sábado, mayo 30, 2009

VICTOR JARA

ENVIADO POR ARAUCARIA
CANADA
DIASPORA CHILENA

29 de Mayo de 2009
El derecho de morir en paz
por Marisol García*

En el mejor de los casos, la columna que ayer publicó Cristián Warnken en torno al asesinato de Víctor Jara fue escrita desde la ignorancia. Es evidente que su conocimiento de la obra de Jara es limitado (de las dos canciones que le cita, una, "Si tuviera un martillo", ni siquiera es suya), y que descripciones como lo de "guitarra panfletaria" o "ruiseñor urbano que supo sacar música de la periferia" son por completo imprecisas -ni siquiera me detendré en su carga ideológica ni cursilería- para describir a un autor revolucionario en su integración del teatro a la disposición escénica de grupos como Quilapayún y Cuncumén, en sus investigación y rescate de folclore campesino sin registro, en su total falta de prejuicios para vincular Nueva Canción Chilena y rock, en la amplitud temática de sus canciones (con el equipo de musicapopular.cl trabajamos el año pasado en la curatoría del box-set Deja la vida volar, y las canciones políticas -"panfletarias", si usted prefiere- ocuparon sólo uno de los cuatro discos).

Pero un profesor de literatura y columnista no tiene por qué ser experto en la obra de Jara, y no escribiría yo este texto para impugnarle a nadie una imprecisión enciclopédica. La ignorancia más dolorosa, y aquella que obliga a leer la columna entre líneas y con suspicacia, es la que deja entrever sobre la impresentable suerte judicial de tan horrible asesinato. ¿Es que Warnken no sabe que van 36 años de investigación casi inútil por dar con los culpables? ¿Ignora que sólo la visita de Joan Jara a La Moneda y una oportuna presión ciudadana impideron el año pasado que el caso se diera por cerrado, sin resultados? ¿Sabe lo de los 44 balazos, lo de las manos rotas a culatazos, lo del cuerpo tirado en la calle y el posterior arrojo anónimo en la morgue? Si no es porque un funcionario del Registro Civil corrió el riesgo de identificar a escondidas las huellas dactilares del cuerpo y luego ir a avisarle anónimamente a la viuda, el cantautor chileno más famoso en el mundo hubiese quedado como otro detenido-desaparecido.

¿Cómo es posible siquiera sugerir que tan metódica crueldad tiene una responsabilidad "social", a la que todos hemos aportado con nuestro silencio, resentimiento o lo que sea quiera enarbolarse para empatar moralmente y diluír entre quince millones -o sea, entre nadie- la culpa de uno, dos o tres militares con nombre y apellido que en los subterráneos del Estadio Chile no quisieron perder la oportunidad de jactarse ante sus superiores de haber visto convulsionarse hasta la muerte a un símbolo de la UP? Fueron decenas las veces que la justicia ofreció recibir datos en completa reserva, y ningún militar ni conscripto presente esa noche aprovechó jamás la oferta. Qué alivio les debe dar a esos cobardes que una columna en El Mercurio los ponga a la altura de "yo y tú, lector, porque preferiste no oír sus desgarradores gritos que segaron su voz cantora para siempre".

Si Warnken quería escribir una reflexión tardía -¡otra más!- sobre las responsabilidades de bando y bando que llevaron al Golpe de Estado, no tenía para qué utilizar a Víctor Jara, aunque sólo sea por la consideración de pudor mínimo hacia otro chileno que no pudo ejercer el derecho de morir en paz. Se ha involucrado, no sé si con mala licencia literaria o con cruel liviandad, con lo que el escritor Roberto Castillo hoy describe como uno de los pocos símbolos que "se habían salvado hasta ahora de la corrosión amnésica o de los manejos de imagen que han caracterizado a la eterna transición chilena". El hombre del pensar bello y tribuna de lujo en televisión ha mezclado a ese símbolo de nuestra cultura en el mundo -ni sagrado, ni "blanca paloma" ni perfecto, por suerte- con la peor retórica de revisionismo derechista. Es lamentable. Mejor me voy a escuchar "Ni chicha, ni limoná".





*Marisol García es periodista especializada en Música Popular.

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