KAOSENLARED
PETER TAFFER 2DA PARTE
Capitalismo corrupto
La vuelta del capitalismo dio al traste con cualquier intento de investigación honesta sobre las raíces y las razones del estalinismo, de preparar una restauración de la economía planificada con las bases de una democracia obrera. Los pocos que lo intentaron fueron abrumados por una ola de maliciosa propaganda anticomunista de los supuestos periódicos “democráticos” al servicio de la burguesía emergente. Fueron la imagen en el espejo burgués de la escuela estalinista de falsificación. El totalitarismo estalinista, se decía, surgió del carácter criminal del bolchevismo. La revolución Rusa fue un golpe de estado, etc.
Lo que siguió fue una orgía de propaganda capitalista que inundó la Rusia posterior a 1989. Esto estuvo acompañado por promesas de lo que el entonces canciller alemán Helmut Kohl, predijo que sería como “los campos en flor” en el mundo “post-estalinista”. Junto a la carretera de vuelta al capitalismo, las masas de estos países llegarían eventualmente a los estándares de vida de Alemania, si no a los americanos. “Vía Bangladesh”, replicó la pequeña banda de marxistas de Europa del Este. Lo mejor que podía esperar la clase trabajadora de Rusia y de Europa del Este, se dijo, fue que quizá se hundieran los estándares de los estándares de vida hasta los niveles de Latinoamérica. Esto, hay que confesarlo hoy en día, fue una perspectiva muy optimista. Rusia experimentó un colapso sin precedentes en sus fuerzas productivas excediendo en sus dimensiones y profundidad a la gran depresión de los años 1930.
Entre 1989-98 casi la mitad (45%) de la producción rusa se perdió. Esto vino acompañado por una desintegración sin precedentes de toda la antigua URSS en los elementos básicos de una sociedad “civilizada” doblándose los porcentajes de asesinatos y crímenes. A mitad de la década de 1990 la tasa de asesinatos subió por encima de 30 por 100.000 personas, frente al 1 o 2 por 100.000 en Europa Occidental. Sólo dos países en aquel momento tenían tasas mayores: Sudáfrica y Colombia. Incluso países notoriamente dominados por el crimen como Brasil y México tenían cifras un 50% menores que Rusia. La tasa de asesinatos en EE.UU., de las más altas en el mundo “desarrollado” con 6-7 por 100.000, palidecía en comparación. En el año 2000, un tercio de la población de Rusia estaba viviendo por debajo de la línea de la pobreza oficial. La desigualdad se había triplicado.
La tasa de asesinatos fue un síntoma y un resultado de la desenfrenada corrupción del capitalismo. Ex-miembros de la Liga Joven Comunista, como el propietario del Chelsea Fútbol Club, Roman Abramovitch, tomaron en sus manos la parte lucrativa de las antiguas empresas estatales, tales como la industria petrolera. Tiroteos al estilo de Chicago pero a una escala nacional e incluso internacional se produjeron entre los diferentes grupos que luchaban por el reparto de la torta estatal. La economía rusa se redujo a la mitad a causa de la destrucción creada por el regreso del capitalismo. Los ingresos reales en la década de 1990 se desplomaron un 40%. Avanzada esta década más de 44 millones de los 148 millones de habitantes de Rusia estaban viviendo en la pobreza, definida como vivir con menos de U$D 32 (dólares) al mes. Tres cuartas partes de la población tenían menos de U$D 100 al mes.
Los suicidios se doblaron y las muertes por abuso de alcohol se triplicaron a mediados de los 90. La mortalidad infantil cayó a niveles del Tercer Mundo mientras que la tasa de nacimientos colapsó. En sólo 5 años de “reforma”, la esperanza de vida cayó dos años hasta 72 para las mujeres y 4, hasta 58, para los hombres. Esto resulta increíble porque para los hombre esta cifras era menor que un siglo antes. Si la tasa de muertes hubiera continuado la población rusa habría descendido un millón por año, cayendo hasta 123 millones, un derrumbe demográfico no visto desde la Segunda Guerra Mundial cuando Rusia perdió entre 25 y 30 millones de personas. A finales de 1998 por lo menos 2 millones de niños rusos eran huérfanos, más que en 1945. Pero sólo 650.000 vivían en orfanatos mientras que el resto de esos pobres lo hacían en la calle.
La nueva burguesía robo de hecho todo lo que caía en sus manos, en lo que ha sido descrito como una lucha infernal. Saquearon la riqueza nacional y los recursos naturales, vendieron el oro, los diamantes, el petróleo y el gas del Estado. Los horrores de la revolución industrial, el nacimiento del capitalismo moderno descrito gráficamente en El Capital de Marx, no fue nada comparado con los monstruosos crímenes con los que la nueva burguesía rusa celebró su llegada al mundo.
Este infierno terrenal se suavizó algo a finales de los 90 con un crecimiento del ingreso nacional impulsado especialmente con la exportación de petróleo y gas que además estaba en la base del boom del mundo capitalista y que ahora se ha frenado. Políticamente, el caos de los 90 fue reemplazado por el “orden” de Vladimir Putin y, ahora, Dimitri Medvedev. Pero Rusia no ha alcanzado todavía, por lo menos en la producción manufacturera, los niveles de 1989-90. Esta es una devastadora acusación al “renacimiento” del capitalismo en Rusia. Si comparamos la Revolución Industrial con una sana y robusta niñez, el equivalente en la Rusia moderna con su vuelta al capitalismo sería una criatura que todavía está luchando por respirar, caminar sola y correr. Verdaderamente las masas de todos los estados ex-estalinistas llevan un terrible carga por el regreso del capitalismo.
Consecuencias de largo alcance
La clase trabajadora internacional también ha pagado un alto precio. El colapso en 1989 no fue solo la caída del aparato estalinista sino también de las economía planificadas, la mayor conquista heredada de la propia Revolución rusa. La contrarrevolución social que ha hecho retroceder la rueda de la historia en esos países también cambió decisivamente las relaciones mundiales durante un tiempo. Sólo entre los marxistas, el Comité por una Internacional de Trabajadores (CIT / CWI) reconoció lo que este revés representaba. Fue una derrota histórica para la clase obrera.
Antes de esto existía en Rusia, en Europa del Este y en cierto sentido también en China, un modelo alternativo para el funcionamiento de la economía, a pesar de las monstruosas distorsiones de Stalin. Ahora ya no existe. Fidel Castro comparó la muerte de estos países como si “el sol se hubiese borrado”. Para los marxistas estas sociedades no representaban el sol. Pero consiguieron, por lo menos en su forma económica, representar una alternativa que, en una democracia de los trabajadores, podría haber hecho progresar a la sociedad.
Mientras reconocíamos lo que había pasado, también mostramos que esa derrota no fue de la escala de la de la década de 1930, cuando Hitler, Mussolini y Franco aplastaron las organizaciones obreras, creando así las bases para la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. La derrota a finales de la década de 1980 fue más de carácter ideológico y permitió a los ideólogos del capitalismo burlarse de cualquier proyecto futuro socialista.
Sin embargo, mientras la caída del estalinismo fue en gran parte un golpe ideológico a la clase trabajadora internacional, también tuvo serias repercusiones materiales. Llevó a la caída política masiva de los líderes de las organizaciones de los trabajadores quienes abandonaron el socialismo incluso como objetivo histórico, abrazando las ideas del capitalismo de una forma u otra. No sólo en Gran Bretaña, con la llegada del nuevo laborismo, sino en todos los países los antiguos partidos obreros se transformaron en formaciones capitalistas.
Sólo se diferenciaban de los partidos abiertamente burgueses en la misma forma en la que los partidos liberales radicales capitalistas lo hicieron antes y ahora en EE.UU., en la forma de demócratas y republicanos, diferentes lados de la misma moneda capitalista. En los sindicatos, los líderes abandonaron cualquier idea de una alternativa al capitalismo. Por eso buscaron acomodarse en el sistema negociando entre el trabajo y el capital, más que ofreciendo un desafío fundamental.
Si aceptas el capitalismo, aceptas su lógica, las leyes del capitalismo, especialmente el empuje de los capitalistas para maximizar el enorme beneficio en poder de los jefes en detrimento de la clase trabajadora. Esto va mano a mano con la “cooperación social”. Puede llevar al “sindicalismo de los negocios”, que limita los movimiento de militantes de la clase trabajadora por más que los jefes pueden pretendidamente dar algo. De hecho, el desarrollo de los líderes sindicales mansos, acomodados a los límites del sistema, junto con el abandono del histórico objetivo del socialismo por los líderes de las organizaciones de los trabajadores, reforzaron enormemente la confianza y el poder de los capitalistas.
Esto facilitó, sin la resistencia real de los líderes sindicales, la enorme disparidad de ingresos en una escala no vista desde antes de la Primera Guerra Mundial. El capitalismo desenfrenado no ha sido controlado por los líderes sindicales. Por el contrario, esto les ha dado una nueva oportunidad para oprimir a la clase trabajadora y obtener grandes beneficios, con sólo una pequeña parte destinada a sus salarios, en el altar de un revivido capitalismo.
Poniendo a prueba a la izquierda
Los acontecimientos de 1989 y sus consecuencias fueron una prueba para los marxistas y para los que apoyaban la opción trotskista. Con excepción del CIT / CWI, la reacción de la mayoría de las organizaciones marxistas fue tratar de hablar lo menos posible. Los morenistas en Latinoamérica (Liga Internacional de Trabajadores, LIT) enterraron sus cabezas en la tierra negándose a reconocer que el capitalismo había sido restaurado. Sólo cambiaron su posición cuando los acontecimientos les golpearon en la nariz y ya no fue posible negar la realidad. Los “estados capitalistas”, los líderes de la Tendencia Socialista Internacional (TSI), incluido el inglés SWP, creyeron que Rusia y Europa del Este no eran países obreros deformados sino estados capitalistas.
La vuelta del capitalismo no fue considerada una derrota sino un “movimiento lateral”. En Alemania del Este, la TSI apoyó la reunificación de una Alemania capitalista. Ese acercamiento fue acompañado por la desastrosa teoría de que nada había cambiado fundamentalmente en el mundo y que por eso, los 90 fueron favorables al marxismo porque eran “los años 30 en pequeña escala”. Desafortunadamente, los miembros del Secretariado Unificado de la IV Internacional también sacaron conclusiones pesimistas. Su principal teórico, Ernest Mandel, confesó a Tariq Ali justo antes de su muerte que el “proyecto socialista” era “imposible” por lo menos por 50 años.
Todos aquellos que predijeron la colosal extensión del ciclo de vida del capitalismo y el enterramiento del socialismo por generaciones, han sido contestados por los argumentos e ideas expuestos por los verdaderos socialistas en las últimas dos décadas. Pero el impacto de los acontecimientos ha sido la respuesta más grande a los escépticos. Especialmente la actual y devastadora crisis mundial capitalista. La intervención económica de los gobiernos capitalistas por todo el mundo ha conseguido impedir la inmediata repetición, quizá sólo temporalmente, de la depresión mundial de 1930.
Al mismo tiempo, la conciencia de la gravedad de la situación por parte de la clase trabajadora no ha alcanzado todavía la situación objetiva. Está parcialmente restaurada la confianza de los portavoces del mundo capitalista anteriormente destrozada que temían que los trastornos masivos desafiarán los cimientos del sistema y se desarrollaran a espaldas de la crisis.
Por lo general el pensamiento humano es muy conservador. La conciencia de la clase trabajadora va siempre rezagada detrás de los acontecimientos. Esto se refuerza cuando la clase trabajadora no tiene una organización que pueda actuar como punto de referencia en la lucha contra el capitalismo. La derecha, incluso la extrema derecha, parece haber sido la máxima beneficiaria de la crisis. Esto no es único o excepcional en la primera fase de una crisis económica. Algo similar ocurrió en algunos países en la década de los 30, tal y como señaló recientemente el analista político Seumus Milne en The Guardian. Sin embargo trató de dar la impresión de que esto había ocurrido como una reacción inmediata en todos los países. La crisis de los años 30 también fue testigo de una radicalización entre la clase obrera mucho más extensa que la desarrollada en esta crisis.
Tras la crisis de 1930, es verdad que hubo un fortalecimiento de los nazis en Alemania. Pero también comenzó y se extendió la revolución española y las masas se pusieron en acción, con retraso pero decisivamente, en Francia desde 1931 en adelante. El factor, aunque imperfecto, que estaba presente en la década de los 30 pero no todavía hoy, era el de los partidos de masas socialistas y comunistas y las organizaciones de la clase trabajadora que, por lo menos formalmente, mantuvieron la oposición al capitalismo. Incluso en EE.UU. durante la crisis de 1929-33, mientras la clase trabajadora estuvo paralizada industrialmente, significantes secciones se radicalizaron políticamente e incluso el Partido Comunista, por ejemplo, consiguió nuevos miembros. Esto no ha ocurrido todavía en una escala significante en gran parte como resultado de la ausencia de pequeños partidos de la clase trabajadora, la creación de los cuales queda como una tarea urgente para los socialistas, los marxistas y el movimiento obrero.
Sin embargo, incluso entonces, cuando los intentos de crear tales organizaciones crecieron, sin un núcleo marxista firme proveyendo el carácter teórico para esas formaciones, muchos de esos nuevos desarrollos podrían titubear y algunos podrían nacer muertos o incluso colapsar. No obstante queda por hacer una tarea fundamental, la creación de las bases de estas formaciones en los próximos años.
El año 1989 fue un momento crucial en términos generales pero también para el marxismo. Las más optimistas pero también las más realistas tendencias dentro del movimiento obrero reconocimos que estos acontecimientos fueron un significativo contratiempo para el movimiento obrero. Pero no perdimos el equilibrio. La caída del estalinismo no eliminó las contradicciones inherentes del capitalismo. En verdad, se le dio un empujón al sistema, promocionando el proceso de la globalización a través del suministro de trabajo barato, una nueva forma de explotación, incluso superexplotación creada por el capitalismo.
Pero la mayor debilidad del movimiento obrero animó la confianza, de hecho la arrogancia de la clase dirigente, que se engañó a sí misma con las burbujas económicas de las últimas dos décadas. A Hibris, la desmesura, le ha sido seguido Némesis, el justo castigo de la crisis. El panorama del mundo capitalista no es del todo floreciente sino que está lleno de millones de trabajadores sin empleo y con un ejército de pobres en crecimiento.
La clase trabajadora está emocionada y está luchando. El marxismo, relegado a los márgenes por las ideologías capitalistas, se enfrentó directamente a la situación y ha demostrado su viabilidad en este difícil periodo. Pero no es sólo en épocas de derrotas que se muestran sus ventajas a través de una análisis serio. Sus programas y políticas, a través del Partido Socialista y el CWI, en este nuevo periodo de incremento de la movilización por las masas contra el capitalismo, serán también relevantes. El año 1989 no enterró el socialismo o el marxismo. Empañó temporalmente la vista de la clase trabajadora pero que ahora está siendo aclarada por la crisis actual y la incapacidad de este sistema para resolver incluso las necesidades más básicas de los habitantes de este planeta.
*Secretario General, Partido Socialista (CIT en Inglaterra & Gales)
Artículo publicado originalmente en Socialism Today, revista del Partido Socialista
viernes, noviembre 06, 2009
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