por ligia guillen
Soy la madre de mi madre,
la vida me dio esa oportunidad,
ahora la cuido como a mi niña pequeña.
Ella también me siente como su mamá
y me lo dice. Depende de mí como yo lo hice
hace mas de 60 años.
Al verla tan indefensa la ternura me invade,
quiero tomarla en mis brazos, acunarla
en mi pecho, decirle cuanto la amo,
amamantarla mientras le cuento la historia
de una niña -mi madre- que hablaba
con los pájaros y al nacer recibió
maravillosos dones.
Esa niña después fue una mujer de fábula
que honró su origen. Le recuerdo
que debe estar orgullosa de mi madre,
una persona fuera de lo ordinario.
Yo estoy pendiente de todo lo que necesita
de darle lo que le gusta, de evitar lo
que le molesta. Acordarme de comprarle pañales,
los caramelos de naranja y los pasteles
de manzana del McDonalds que le encantan.
Vivimos las dos solas en Cabo Coral,
un pueblo alejado de Miami, en la península
de La Florida. Un lugar con muchas casas
vacías y terrenos baldíos. Es como si estuviéramos
retiradas en un convento en el campo.
Pero nos sentimos bien, es tranquilo,
no hay tráfico ni bullicio de ciudad grande.
He descubierto sus debilidades que nunca noté
pues su temple fuerte y su carácter indomable
ante las dificultades me hicieron suponer
que no le temía a nada. Pero le tiene miedo
a la oscuridad, a dormir sola, a las tormentas,
a los rayos y a los huracanes. No le gusta dormir
con la puerta cerrada.
Conozco las cosas que disfruta, le gustan los pájaros
las mariposas, las flores del campo. Le encanta comer
tortillas de maíz con cuajada fresca, rosquillas
con café y elotes asados.
Juntas vemos muchas películas. Ella prefiere
las del viejo oeste norteamericano, especialmente
si trabaja John Wayne, su héreo favorito. Disfruta
las de acción y las románticas como
"Lo que el viento se llevó".
Por las mañanas mientras tomamos café
con rosquillas nos contamos nuestros sueño;
nos hacemos confidencias y repasamos recuerdos
de mi infancia y la suya y nos sorprendemos
al encontrar ciertas similitudes.
Lo que me gusta especialmente son los ratos
al final de día cuando nos sentamos en la terraza
para mirar los celajes del atardecer.
En esos momentos aprovecho para preguntarle
sobre la familia de mi padre que ella conoció bien.
Le pregunto sobre el abuelo Manuel
y las abuelas y los bisabuelos.
Ella me cuenta anécdotas de cuando
papá era joven y vivía allá en el pueblo
del Jícaro, perdido en las montañas
de Las Segovias.
Los Ortez de papá eran originarios
de Susucayán,-gente de tez blanca y ojos azules-
que tenían la costumbre de casarse sólo entre ellos.
El bisabuelo Pablo Guillén Ortez fue el primero
en romper la tradición y casi ocurre una tragedia.
Por supuesto que mi niña recuerda también
historias de sus padres. Como el encuentro
del abuelo Felipe Valenzuela Torres -su papá-
con los dos cadejos, el blanco y el negro.
En sus recuerdos está el hombre sin cabeza
que en noches de Luna llena se paseaba
por el jardín de la abuela, vestido todo de blanco.
Mi pequeña cree en los Ángeles, en el cielo,
en el Demonio y en el infierno, y a éso es
a lo que teme más. Reza a todas horas, ha rezado
toda su vida pero ahora tiene mas tiempo para hacerlo.
Es devota de San Antonio y cada vez que se me
pierden cosas le ruega que aparezcan.
Es muy curiosa, quiere saberlo todo,
los inventos nuevos, los adelantos científicos,
los escándalos políticos. Me preguntó
cómo funciona la Internet y al explicarle
recordó que la abuela Eudoxia -su mamá-
al conocer la radio dijo que nunca se imaginó llegar
a ver semejante maravilla.
Mi niña se asombró igual la primera vez
que vió y habló por Skype con mi hija Ana
que vive en Guatemala. Reconoció que
es una suerte ser testigo de estos inventos
y le da gracias a Dios por ello.
Como todo niño tiene sus caprichos
y sus manías. Las rosquillas y las tortillas
de maíz las come sólo con café negro.
Antes de acostarse tiene que tomar una taza
de café con leche para que no sentir hambre
a medianoche. Se cura el dolor de garganta
con miel de abejas, la irritación de los ojos
con enjuagues de agua tibia salada. Ella tiene
un remedio para todo.
Así van pasando los días y nosotras pasamos
con ellos, el Tiempo es el único que permanece.
Quiero creer que cuando mi niña se vaya
yo estaré con ella y la despediré en mis brazos.
Cabo Coral, península de La Florida.
lunes, mayo 10, 2010
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