Por Bibe Vázquez Robles
Paco Miliàn fue nuestro compañero de kindergarten y después de primer grado en el aula de Trina Madrigal. La relación escolar se tronchó en ese momento porque a mi me matricularon en el colegio “Aguayo”, en Cienfuegos y el siguió en la misma escuela pública, creo, que hasta tercer grado.
Jugaba bien a las bolas (canicas), pero donde gozaba de verdad era cuando, jugando a los trompos, “le metía un puyazo” al trompo de Orlando el de Teresa. Su grave y triunfadora risa millonaria nos envolvía a todos y nos hacía partícipes de sus logros.
Todos y cada uno de los apodos de los muchachos de nuestra generación fueron obra de él: al anterior Orlando, como camina con cierto vaivén, lo “bautizo”: “Aura Coja”; a “Monguito” Romero, “El Indio Taboa”: a Juanito, el hijo de Juan Brito: “Juanito Sin Huesos” y, posteriormente, “El Camello” y así sucesivamente.
Huérfano de padre y madre, fue cuidado él y su hermana menor, Carmita, por sus abuelos. La escuela fue dejada atrás porque la necesidad de alimentos era eso: necesidad. Y nuestro gordito y risueño amigo de la infancia (y de siempre) abandonó y olvidó, en una gaveta cualquiera, sus lápices y cuadernos; se hizo de un cajoncito de limpiabotas y “pa’la calle a buscarse los féferes”; eso sí llevándose consigo su perenne y contagiosa simpatía.
Cobraba un medio por cada limpieza –igual que los demás- ; supongo que sacaría cuarenta o cincuenta quilos diarios, un día con otro, incluyendo los sábados y domingo.
En ese cotidiano “jelengue” se pasó varios años, yo aseguraría que toda su infancia. Mas, Dios nunca olvida a sus buenos hijos y un golpe de suerte tocó a Paco:
¡¡“Guayabo” se va pa’labana”!!
“Guayabo” Pelegrìn -el hermano de Josefa, la mujer de Enrique Fernández, que son los padres de “Miguelòn”, Samuel, “Felele”, “Mongo” y Conchita- que es el limpiabotas “oficial” de la barbería, se muda para La Habana -¡no viró màs nunca ni se supo màs de él!-. Nuestro héroe se entera primero que nadie de dicha partida y, ni corto ni perezoso, se lanza en la conquista de tan codiciado puesto de trabajo. Lo logra, la gente rumoraba que tuvo que darle a “Guayabo” como veinte pesos por la “acción”. Un verdadero “capitalazo”. Pero mereció la pena.
Este sillón (no sabemos porque se llama de esa forma, ya que es fijo, no se balancea) es el único que existe en el barrio. Se encuentra situado estratégicamente en la misma entrada de la barbería de Juan Pablo, lo cual le permite a Paco gozar de una clientela mucho màs amplia que cuando su labor era ambulatoria. Pero, no es esa solamente la tarea que debe satisfacer a diario, pues ahora le traen los zapatos sueltos; o sea, cuando no hay nadie sentado en el sillón él trabaja cumplimentando las asignaciones.
Sus ingresos se han incrementado porque ahora lustra màs botas, màs zapatos y ha sumado a los anteriores los de mujer, etc. Es un experto con el betún, la antina Griffin, el paño y los cepillos. Lo vemos como disfruta su hacer. Para él el limpiar con un trapito empapado en agua enjabonosa su zona de trabajo no es a la ligera, ya que pone todo su empeño en ello. Después cepilla ligeramente y pasa el paño para secar totalmente y, enseguida, da comienzo a la limpieza. Paco, cuando aplica el betún, no lo hace con las puntas de los dedos índice y del centro, no, lo impregna con… ¡el alma! Y para darle el toque final, suena una y otra vez el paño. ¡Qué manera de gustarle su trabajo a este buen paisano! Mas, su deleite alcanza el clímax cuando lo que tiene entre sus manos es un WalkOver de dos tonos –blanco y negro o carmelita- con 15 ò 20 huequitos en la punta (dicho modelo luego fue ampliamente copiado por diferentes marcas). Primero bruñe toda el área oscura, enseguida pasa, con un cepillito de dientes, la blanca pasta, la deja secar un poquito y luego la empolvorea con una diminuta mota. Ya. Ahora, a la parte del orfebre: resaltar en blanco los orificios de la punta. Acerquémonos. Paco se limpia, escrupulosamente, las manos; las abre y cierra, como comprobando que sus articulaciones y dedos están listos para llevar a feliz término la obra en la que ha estado inmerso. Toma un palillo de dientes y con el índice y el pulgar lo hace girar sobre su eje, introduce su mano derecha dentro del calzado en turno y con la punta del mondadientes extrae, cuidadosamente, la suciedad que cubre cada hoyito. Sopla esas menudencias. Agarra un palillo limpio y le moja la punta en la pasta argentina y, como si fuera un relojero, va rellenando, con precisión, agujerito por agujerito. Hay que verlo después que logra su obra: la observa, la ojea con deleite y, si algún joded… esta cerca y se percata de la maestría alcanzada y casi grita:
- ¡Coñ…, Paco, te la comiste!...
nuestro máxime artífice se infla de un orgullo que le sale hasta por los poros; y si el anterior agrega con igual énfasis:
- … ¡De verdad que te ganaste esos veinticinco quilos! (ese era el precio de tal limpieza)- la sonrisa le cubre toda la cara y el ja, ja, ja espontáneo y placentero se le escapa de inmediato.
Si eso no es satisfacción, felicidad, por la labor cumplida ¡que venga Dios y lo vea!
Los años pasaron y ya yo vivía en La Habana, lo cual no era obstáculo para que, siempre que tenía chance, aparecerme en Caunao.
- ¡Vamos, levántate! ¡Dale!- es Pinocho sonriendo que me urge a que acabe de salir de la cama.
Me lleva hasta el portal y miro para donde estaba el “bar” de Armando Santos y veo a Felipe Gil, a “Chicharito” (Jesús González), al Manco, a René Molina y a tres o cuatro jod… màs que no recuerdo ahora, muertos de risa, observando a Paco caminando por el medio de la calle. Me doy cuenta enseguida que aquí hay algo raro, pues el ceño de Paco está fruncido, camina mirando casi a las nubes, sus dedos pulgares los tiene –a falta de tirantes- en sus axilas y los cuatro restantes de cada mano juguetean en su pecho. Su andar pausado da la sensación de algo de prepotencia. Me vuelvo, intrigado, hacia Pinocho, que al ver mi actitud revienta en convulsas carcajadas. Al fin se calma un poco:
- ¡Na’, ahora está a nivel de Cacicedo y de Castaño! (los dos hombres más ricos de Cienfuegos)…
- ¡¿!?
- …porque en la ultima ofensiva revolucionaria le intervinieron el sillón de limpiabotas.: ¡y ahora es un “siquitrilla’o” también!
miércoles, julio 25, 2007
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