ENVIADO DESDE CUBA NR
PUBLICADO POR : HECTOR GARCIA SOTO
Subject: palabras de Mons. Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal al recibir
> la Orden de Isabel la Católica / 10 de abril de 2008
>
>
> Palabras redactadas para ser leídas como agradecimiento en la entrega de la
> Orden de Isabel la Católica,
> con el "Grado de Encomienda de Número" de la Orden, a Mons. Carlos Manuel de
Cé
> spedes García-Menocal,
> en la residencia de la Embajada de España en La Habana, el día 10 de abril de
> 2008.
>
>
> (Saludos de rigor según los presentes: embajador de España, funcionarios del
> Gobierno, Cardenal y obispos, otros embajadores y amigos.)
>
>
> Cuando S. M. el Rey Don Fernando VII creó la Real y Americana Orden de Isabel
la
> Católica, el 14 de marzo de 1815, le señaló, como finalidad "premiar la
lealtad
> acrisolada a España y los méritos de ciudadanos españoles y extranjeros en
bien
> de la Nación y muy especialmente en aquellos servicios excepcionales prestados
a
> favor de la prosperidad de los territorios americanos ultramarinos". ¿En qué
> sentido los responsables del discernimiento pueden haber encontrado en mi
> persona tales condiciones? Me hice esta pregunta cuando el Embajador de España
y
> amigo probado Carlos Alonso Zaldívar me comunicó tal otorgamiento. Comparto
con
> Vds. cómo intuyo una posible respuesta, que integre los requerimientos de la
> condecoración y las notas de mi persona en ese orden.
>
> La primera impresión fue de sorpresa; la segunda, de un cierto gustillo.
Aunque
> la consideraba desmesurada para mi tamaño, no me disgustaba esta
condecoración,
> que aprecio desde que conocí su existencia. Luego vinieron las reflexiones.
> Cuando la Orden fue instituida, Cuba no existía como Estado independiente.
> ¿Existía ya como Nación, con una cierta autonomía cultural? La respuesta no es
> evidente, pero lo cierto es que, siendo uno de esos territorios americanos
> ultramarinos que contemplaba el Rey, ya algunos criollos iluminados,
> patrocinados por aquel Obispo vasco que nos quiso bien, se preparaban para el
> parto de la criatura nueva, la Casa Cuba.
>
> Los criollos iluminados comenzaban a pensarla o descubrirla o hasta
inventarla.
> En ella ya estaban instalados los míos. Lo cual equivale a decir que ya estaba
> yo en potencia, pues de mis antepasados soy solidario. Mi familia, por ambos
> troncos, los De Céspedes y los García-Menocal, llegaron a esta Isla, para
> quedarse, desde los inicios del siglo XVII. Algunos habían pasado por ella, en
> ruta hacia el continente o en alguna misión temporal, en fecha tan temprana
como
> el siglo XVI. Los que aquí sentaron sus reales en el siglo XVII provenían de
la
> Castilla más profunda, de Burgos y de su entorno, Espinosa de los Monteros, y
> Medina del Pomar, lugar en el que se conserva un barrio o caserío ruinoso, al
> parecer habitado por fantasmas, llamado "Céspedes", que conozco bien. Me llama
> la atención el tamaño de la antigua Colegiata, semiderruida, que no responde a
> las minúsculas dimensiones actuales del lugar. Insinúa que, siglos ha, el
lugar
> tuvo otras dimensiones e importancia. En esa zona se registra el apellido De
Cé
> spedes, por vez primera, desde el siglo XIII. Otro tanto ocurre con los
> García-Menocal, en la Montaña de Santander, o sea, a unos pocos kilómetros
hacia
> el Norte. Es evidente que yo no he realizado investigaciones personales, pero
> todo esto me lo aseguró un militar español, historiador fiable, hace ya
algunos
> años.
>
> ¿Qué fue de ellos, de los primeros reconocibles? Muchos de aquellos
antepasados,
> de ambas estirpes, hicieron el camino de la Reconquista. Algunos regresaron al
> solar nativo, pero otros continuaron su marcha al Sur, hasta Andalucía. Los De
Cé
> spedes, vinculados con las Casas de Osuna y de Medina Sidonia, recibieron
allí,
> cerca de Sevilla, el Señorío de Carrión de los Céspedes -que he visitado en
> varias ocasiones-, y con él, el Marquesado de Carrión y, más tarde, el de
> Miranda del Pítamo, títulos que, por razones de antiguos mayorazgos, han
> permanecido siempre en Sevilla. En aquellos siglos hispanos de mi familia
hubo,
> en todos sus troncos y ramas, frutos de diversa especie. He mencionado
> militares, pero entre ellos encontramos clérigos -incluyendo un Arzobispo de
> Toledo- y religiosas; hombres de pensamiento, de ciencias y de letras;
políticos
> de diversos colores; mujeres y hombres buenos, pero no faltaron pillastres
para
> completar la especie en esos prolegómenos de mi historia familiar y personal.
>
> Uno de los hombres de esa estirpe, Juan de Céspedes, ya casado con una
> salmantina virtuosa, vino a Cuba con una responsabilidad militar y
colonizadora
> en la zona de Bayamo en torno al 1630. Los García-Menocal corrieron fortuna
aná
> loga y, los que vinieron, en esos mismos años, se instalaron en la zona
> occidental, entre Matanzas y La Habana. El resto, o sea, su historia en Cuba,
es
> mejor conocida. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX encontramos a los De Cé
> spedes y a los García-Menocal en muy diversas zonas de la Isla, conociéndose y
> reconociéndose entre sí, en diversas venturas y desventuras. Del siglo XX...
> mejor es no menearlo. Está muy cerca. Y como en sus raíces peninsulares, la
> especie insular que en mí desemboca es variopinta en lo que se refiere a
> profesiones y virtudes.
>
> Me honra que uno de aquellos hombres del siglo XIX, de formación humanista
> hispana espléndida, sea identificado hoy como el Padre de la Patria. Obtuvo su
> vastísima cultura tanto en las aulas académicas, en Cuba y en España, cuanto
en
> su discurrir por casi todas las ciudades de Europa y del Medio Oriente. Él y
> muchos cubanos con él entendieron que la fidelidad a España era una realidad
más
> honda que el aplauso a gobiernos no siempre presentables. Recordemos el verso
clá
> sico que aquellos criollos conocían tan bien como lo conocían y recitaban
> quienes recorrían entonces los caminos polvorientos de Castilla: "Al Rey,
cuenta
> de vida y hacienda has de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma
> solo es de Dios."
>
> Me honra también sobremanera que, precisamente por coherencia con su formación
> humanista hispana, él y otros muchos, del lado paterno y del materno, hayan
sido
> capaces de combatir hasta la muerte, y de entregar sus bienes, que no eran
> escasos, por la soberanía de Cuba y por la implantación en ella de regímenes
> democráticos en los que la ética social, que incluye la justicia y otras
tantas
> cosas, fuese ley suprema. Esa utopía latió en ellos.
>
> De la mejor España lo habían aprendido así. Fueron hombres cuyos ideales y
> proyectos estaban cimentados en los aires de la Salamanca de los siglos XVI y
> XVII, y en el liberalismo hispano del siglo XVIII, el de Fray Benito Jerónimo
> Feijoo, que nutrió el pensamiento del Obispo Espada, de la "generación de oro"
> del Seminario San Carlos y San Ambrosio, y de los eminentes profesores de la
> Pontificia Universidad "San Jerónimo". Pensamiento y brío que ascienden hasta
> José Martí, formador paradigmático de nuestros criterios republicanos. Y de
> Martí, por complejos meandros, llegan a nosotros.
>
> Ésta ha sido "la lealtad acrisolada", la familiar y la mía, y la de la mayoría
> de los cubanos, a la España que nos enorgullece y une; a su lengua que
> paladeamos incansablemente; a la fe católica salvífica que nos transmitió y a
> sus valores culturales irrenunciables. Lealtad, pues, a la España nutricia a
que
> nos gozamos en llamar Madre Patria. La España en la que, tanto hoy como
siempre
> antes, aun en medio de la conflagraciones independentistas, nos hemos sentido
> "en casa". Con estas realidades in corde et in animo, acepto con gusto, con
sumo
> gusto, la Orden de Isabel la Católica que hoy se me entrega.
>
> Estimo que, personalmente, a pesar de mis limitaciones y pecados, he tratado
de
> llevar con honra y humildad mi identidad religiosa, católica y sacerdotal, así
> como mi identidad peculiar, personal e hispanocubana, asumiendo razonablemente
> todos sus componentes, sin exclusiones. Desde estas identidades, he servido y
he
> tratado de ser útil a los demás. Percibo, ya en este ocaso del que solo Dios
> tiene la medida exacta, que todo ha ocurrido, en articulación jerárquica, con
> relación a la raíz y al tronco cultural hispano. Es ahí en donde quizás pueda
> encontrar respuesta a la pregunta que inició esta reflexión sobre mi "lealtad
> acrisolada" a España y la utilidad de mis servicios a este territorio
> ultramarino que es la Casa Cuba.
>
> Y no deseo poner un punto final a mis palabras de gratitud, sin dejar de
> mencionar a tres cubanos con los que he compartido, durante muchos decenios,
aná
> logas articulaciones. Ellos recibieron con anterioridad esta apreciada Orden
de
> Isabel la Católica. Me refiero a Dulce María Loynaz -cuya presencia espiritual
> sigue siendo indeleble-, a Alicia Alonso y a Eusebio Leal. Ninguno de los tres
> necesita tarjeta de presentación entre nosotros. ¿Cómo no viajar en adelante,
> por los avatares residuales de mi existencia hispanocubana, con mayor humildad
y
> honra y gratitud, subido ahora en este así compartido y noble carruaje
> cubano-isabelino?
>
> A Cuba y a la Iglesia, mis dos pasiones, dedico esta apreciada
> condecoración. Muchas gracias.
>
>
>
> Mons. Carlos Manuel de Céspedes
> García-Menocal
>
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> La Habana, 7 de abril de 2008.
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