La Santa Espina
Jorge Valls
El marimbista alzó los palillos.
Hubo silencio. Mi padre se paró
y con voz fuerte pidió: “La Santa Espina”.
Yo empecé a descubrir lo que era patria.
Porque la patria está en Él
y de Él nos viene:
zumo cuarcificado de Su obra,
barro por Él tocado o infundido.
Porque la fuente, el río, el agua espera
la mar undosa y el camino
de las espumas esmaltado
de Ti provienen,
el roquedo al beso de la luz emerge.
Tuya es la entrañas del volcán de fuego,
la helada mansedumbre
de los lagos hundidos
y la carne-hembra-mujer
do nos sembramos
o de do emergemos.
Si la tierra no fuera Tuya,
no sería ni la sombra del aire.
No sería. Simplemente así: la nada.
Porque Te quiero a Ti, la quiero a ella;
(y en sus gredas lamo la sangre de los míos).
Porque Tú me alzas allí,
del polvo asciendo hasta mi altura,
para que Tú te inclines y me beses
con gotas que en Tu frente urgió la espina.
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2007
Tu nombre oculto
He ocultado Tu nombre tantas veces.
--¡Y yo no tenía sino a Ti!—
Labré vasos que insinuaran Tus contornos.
Dejé cuentas de oro y de semilla
por el rumbo, para que hallaran la ensarta.
En los clarores del fuego
desdibujé Tu rostro,
y unté con Tu sudor
las lápidas aún vivas,
para que vieran que Tú palpitabas
aun bajo la inmutación inerte.
Porque eso eres Tú: flujo y latido
corpóreo, del sutil derramamiento,
en el instante de sempiternidad alzado.
Número encendido.
Letra de ternísima arqueadura.
Palabra de suscitaciones.
Tal como una hincadura.
Y luego un rugidor borbollo.
Y un hilo agudo de cristal finísimo
prolongado en el silbo
hasta el crucial de leños terminales,
para abrirte hacia adentro
en naves de pasión interminales.
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2007
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miércoles, marzo 19, 2008
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