sábado, abril 24, 2010

JORGE A LEON: RECUERDO Y PRESENCIA EN SUS 80 AÑOS

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Sent: Friday, April 23, 2010 9:42 AM
Subject: Jorge A. Le?n: recuerdo y presencia en sus 80 a?os


CUBA
Jorge A. León: recuerdo y presencia en sus 80 años


Matanzas, viernes, 23 de abril de 2010 (ALC) -
Por Carlos R. Molina Rodriguez


A mi hermano y amigo Jorge León,
quien lleva a Cuba por siempre en su memoria

Tan lejos ¡ay! de su tierra
como él, quién no llorara.
DOMINGO DEL MONTE

«La fe que trabaja por el amor» es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de la perfección cristiana. […] En verdad, quienquiera que ama a su hermano, no únicamente de palabra sino como Cristo le amó, no puede sino ser «celoso en buenas obras». Siente en su alma un ardiente y turbador deseo de darse y ser dado por ellos. […] Y en todas las oportunidades posibles «va haciendo bienes», como su Maestro.
JOHN WESLEY

Jorge León, el pastor y maestro eternamente joven, cumple hoy ochenta años de vida. ¡Y qué vida! Cubano medular, nacido en plena campiña, no se cansa de trabajar por amor a su prójimo. Y es que dos inquietudes le han acompañado en toda su existencia: cuidar debidamente de la excelsa creación divina: el ser humano, y sentar las bases, por medio de sus escritos, para un mejor desarrollo del cuidado pastoral en la iglesia del mañana.

Para las jóvenes generaciones de cristianos cubanos, que lo conocen mayormente por su obra, Jorge León no es más que un escritor prolífico. Muchos ignoran que en sus primeros 36 años de vida —transcurridos en la isla de Cuba— desplegó una intensa actividad pedagógica y pastoral, llegando a ocupar los más altos cargos en su denominación y en el ámbito ecuménico.

Dado a conocer inicialmente como pastor, Jorge Adalberto León y Rivero —reconocido hoy como Padre de la Psicología Pastoral Latinoamericana— nació el 23 de abril de 1930 en Aguada de Pasajeros, cerca de Playa Girón, en la antigua provincia de Las Villas.

Como hombre sabio que es, nunca se ha avergonzado de su origen humilde. Sus primeros pasos los dio —bajo un techo de zinc— en pisos de madera y tierra. De pequeño, jamás conoció el agua corriente, ni la luz eléctrica, ni el servicio sanitario... Su madre cocinaba con leña y utilizaba la ceniza para arrancar la suciedad del suelo.

Alguna vez contó que, de niño, construyó con paja de caña una especie de santuario en medio de un cañaveral, adonde iba a contemplar el cielo y pensar en Dios. Ya adolescente, asistió con entusiasmo a la iglesia católica; pero su acogida al mensaje del Evangelio, a la edad de 16 años, ocurrió de un modo muy singular, que él mismo narra:

«A los 14 años, golpeado por la desilusión, me aparté de la iglesia, pero seguí siendo católico. Dos años después conocí a un pastor metodista, llamado Razziel Vázquez Viera. Este hombre siempre tenía algo que comprar cuando yo estaba atendiendo el mercadito familiar, y nunca desaprovechó la oportunidad para hablarme del Evangelio. Cansado de su insistencia, fui excesivamente agresivo con él: llegué a llamarle “hereje”, justo lo que me habían enseñado en mi iglesia. Siempre el pastor respondió mis agresiones con suaves palabras que desarmaban mi argumentación. Un día llegué a la máxima agresión, en mi rebeldía adolescente; pero, en lugar de enojarse, el pastor me dijo: “No se preocupe, joven, por lo que acaba de decirme, porque yo sé que Dios lo ama a usted tanto como me ama a mí, y yo trabajo para él”. Sus palabras iban acompañadas con una mirada afectuosa. Muy asombrado me dije: “Este hereje es mejor cristiano que yo”. Entonces le pedí disculpas, y desde ese momento comencé a tratarlo con respeto y simpatía. Así, a través de la presencia y la postura pastoral de este hombre de Dios en su diálogo conmigo, además de su predicación, me convertí el día 2 de octubre de 1946».

Todo lo anterior, al igual que las complejidades y contradicciones del momento histórico que le tocó vivir, halló resonancia en un temperamento y una sensibilidad especialísimos. Por tanto, su relevante obra intelectual no puede comprenderse desligada de los hechos de su vida.

Egresado de bachiller en letras, el 2 de mayo de 1948 recibió León su licencia de Predicador Local de la Iglesia Metodista, y al siguiente año ingresó como alumno al Seminario Evangélico de Teología (SET), en Matanzas, donde conoció las emociones, retos y sinsabores que entraña la vida pastoral.

Allí, a sus ángeles tutelares, encabezados por los pastores metodistas Razziel Vázquez Viera y Ángel E. Fuster, vienen a sumárseles hacia 1950 otros dos: el maestro René Castellanos y el doctor Maurice C. Daily, figuras-puente que alentarán en él la pasión por la «cura de almas».

En junio de 1950, siendo aún estudiante del SET, fue designado pastor suplente aprobado de la iglesia metodista en Pedro Betancourt, Matanzas. Su buen desempeño lo llevó, con sólo veinte años, a atender casos pastorales que excedían sus posibilidades. Fue entonces cuando algunos amigos le sugirieron que renunciara a un trabajo para el que no contaba con las herramientas indispensables. Pero él, con la convicción profunda de que Dios lo había llamado al ministerio cristiano, prosiguió con enorme tesón. Acaso sin proponérselo, nacía el insigne terapeuta pastoral que es hoy.

Al finalizar la carrera teológica, Jorge León fue ordenado diácono el 20 de junio de 1952, y seguidamente matriculó el doctorado en Filosofía y Letras (con especialización en psicología) en la Universidad de La Habana. Tras graduarse, fue nombrado profesor de Psicología Pastoral en el seminario evangélico unido, su alma máter. La década de los cincuenta sería testigo, además, de su ordenación al oficio de presbítero el 25 de junio de 1954; de su profesorado en el complejo educativo metodista Candler, en Marianao; y de su tarea como pastor de las iglesias metodistas de Jovellanos y Central de La Habana.

Con el advenimiento de la Revolución cubana, cuya orientación socialista-marxista implicó la nacionalización de la enseñanza privada, el seminario evangélico de Matanzas se convirtió en el espacio por excelencia para el ejercicio de su vocación magisterial. En unas circunstancias realmente difíciles, ocupó León el rectorado del mismo entre 1963 y 1966, sucediendo en el cargo al doctor Alfonso Rodríguez Hidalgo. (Por esa época ostentó también los cargos de secretario ejecutivo y presidente del Concilio de Iglesias Evangélicas de Cuba, actual Consejo de Iglesias de Cuba.)

Resulta imposible imaginar lo que significó en su vida el 23 de noviembre de 1965, día que marcó el inició de un nuevo capítulo en la historia del SET. En esa fecha, un grupo de jóvenes seminaristas fue detenido y obligado a prestar servicio en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), creadas con el fin de emplear en labores agrícolas a ciudadanos poco confiables para ser alistados en las filas del Servicio Militar.

Visto así, no ha de haber sido fácil para él, joven de 33 años, dar continuidad a la obra iniciada por el Maestro Alfonso, como tampoco lo debió haber sido sortear presiones ejercidas en direcciones contrapuestas: por un lado, la lucha ideológica contra las «sectas religiosas» librada por el Gobierno cubano; y por otro, los dogmas y actitudes vehementes emanados del pensamiento cristiano-revolucionario que se trataba de imponer en Cuba.

Cabe imaginar que estos y otros factores, hicieron que al concluir su período como rector, el 31 de mayo de 1966, Jorge León declinara ser reelegido para otro mandato al frente del Seminario. Sin embargo, nada lo detuvo en su afán de fomentar el desarrollo de la educación teológica e impulsar la plena realización humana.

A mediados del propio año, marchó a Francia junto a su esposa para cursar estudios doctorales en teología con mención en Nuevo Testamento, en la Facultad de Teología Protestante de Montpellier. En ese centro, bajo la guía del profesor Michel Bouttier, quien fuera su tutor y amigo, elaboró y defendió en junio de 1967 su tesis de grado sobre la unidad de la iglesia en las imágenes de la Epístola a los Efesios. (Una versión revisada de esta, titulada Teología de la unidad, sería publicada cuatro años más tarde por la Editorial La Aurora, dentro de su Biblioteca de Estudios Teológicos.)

En Europa, León permanece expectante a las noticias que le llegan de Cuba, que no resultaban muy alentadoras: la inesperada muerte de su amigo Ángel Fuster, cabeza del metodismo cubano, le ha sumido en una profunda tristeza; otros de sus seres queridos han dejado la Isla; varios de sus colegas se han exiliado, y otros pastores cumplen condenas en cárceles cubanas.

Terminados sus estudios en Francia, y al no contar con el permiso o las garantías suficientes para volver a su país, se trasladó a vivir y desarrollar su carrera en Argentina. Se sabe que no resultó fácil para él ni para su familia adoptar tal decisión. Desde entonces hasta hoy, la añoranza por Cuba ha sido una constante en su vida.

Cuando se radicó en Buenos Aires, en 1967, Jorge León se hallaba colmado de ideas y proyectos, nacidos o reafirmados al calor de sus viajes por diversos países, donde había conocido personalidades, obras y ambientes que habían ensanchado sus horizontes culturales, ya amplios de por sí.

En esa ciudad, comenzó a enseñar en la antigua Facultad Evangélica de Teología (hoy ISEDET), mientras fungía como pastor adjunto de la Iglesia Metodista Central. Asimismo, realizó un posgrado en psicoanálisis en la Universidad Argentina John F. Kennedy. Entonces, con su aguzada inteligencia y esmerada formación, a partir del conocimiento obtenido sobre los métodos de cuidado y asesoramiento pastoral, madura su concepción de la orientación terapéutica y del papel que en ese campo le tocaba desempeñar, el cual ha sabido cumplir, con notable acierto, en las últimas cuatro décadas.

Aunque escasamente difundidos en Cuba, sus casi veinte libros y numerosos artículos han jugado un papel importante en el desarrollo de la psicología pastoral en América Latina. Entre los títulos que se enmarcan en la temática están Psicología pastoral para todos los cristianos (1971) y Psicología pastoral de la iglesia (1977). Con estas dos obras, Jorge León quedaba consolidado como un escritor capaz de sacar a debate problemas trascendentales de la realidad humana, y expresarlos con lenguaje y estilos simples y accesibles a todos. Repárese en cómo, sin prejuicios ni temores, ha mezclado una serie de recursos psicológicos, homiléticos y exegéticos, con otros provenientes de la historia y de la tradición vernácula, para alcanzar tales objetivos. En otros de sus libros posteriores —Psicología pastoral para la familia (1998), Psicología pastoral de la depresión (2002), y Tres caminos para conocerse a sí mismo y alcanzar la salud integral (2004)—, la obra de Jorge León no hará sino intensificar las características hasta ahora señaladas.

Fuera del mundo editorial, León, con su proverbial maestría y sencillez, ha ejercido el pastorado en diversas congregaciones metodistas, y ha dictado cursos y seminarios en numerosos países. Importantes han sido también los aportes por él realizados a través de la tutoría de tesis y otros proyectos investigativos, labor que ha rebasado las fronteras de su segunda patria.

Según él, por su consultorio han pasado centenares de pacientes: desde familiares, feligreses y amigos, pasando por colegas y vecinos, hasta criminales de guerra en Vietnam y luchadores contra la dictadura militar argentina.

Con envidiable energía, dirige aún el Programa Permanente de Psicología Pastoral y es miembro activo de la Fraternidad Teológica Latinoamericana y la Sociedad Argentina de Escritores.

Jorge León, el pastor y maestro eternamente joven, a sus ochenta años continúa entregándose por amor a su prójimo. Dentro de pocas semanas, cumplirá también 60 años de incesante ministerio pastoral. Su celo evangelizador y la fuerza extraordinaria de su palabra continúan impactando a muchos.

Hace diez años me confió que le restaba «poca cuerda», pero aún se mantiene en la lucha. El esfuerzo, el interés y la perseverancia continúan signando su quehacer.

Por tan gratas razones, querido Jorge, cuando tu vida y tu obra se elogian hoy en Buenos Aires y, por extensión, en tu isla amada, junto a un cálido abrazo no podemos menos que decirte, con gracia cubana y acento porteño: ¡Para vos no pasan los años, che! ¡Estás hecho un pibe!

¡Feliz aniversario, salud y larga vida para ti y los tuyos! ¡Que Dios continúe bendiciéndote!


El autor (Santa Clara, Cuba, 1976) es profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario Evangélico de Teología, en Matanzas. Su actividad investigadora y editorial se ha centrado en temas históricos del protestantismo cubano, especialmente la obra misionera, la educación teológica ecuménica y el pensamiento protestante del siglo XX. (lourdesg.mtz@infomed.sld.cu)


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