CUBARTE
CUBA
Carlos Manuel de Céspedes: “Padre de un pueblo”
Por: Eusebio Leal Spengler
03 de Marzo, 2008
(Cubarte).- Nuestra institución, la Oficina del Historiador, está ligada profundamente al culto de Carlos Manuel de Céspedes. Fue precisamente en ocasión del primer centenario del inicio de las luchas por la Independencia de Cuba, el 10 de octubre de 1968, que se inauguraron las primeras salas del Museo de la Ciudad de La Habana. Y fue una de las figuras más esclarecidas de la Revolución, la inolvidable Celia Sánchez Manduley quien me entregó la bandera del alzamiento de Céspedes el 10 de octubre de 1868, así como otros objetos históricos relacionados con esta sala que recibiría un nombre muy particular: Cuba heroica.
¿Porque tomó ese nombre? Lo tomamos de un libro muy hermoso escrito por uno de los libertadores en los primeros años del siglo XIX, cuando había pasado muy poco tiempo de la muerte de José Martí, y a muchos años de la muerte de Céspedes, ocurrida un 27 de febrero de 1874.
Se lamentaba el autor de la obra, el Coronel Enrique Collazo, del olvido a la madre de los mártires que habían luchado por la libertad del país, sometido entonces a un proceso de dudosa recuperación de su soberanía, pues apenas había concluido la segunda Intervención Norteamericana.
La figura de Céspedes es como el arco fundamental, la piedra miliar de la historia de nuestra patria. Es cierto que antes de él existieron, lo que llamamos los precursores de la Independencia, los protomártires de la independencia que fueron primero que los mártires. Se dice esto porque estamos hablando de dos siglos atrás, cuando por primera vez algunos hombres y mujeres concibieron en ideas la posibilidad de crear una patria para los cubanos, en medio de una realidad colonial que comenzaba a derrumbarse.
Precisamente este año 2008, empezamos a reconocer en la Historia de América, dos siglos atrás, el inicio de los movimientos para transformar la sociedad latinoamericana como ocurrió en Ecuador, Bolivia, México, en distintas latitudes del continente; también en Cuba y Puerto Rico.
Ese momento es clave para nosotros porque Cuba se queda fuera de esa realidad. Después de 1810, desde México hasta el Río de la Plata, comienzan los movimientos revolucionarios. En Cuba y Puerto Rico, por su condición geográfica y por no estar creadas aquí las condiciones de la forja de la nacionalidad cubana, no estaban aun amalgamados todos los elementos que la conforman y no pudo sumarse al movimiento continental libertador.
Fue necesario que pasase mucho tiempo. En Cuba se dieron situaciones que no ocurrieron en otros lugares del continente. Por ejemplo, la corriente de anexión a los Estados Unidos que tanto impactó a Puerto Rico y Cuba, no fue igualmente potente en los países de América del Sur. Ellos tenían otras tradiciones y sus raíces se hundían con más profundidad en un distante pasado.
En 1868, Céspedes quien era ya un hombre maduro, que sobrepasaba los 50 años -que era mucho para aquella época-, había concebido su plan político y tenía la idea clara de qué hacer. Para algunos historiadores, el acto del 10 de octubre se produjo a partir de un análisis frío y de laboratorio y fue el estallido provocado por una clase social acorralada por condiciones adversas. Para nosotros, a partir del monumental discurso de Fidel el 10 de Octubre de aquel año del primer centenario, coincidente con el análisis de toda la más pura y mejor historiografía cubana, no hay dudas: Céspedes expresó los más altos y elevados sentimientos de un pueblo que aparecía en la historia. Le acompañaron un puñado de hombres y sus actos fueron precedidos por contactos con el Occidente, La Habana, los territorios centrales…
Entonces, Cuba estaba dividida en tres territorios. Por eso la bandera tiene tres cintas azules que recuerdan el Oriente, Occidente y el Centro del país: Esa división llevó a Céspedes y sus hombres a consultar al Centro, al Occidente y a los conspiradores de Oriente. Hoy todo parece fácil pero la naturaleza de aquellos territorios era totalmente diferente. Camagüey era tierra de inmensos bosques todavía no talados y pocas praderas dedicadas a la ganadería. Oriente, en gran parte, era todavía un territorio virgen y las Sierras eran montes impenetrables. Ellos lograron comunicarse entre sí a pesar de la adversidad geográfica y crearon organizaciones revolucionarias fraternales, en las cuales los hombres se unieron a partir de un juramento y una creencia firme: todos los seres humanos nacían iguales, existía una providencia divina y ese triángulo equilátero, con sus tres caras, simboliza lo que ellos se consideraron: albañiles de una gran obra que debían construir, y todos formaron fraternidades presididas por la palabra masón que significa albañil.
En Camagüey existía una fraternidad nombrada Tínima, en Oriente, junto a Céspedes, otra muy importante: Buena Fe. Reunidos en torno a ella conspiraron. Y la conspiración es un arte difícil en tiempos de represión. Bien lo saben los viejos combatientes. El precio es muy alto para los que se atreven a hacerlo. Por último, se produjo el levantamiento varias veces pospuesto.
¿Qué decían algunos compañeros de los que estaban junto a Céspedes? Debemos esperar una nueva zafra azucarera, porque hay que tener dinero para el levantamiento. Alguien le preguntó a Céspedes: ¿Con qué contamos, quién tiene las armas? Y él respondió como un rayo: “Ellos las tienen”.
Les planteó así el desafío de que no se podía esperar y había que tomar esas armas del adversario y luchar por nuestra patria. Recuerden que si sobrevenía alguna delación y si el gobierno se enteraba aquí, en este Palacio de los Capitanes Generales, de lo que estaba ocurriendo en el Oriente de Cuba y en el seno de las fraternidades, el acuerdo era que el primero que fuese sorprendido, provocaría el levantamiento automático de los otros.
Hubo una última reunión en una finca solitaria en el campo y allí se escucharon distintas voces. Las dudas continuaban y él, finalmente, pronunció sus palabras que han quedado para la historia: “Alzarnos es lo conveniente, el poder de España está caduco y carcomido y si hace tanto tiempo está sobre nosotros y nos parece grande y poderoso, es porque lo miramos de rodillas”.
Alcémonos, fueron sus palabras. El 10 de Octubre de 1868, en horas de la madrugada, por el telégrafo comenzaron a llegar informaciones al Palacio de los Capitanes Generales, pues horas antes ya los militares tenían conocimiento de que muchas personas habían salido de sus casas y de sus pueblos, en Manzanillo, en Bayamo, en las haciendas ganaderas de los ricos hombres que formaban aquél núcleo inicial que nosotros llamamos “El Patriarcal”.
Céspedes, apareció por última vez con esa imagen del hombre del poder, portando su precioso bastón de oro y carey, el gran diamante colocado en su dedo. Todo esto lo abandonará. Lo que más trabajo le cuesta a los hombres es abandonar sus riquezas y él las entregó todas. No solamente él, sino otros también, como Francisco Vicente Aguilera, quien dejó enormes fincas y liberó también a sus propios esclavos.
Los esclavos podían ser comprados en el mercado. Los periódicos traían la noticia: se vende una negra planchadora, buena cocinera, para ayudar y servir a un enfermo, con su cría de ocho años y con otra de nueve meses. Esa era la realidad de Cuba.
Asombroso es que en el espacio de tiempo de poco más de un siglo, pudiese derrumbarse una sociedad esclavista. Si eso fue posible, en gran medida, fue gracias a Céspedes. Y no lo esperaba sólo ese desprendimiento de los bienes materiales pues otras cosas más requeriría la Revolución de su voluntad. El 10 de Octubre de 1868 cumplía años la Reina Española Isabel II y era la fiesta oficial del Estado. Se habían enviado las invitaciones para la fiesta que se celebraría en éste Palacio. Sin embargo, las noticias que llegaban desde distintos puntos de Cuba, anunciaban que esa fiesta se había aguado por lo inesperado. Durante la madrugada, en un lugar llamado “La Demajagua”, cerca de la ciudad de Manzanillo, frente al gran golfo de Guacanayabo, en el ingenio de su propiedad, Carlos Manuel de Céspedes, rodeado de aquellos hombres que le acompañaron teniendo como escenario al fondo, la imagen de la Sierra Maestra, proclama: La Independencia de Cuba, libertad para sus propios esclavos, derecho a su ciudadanía y a ser hombres libres. Después reparte armas y comienza una marcha que los llevó con la bandera fundacional, al pequeño pueblo de Yara, donde por falta de organización y de capacidad combativa son dispersados por una guarnición española. Llueve además, y como las armas que ellos tenían eran antiguas y si se mojaban no podían disparar, se vieron de pronto inermes y solos. Pero quedaron sólo doce hombres que rodearon a Céspedes junto a la bandera. Entonces él dijo esas conocidas palabras: con sólo doce hombres basta para hacer la Independencia de Cuba.
Posteriormente reorganizados, subieron a los montes y comenzaron una lucha larga y tremenda. En abril del año siguiente, 1869, se reunieron en un pueblo de Camagüey llamado Guáimaro. Allí acordaron que los cubanos necesitaban una constitución para sentar las bases de su ideario político.
Esa constitución tenía un solo inconveniente: para aplicarla hacía falta un territorio real y la Revolución no era dueña de nada más que del terreno que pisaban los caballos de los libertadores. De esa manera, el gobierno, la Constitución y el ejército combatían un día y se retiraban otro, porque muy pronto se reunió un poderoso ejército para combatirlos.
Cépedes había nacido en Bayamo y tuvo un particular interés en que esa villa se convirtiese en el símbolo de la gesta revolucionaria. Tomaron la ciudad y la proclamaron primera capital de la Revolución. Fue la primera vez que se reunieron para gobernar hombres blancos y negros, para fundar una visión de la nación cubana.
Gracias a Céspedes y sus compañeros, todos somos y fuimos por vez primera cubanos. Ellos sentaron las bases y cuando ya no se pudo defender la ciudad, porque avanzó sobre ella un ejército poderoso, decidieron darle fuego a lo que más amaban. Bayamo fue destruida y el Ejército Libertador salió de ella, en medio del fuego pero con su bandera ondeante. A partir de ese momento iniciaron una vida errante. Eso duró por diez años.
Los españoles cerraron la isla con varias murallas. La más importante la colocaron entre los pueblos Júcaro y Morón, en Camagüey. En esa, la parte más angosta de Cuba, colocaron un poderoso ejército. Un sólo hombre fue capaz de traspasar esa muralla, con la bandera; un soldado temible que llegó durante la noche al pie de la muralla y la atravesó por aquellos lugares que sólo conocían los que ya se llamaban mambises.
En el momento en que estaban pasando, era la madrugada. Esa zona de Ciego de Ávila donde se cultiva mucho la piña, es de nieblas. Ellos atravesaron la trocha. Había un hombre valiente al que él le dio su niña, la más pequeña, porque también iba su esposa llevando a la niña en brazos. De pronto, se escuchó un disparo, empezó un tiroteo y el hombre que llevaba a la niña sacó su revolver y disparó con él. Él le llamó la atención porque sabía que al relámpago del disparo acudirían los fuegos de los enemigos.
En el momento en que están pasando ese hombre recibe una herida en el cuello, es el General Máximo Gómez Báez, héroe de la Independencia de Cuba, cuyo gran monumento está a la salida del túnel de La Habana, con un pañuelo anudado al cuello porque siempre conservó el recuerdo y la mortificación de aquella peligrosa lesión.
Cuando lo vieron sangrando tanto - hay ciertas heridas en la cabeza, en el cuello que sangran mucho -, le preguntaron: ¿General, qué hacemos? y respondió: “Toquen la marcha de la bandera y pasemos a Occidente”. ¿Por qué lo hizo? Porque Céspedes le había expresado su convencimiento de que un millón de hombres luchando en Oriente no serían capaces de devolver a la Revolución sus días de gloria, si no eran capaces de avanzar hacia el Occidente de Cuba. Carlos Manuel de Céspedes fue elegido presidente de todos los cubanos, pero como no se había logrado la unión en el seno de la dirección de la Revolución, surgieron opiniones diversas sobre cómo hacer las cosas. Y por duro que sea escucharlo, los compañeros terminaron diciendo: él ya no debe ser el presidente. Le llamaron entonces el presidente viejo - como estaba enfermo y había sufrido los pesares de la lucha. Su imagen había cambiado: el pelo era corto y casi blanco, veía muy poco, y eso era imposible en el combate. Lo fue perdiendo todo. Sólo montaba su precioso caballo Telémaco, conservaba su arma y cuando encontró un pequeño lugar en la Sierra Maestra, cerca de Santiago de Cuba, llamado San Lorenzo, y se percató de que había niños que no tenían escuela, se dedicó a hacer una cartilla para enseñarlos a leer y a escribir. De vez en cuando llegaba alguien a visitar al presidente viejo en su casa. Pero un día, un traidor dio a conocer el lugar en que él estaba. Como era un símbolo muy grande de Cuba, fueron a buscarlo allí. Él había hecho un juramento: “mi revólver tiene seis tiros, cinco son para ellos y uno para mí”.
Cuando sintió que había extraños en el pequeño valle, en vez de huir hacia el monte, caminó en dirección contraria y subió a un descampado. Era una loma lo suficientemente difícil de escalar como para que todavía hoy, con una escalera, sea dificultoso llegar al lugar. Allí, por última vez, disparó. Su hijo y otros jóvenes que estaban cerca haciendo unas gestiones, confiados en que el lugar era inaccesible, escucharon los disparos pero no pudieron llegar a tiempo. Céspedes cayó de lo alto de la montaña. Lo sacaron del fondo del barranco y se lo llevaron al litoral desde donde un barco trasladó su cuerpo a Santiago de Cuba donde fue expuesto.
Lo había sacrificado todo. Su hijo Carlos, quien había sido detenido por los españoles, le fue ofrecido a cambio de que él se entregase. Entonces respondió con unas palabras que la historia ha conservado: “Oscar no es mi único hijo. Hijos míos son todos los que mueren por la independencia de Cuba”. Por eso le llamamos Padre de la Patria y Padre de todos los cubanos.
El 27 de febrero de 1874, Céspedes entregó su vida en un sitio llamado Lorenzo, en la Sierra Maestra. Nosotros no celebramos, conmemoramos, que quiere decir hacer memoria. Evocamos cómo él y sus compañeros tuvieron el valor de de enfrentarse al poder colonial y al hacerlo, lo sacudieron con una fuerza extraordinaria, pagando un altísimo precio, el gran martirio de la familia cubana, de la mujer cubana, de los niños, los ancianos, de todos de los que fueron a las cárceles, al exilio…
Por eso los niños de las escuelas y personas de otras generaciones, nos reunimos este día bajo su nombre y su memoria, y colocamos ante su imagen esta ofrenda floral que lleva los colores de la bandera de Cuba, rojo, azul y blanco, lo cual quería decir que todos los hombres se unirían por el ideal de fraternidad, libertad e igualdad. Y una estrella, cuyas cinco puntas simbolizan la unidad en los sentimientos de pureza de todos los hombres buenos y las mujeres buenas. Hemos cumplido ese hermoso deber temprano en la mañana, más o menos a la hora en que llegaron a lo alto del peñón en San Lorenzo, para buscar a nuestro padre, al padre de todos los cubanos.
En la habanera Plaza de Armas se levanta su monumento, en la de Bayamo y en la de Santiago de Cuba, para recordar que él es la piedra fundamental, el punto de partida. Martí hizo de él un maravilloso elogio, lo retrató tal y como aparece en la fotografía, llevando en las manos el bastón de carey y puño de oro: “Señor de hombres que fue una vez, padre de un pueblo que fue luego”.
Fuente: CUBARTE
Correo
miércoles, marzo 05, 2008
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