SERGIO MARTINEZ
DIASPORA CHILENA
Aquí va columna Temas Intocables en El Popular (www.diarioelpopular.com)
Temas Intocables
Todo empezó con una vaca
Con el temor a la pandemia de gripe H1 N1 todos en este país andan hablando de la vacuna. Algunos ansiosos por ser inmunizados lo antes posible, incluso tratando de saltarse los escalonamientos que las autoridades médicas han fijado según el grado de riesgo que las personas puedan tener. Otros preocupados por versiones según las cuales la vacuna sería en si misma más peligrosa que la enfermedad que intenta prevenir. Pero antes de entrar a esa discusión, permítanme empezar por el principio: ¿Por qué la vacuna se llama como se llama? O dicho de otro modo ¿tienen algo que ver las vacas en todo esto?
Bueno, la verdad es que sí. La primera vacuna que se desarrolló fue contra la viruela, en el año 1789, por un tal Edward Jenner, quien siguiendo muy apropiadamente el método científico de la observación, había constatado durante una epidemia de la enfermedad, que una muchacha que trabajaba ordeñando vacas no había contraído la enfermedad aunque eso sí, tenía muestras de los granos de la aflicción en sus manos, aunque muy menores comparadas con las que afectan al común de la gente que contrae la infección. Lo que sucedía es que la chica había adquirido una forma menor de la infección que parece endémica en las ubres de las vacas. El constante contacto de la ordeñadora con las ubres la había inmunizado evitando así contraer la forma más seria del mal. Basándose en ese principio, Jenner utilizó extractos de la misma infección de la muchacha para inyectárselo a otras personas y, para sorpresa de todos, esas personas no contraían la enfermedad. Todo pues comenzó con la vaca de esta historia, Jenner mismo utilizó el término latino para el animal: vacca, originando el término inglés “vaccine” adoptado también por la lengua francesa (el más directo, “vacuna”, es por cierto usado en español).
El principio básico como operan todas las vacunas es el de introducir en el cuerpo de la persona una versión del alguna manera reducida o minimizada del virus o bacteria causante de una enfermedad infecciosa, con el propósito de estimular la producción de los llamados anticuerpos, esto es, las formas de defensa natural que el organismo tiene para contrarrestar la acción de gérmenes que producen infección.
La verdad de las cosas es que la idea parece muy simple y práctica, pero por otra parte los temores que produce inyectarse estos virus o bacterias – por inactivas o reducidas en su poder que estén – no son de desestimar tampoco. Estos temores existieron desde los comienzos mismos de la idea de vacunarse: Louis Pasteur encontró resistencia cuando en 1886 desarrolló una vacuna contra la rabia que contenía virus vivos. Pero la larga marcha por la creación de nuevas vacunas contra más enfermedades no se detuvo: en 1896 vacunas contra el cólera y el tifus fueron inventadas a partir del uso de bacterias muertas; en 1923 mediante otro procedimiento se creó una vacuna contra la difteria, un mal que causaba la muerte de muchos niños (y que yo contraje a la edad de 8 años, afortunadamente no era mi hora todavía…), vacunas contra la tos convulsiva y el tétanos fueron desarrolladas en 1926 y 1927 respectivamente; y en 1954 Jonas Salk desarrolló una vacuna contra la polio, un mal que afectaba a miles de niños anualmente (Salk merece ser mencionado por otro mérito importante: el científico decidió donar su descubrimiento para uso de la humanidad y no para ganancia de los laboratorios farmacéuticos, para él la ciencia no era un negocio. Vaya como han cambiado los tiempos). Vacunas para otros males como los diversos tipos de hepatitis y contra la gripe de estación se han creado en los últimos veinticinco años, pero dos enfermedades situadas en los extremos opuestos en cuanto a su gravedad, se mantienen aun fuera del alcance de toda vacuna: el resfrío común y el SIDA.
La vacuna por otra parte genera dos tipos de temores, el primero por la forma como se hace: por inyección, aun cuando existen vacunas orales como la Sabin contra el polio, aun la mayoría se hacen por ese intrusivo y doloroso método de la inyección, con una aguja que sembraba el pánico entre los niños. La única ventaja que obteníamos, recuerdo en mi infancia cuando tenía 8 ó 9 años, es que cuando venían esas campañas masiva de vacunación a escolares, las enfermeras y doctores nos advertían que no deberíamos tocar, ni rascarnos la vacuna y – muy importante – que no deberíamos mojar esa parte del brazo tampoco, por un lapso de unos cinco días, advertencia que nosotros interpretábamos como que no podíamos bañarnos durante todo ese tiempo. Mi mujer siempre me dice que esa era una excusa más de los niños – enemigos del baño como éramos y me imagino siguen siendo los niños de hoy – simplemente para no bañarse, las niñas no tenían problema en cumplir con el ritual de la higiene diaria…
Los otros temores estos días – de mayor magnitud además – apuntan más bien a rumores sobre los posibles efectos negativos que la vacuna misma podría tener. En esto vuelve a darse el típico contraste entre la información estadística y la información anecdótica. La primera es más precisa, en lo que respecta a efectos negativos de vacunas como la que se está distribuyendo ahora contra la gripe H1 N1, algo así como una en 1 millón de casos podría tener efectos negativos, pero resulta que cuando alguien efectivamente resulta afectado por la vacuna recibe tal atención mediática que el pánico se multiplica rápidamente. El efecto de la información anecdótica es aun mayor si por esas cosas que pasan, uno conoce a alguien que ha sido negativamente afectado. En ese caso, no hay estadística que valga, generalmente el público se dejará llevar por la información más inmediata que por lo demás es más concreta que la abstracta información numérica de las estadísticas.
Para mis amigos lectores vayan algunas palabras de confort: excepto en casos muy específicos, la presente vacuna es segura. O, mejor dicho, es mejor vacunarse que no hacerlo. Circularon ciertos rumores alarmantes sobre la presencia de mercurio en la vacuna que se usa en Canadá, en efecto se trata del timerosal, que se utiliza para estabilizar la vacuna, pero la cantidad es muy pequeña como para causar daño y según las autoridades médicas es rápidamente eliminado del organismo. Un problema real puede ser el que presentan las personas que son alérgicas a los huevos. Dado que la vacuna se extrae de huevos de gallina, las personas que tengan severas alergias a los huevos se recomienda que consulten con su médico antes de ser vacunadas.
Como la campaña nacional de vacunación se halla en sus pasos iniciales es difícil evaluarla aun. Generalmente en los primeros pasos siempre hay algunas insuficiencias y errores, pero uno espera que esos problemas se resuelvan en la medida que se avanza en el proceso de vacunación. Por de pronto tiene sentido que haya un proceso escalonado de vacunación, aunque creo que las autoridades médicas en Quebec han errado al no incluir entre los primeros a vacunar también a quienes trabajan con grupos humanos (los trabajadores de la salud han sido incluidos, pero no otros como la gente que trabaja en educación o los que cuidan niños en guarderías). Es de esperar que esa falla organizativa no traiga efectos que luego haya que lamentar.
Comentarios: smartinez175@hotmail.com
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sábado, noviembre 07, 2009
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