arrozales, los cañaverales, los socavones minero, las ciudades y los desiertos. Las pampas y los suburbios de oscuros talleres proletarios.

Los trabajadores, si esos tontos inútiles, perdieron la memoria, ellos conservan las cicatrices. Y la historia. Porque fueron los que escribieron con sus vidas las injusticias, la explotación y la miseria que los números de estadísticas poco confiables, registran todavía.

Como llamar, a los que bajan y entregan banderas, que las luchas sociales en el mundo entero, saben que son de redención y reafirmación ideológica y revolucionaria. Luchas proletarias. Luchas sociales. Luchas de la clase obrera contra el capitalismo del campo y de la ciudad. Allí donde se crucen. Allí donde se explote un ser humano, habrá, necesariamente, lucha. Y será de clases. De clases sociales. O no será lucha.

Los explotadores son siempre los mismos. Hasta lucen los mismos apellidos. Tienen el mismo lenguaje. Y montan las mismas trampas.

Cuál es el precio de la entrega. Los podrían haber visitado, si se querían tanto. Pero sin banderas. Sin las fotos del Che Guevara, el Compañero.

¡Creo que no les habrán pedido tanto! ¡Tanto precio! ¡Tanta entrega!

Que la vergüenza les asista. Los trabajadores seguirán manteniendo fuera del ruedo las banderas y los principios que fueron profanados. Ellos saben, lo sufrieron en carne propia, quiénes les negaron siempre: La justicia. La libertad. La salud. La leche y el pan de sus hijos.

La lucha de la clase obrera, no tienen precio para la entrega. Luchará siempre con el puño en alto. Y la roja, será compromiso. Y será bandera.

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