jueves, julio 12, 2007

GRACIAS AL PERIODICO EL TIEMPO DE COLOMBIA

Julio 8 de 2007
'Colombia debe vomitar sus muertos'

EL TIEMPO
'No tengo la esperanza de que mis libros cambien la humanidad. Tampoco es esa la función de la literatura', afirma el escritor, quien acaba de crear en Portugal la 'Fundación José Saramago'.
El escritor portugués invita a que se pierda la paciencia. Ante un a clase poderosa que no piensa en el pueblo, la sociedad civil debe intervenir.
Domingo de sol en Bogotá. El escritor portugués José Saramago desayuna en un hotel de cara a la carrera séptima. Mira a hombres y mujeres que pedalean en la ciclovía y piensa: "Se les ve con tranquilidad, serenidad. Dan la imagen de un pueblo feliz. Pero hay una guerra terrible".
Saramago, Nobel 1998, está en Bogotá para participar en una charla titulada 'El libro como instrumento de paz'.
Pero, ¿cree que la literatura sí puede llevar a la paz?
El libro, tomado como símbolo, puede contribuir. Pero tengo algunas dudas sobre esa afirmación tan rotunda. Los seres humanos somos muy complicados. Puede ocurrir que un torturador llegue a su casa y se ponga a leer. No podemos olvidar que los libros no son todos inocentes. Sería estupendo que nos llevaran a la paz. Si así fuera, la humanidad ya estaría salvada.
Usted ha dicho la literatura no puede cambiar nada.
No cambia nada. La literatura tiene influencia en personas. Pero ¿el que dispongamos de Cien años de soledad hace una cantidad de años ha cambiado algo? No. La literatura es una aventura personal. Es como si nos dejaran en una isla desierta y tuviéramos que hacer nuestros propios descubrimientos, abrir senderos, buscar fuentes. Eso es la lectura. No tengo la esperanza de que mis libros cambien la humanidad. Esa no es la función de la literatura.
Sin embargo, en libros como 'Ensayo sobre la ceguera' busca abrir conciencias.
Mensajes no me interesa enviar. Quién soy yo para hacerlo. Pero es cierto que a partir de Ensayo sobre la ceguera mis preocupaciones como escritor cambiaron. Lo he explicado en una conferencia que lleva el título de La estatua y la piedra. La tesis mía es que la estatua es la superficie de la piedra. Hasta El evangelio según Jesucristo yo estaba describiendo la superficie de la estatua; a partir de Ensayo sobre la ceguera intenté pasar al interior de la piedra. A partir de ahí, los problemas que expongo van más al individuo.
En sus libros, sus personajes femeninos son más fuertes.
Así es, pero no es un invento literario. Si miramos la realidad, vosotras sois más sólidas, más objetivas, más sensatas. Para nosotros, vosotras sois opacas: os miramos, pero no logramos ir adentro. Estamos tan empapados de una visión masculina que no entendemos. En contrapartida, para vosotras, nosotros somos transparentes. Lo que me preocupa es que, cuando la mujer llega al poder, pierde todo aquello. Hay tres sexos: femenino, masculino y el poder. El poder cambia a las personas.
A pesar de sus decepciones políticas, se ha mantenido firme en sus convicciones.
Uno tiene convicciones y vive con ellas. Si las abandona, ¿qué queda? Nada. Aunque las cosas no sean tan puras como las imaginé, sigo siendo lo que he sido. Al menos puedo decirme a mí mismo que no me he dejado contaminar.
Hace poco advirtió sobre el posible regreso del fascismo.
De alguna forma ya se ve en la concentración del poder en organismos que no son democráticos. En Europa estamos asistiendo al resurgir de la derecha, a la presencia de la extrema derecha con insignias fascistas. Y ¿todo en nombre de qué? De que no estamos contentos. ¡Pero entonces hagamos una revolución! Una revolución que no necesite armas ni cause víctimas. En el fondo, yo lo resumiría en esta frase: no cambiaremos la vida si no cambiamos de vida. Hay que perder la paciencia.
¿Cómo sería perder la paciencia?
En Ensayo sobre la lucidez la gente ha perdido la paciencia. Elecciones, elecciones y elecciones... y nada cambia. Ahora está la paradoja de gobiernos de izquierda que hacen política de derecha.
En ese sentido, ¿cómo ve el resurgir de la izquierda en países de América Latina?
Hoy no veo nada más estúpido que la izquierda. Sufre de una especie de tentación maligna, que es la fragmentación. Unos enfrentados a otros, por grupos, por partidos, por opciones. Viven en medio de confusión porque están conscientes de que el poder se les escapó. Hay una tentación autoritaria en muchos. De los ideales no queda nada.
Pero sigue siendo comunista.
Yo digo en broma que lo soy por cuenta de alguna hormona. No tengo más remedio. Ser comunista, o ser de izquierda, es un estado del espíritu. Puede que hayas sido derrotado, pero te mantienes.
¿Queda la esperanza?
Mira, la esperanza es como la utopía. Y si yo pudiera borrar la palabra utopía del diccionario y de la mente de las personas, lo haría. Posponemos y posponemos lo que queremos ser. La esperanza siempre la tenemos, claro. Es lo que hace, en muchos casos, que la vida sea soportable.
Frente a otros escritores que limitan su responsabilidad a sus textos, usted se compromete. Acaba de crear una fundación para trabajar por los derechos humanos, el medio ambiente...
Bueno, cada uno hace lo que quiere. Pero yo creo que el escritor no es un ser desquiciado. Es un hombre que hace su trabajo -comunica ideas, transmite emociones-, pero además es un ciudadano. Si su condición de escritor se sobrepone a la de ciudadano, entonces puede decir que su obligación la tiene toda con su trabajo (con el texto, que algunos nombran como una especie de hostia sagrada). Pero no es el texto lo que cuenta. Es el contexto. En ese contexto está el ejercicio de la ciudadanía.
Acaba de escribir las memorias de su niñez, de su preadolescencia. ¿Cómo ve a los jóvenes de hoy?
Si yo pudiera vivir otra vez mi infancia, la quisiera sin cambiarle nada. Nací en una familia de analfabetos, en casa no había libros, no tengo estudios universitarios. Uno crecía y aprendía algo para tener rápidamente un trabajo. El gran problema hoy es que los chicos y las chicas no tienen pasado. Solo tienen presente. Nosotros, a esa edad, teníamos un pasado; no solo nuestro, sino de la familia. Para las generaciones jóvenes el pasado no existe. Colombia lleva 50 años viviendo una tragedia. Y esa tragedia no los toca, cuando debiera tocarlos.
Reina la indiferencia.
Colombia podría ser, o haber sido, el paraíso. Pero hoy no se ve luz al final del túnel. Hay desaparecidos, secuestrados, paramilitares, guerrilleros que en un principio, supongo, tuvieron ideales para cambiar algo pero degeneraron en secuestradores y narcotraficantes, y lo peor es que ya no sabrán vivir de otra forma.
Y no perdemos la paciencia.
No la perdéis. Quizá la posibilidad de que cambie esta situación es que la sociedad civil colombiana intervenga. El primer paso es salir de la aparente apatía en que se encuentra. Moverse, conmoverse. El día que la tierra colombiana empiece a vomitar sus muertos, esto quizá pueda cambiar. No los vomitará materialmente, claro, sino en el sentido de que los muertos cuenten. Que vomiten sus muertos para que los vivos no hagan cuenta de que no está pasando nada.
"El primer paso es salir de la aparente apatía. Moverse, conmoverse. Que vomiten sus muertos para que los vivos no hagan cuenta de que no pasa nada".Sobre la realidad colombiana.

MARÍA PAULINA ORTIZ
Redactora de EL TIEMPO

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