Desde Venezuela
LA TIERRA, LOS GOBERNANTES POR ELEGIR Y EL PSUV
Eligio Damas
La historia de la formación de la propiedad territorial en Venezuela, es un compendio de injusticias, atropellos y arbitrariedades. Tanto que “Doña Bárbara”, obra de un escritor conservador como Rómulo Gallegos, es en gran medida, un drama sobre ese asunto.
Si bien los “primeros adelantados” o conquistadores, fundamentándose en las arbitrarias “Leyes de Indias”, que otorgaron “derechos” usurpados a la corona española sobre estas tierras y sus pobladores que llamaron América, se apoderaron de lo que le pertenecía a la poblaciòn originaria, “hasta más allá de más nunca”, no obstante el fenómeno de la concentración de las tierras en pocas manos, si no continúa en Venezuela, por lo menos se podrìa afirmar que ha resultado harto difícil hacerlo retroceder significativamente.
Pero antes que hoy, a mediados del siglo pasado, los hermanos Mondragón o los “mondragones”, como los llamase Gallegos, figuras emblemáticas de la novela, hacían de las suyas a favor del poderoso. Onza, Tigre y León, que así se les conocía en el llano en el marco de la novela, apelativos con los que anunciaban su carácter pendenciero, de noche corrían las cercas del hato “El Miedo”, de Doña Bárbara, hacia adentro de las tierras altamireñas de los Luzardo. Así, el fuerte y relancino, aumentaba “su propiedad” en detrimento del débil y respetuoso de los derechos ajenos. De esa manera continuó el procedimiento que antes los adelantados aplicaron el hombre originario. Porque Gallegos no hizo más que reflejar en una obra de creación un proceso cruento que se dada en la vida.
Lorenzo Barquero, pese toda su cultura y méritos académicos, impotente y derrotado, trató de convencer a Luzardo que dejase las cosas como iban, pues la ley del llano, era la que aplicaba Barbarita, la temeraria ama de “El Miedo”. Al procedimiento colonial, conocido como “Composición”, mediante el cual vorazmente los colonos legalizaban posesiones de tierras tomadas arbitrariamente, haciendo un trámite o solicitud y un pago simbólico, se le sustituyó en la república con un simple pero más violento alambrar, de paso cortando todos los caminos y negando a los demás derechos hasta sobre el agua.
Y pese a los Santos Luzardo, sus prédicas y hasta imploraciones, la concentración de la tierra cultivable o no en pocas manos continuó implacable. Tanto es así, que el Censo Agropecuario de 1998, como decir de hoy, denuncia que el 60% de aquella “está en manos” del O, 002 por ciento de las familias venezolanas. Es decir, unos pocos poseen casi todas las tierras y mucha de éstas ociosas estàn. Porque la mal llamada reforma agraria de Rómulo Betancourt, a la larga derivó en mayor concentración de la propiedad de la tierra cultivable y amontonamiento de los venezolanas en las ciudades o enclaves donde se invertía el ingreso nacional.
En la etapa de la urbanización, en los centros donde se adivinaba un crecimiento poblacional rápido y hasta violento, los dueños del capital, en contubernio con los mujiquitas modernos instalados en los concejos municipales y los jefes políticos, familiares y amigos, se apropiaron a precio de gallina flaca de las tierras urbanizables. En la IV república este fue un comportamiento habitual y hasta considerado valedero. Y por esta vía surgieron rápidamente como por arte de magia grandes fortunas.
Ni tan calvo ni con dos pelucas, dice uno ajeno a los tremendismos y poses que no dan espacio al transcurrir libre de la vida. Porque la tierra es una obra de Dios, como el agua, debe estar siempre “en función social”.
El mayor derecho que puede reclamarse sobre la tierra es el de hacer que ella esté al servicio de la subsistencia humana y, para eso, en manos de quienes la trabajan y la hacen producir. El latifundio, entendiendo como tal la concentración de tierras en pocas manos y en gran medida sin producir, no es sólo una injusticia, también un delito y un pecado. Por eso, la constitución vigente, demanda respeto por la propiedad privada, pero también que las tierras, bajo cualquier régimen, no estén ociosas y quien quiera hacerlas producir tenga acceso a ellas.
Uno no deja de asombrarse, como en el llano u otra área agraria del territorio nacional, donde no llegaron los adelantados, en veces no hay espacio ni para construir las carreteras y una alambrada se une estrechamente a la otra. Y sobradas razones para pensar o por lo menos sospechar, que muchas de esas “propiedades” no soportan la más superficial averiguación. Por supuesto, esto también está unido al asunto del latifundio. Es grosero, como en el llano, uno después de recorrer enormes distancias, en zonas aptas para la cría, puede contar con los dedos de las manos las cabezas que allí pastan.
Pero pareciera que sólo Chàvez está obligado a ocuparse de ese drama. Por esa forma de ver el problema, unos cuantos dìas atrás, en “Alò Presidente”, en su natal Barinas, el presidente reaccionó con rabia porque, habiendo abundantes tierras de primera calidad alrededor del sitio donde se encontraba, estas se hallasen ociosas, en estado de latifundio y las autoridades se mostraban indiferentes. Mientras nos vemos obligados a importar una sustancial cantidad de los alimentos de origen agropecuario que consumimos.
Este es un ejemplo, de cómo por falta de voluntad y concordancia cultural con el proceso de cambio, muchos funcionarios no dan respuestas y menos ofrecen parámetros para que los gobernados evalúen y puedan percibir las bondades y las perspectivas de cambio que envuelve el proceso revolucionario. Muchos son los casos de gobernadores, alcaldes, etc., presuntamente en el campo socialista, con conductas y formas de manejar los asuntos públicos, como si estuviesen satisfechos con la estructura existente. Sin mencionar que hay quienes no han sido capaces de hacer adecuadamente las cosas de rutina que en ningún caso implica trascender el orden social. Cabe decir, que muchos, considerados buenos, no han pasado de administrar con eficiencia los presupuestos asignados; por no referirnos a quienes no han podido recoger la basura con eficiencia ni cumplir con el ornato de la ciudad y mucho menos crear posibilidades para la subsistencia digna de los más necesitados.
Como Chàvez no puede ni debe hacerlo todo, esperemos que el PSUV naciente se convierta, como dijo Alberto Muller Rojas, en el mecanismo que vincule el pueblo al gobierno, para que en última instancia, aquel se convierta en dirigente de su destino. Esperemos ademàs, que quienes aspiren a los cargos de gobierno, para ser candidatos aprueben el examen popular que consista básicamente en la revisiòn de las propuestas que presenten, las cuales deben ser para el cambio y creación e impulso de nuevas relaciones. La eficiencia es esencial, pero cuando ella se enmarca dentro del capitalismo es insuficiente por injusta y antihistórica. Por supuesto, la rutina atada al pasado, unida a una conducta ineficiente y hasta poco cristalina, nada tiene que ver con lo que demandan los tiempos y a lo que está obligado el PSUV.
martes, marzo 11, 2008
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