Desde Venezuela
NUEVA TRAVESURA DE MIGUEL
26 de octubre otro año más de la muerte de Miguel Otero Silva
ELIGIO DAMAS
Y quitaron de la placita “19 de Abril” la copa de concreto que había en el centro y colocaron un busto del poeta y, de allí en adelante, le llamaron Plaza Andrés Eloy Blanco. Para descubrir el busto y rebautizar la plaza, organizaron un acto e invitaron a Miguel, para que dijese el discurso de orden. Nada más natural que lo hiciese él, el hermano morrocoy, el chispeante, talentoso y ocurrente escritor de “El Morrocoy Azul”, la célebre publicación semanal caraqueña, para el hermano “de paso lento”, quien en aquel medio también desgranó su gracia y talento.
No hacía mucho había caído la dictadura de Pérez Jiménez. El poeta cumanés no pudo regresar a su casa de los parrales y tierra de los azules, para llamarle con la palabra del de Manicuare, Cruz salmerón Acosta. Un accidente, esa fue la explicación de las autoridades, allá en Méjico, donde vivía exiliado, le quitó la vida.
Muy temprano, llenos de entusiasmo, estábamos congregados en la plaza; pero no por la inauguración; la copita que quitaron ya era algo de nosotros, nuestra hermana y compañera confidente. A Andrés Eloy le teníamos tan cerca que sabíamos sus poemas de memoria y repetíamos y celebrábamos tan frecuentemente sus chistes que el nuevo nombre de la plaza nos supo a redundancia. Fuimos en grupo esa mañana por escuchar al hermano morrocoy.
A Andrés Eloy, el cumanés y Miguel Otero Silva, el de Barcelona, ciudad donde éste nació el 26 de octubre de 1908, generalmente se les conoce como poeta y novelista respectivamente. Aunque el primero llegó a escribir cuentos y poemas el segundo. Pero los dos fueron excelentes humoristas. Tanto que alguien, Aquiles Nazoa, si mal no recuerdo, llegó a afirmar que si ambos se hubiesen dedicado con empeño al género, estarían entre los mejores del mismo.
Cada uno de nosotros se sentía Vidal, el personaje de “Fiebre”. Novela que era de nuestras lecturas preferidas desde los primeros años del Liceo Antonio José de Sucre.
Acabábamos de salir del combate contra la dictadura perezjimenista y entendíamos bien su angustia que fue la misma nuestra. Admiramos su arrojo y sacrificio al enfrentarse a la dictadura gomecista.
¿Cómo no admirar a quien, pese todo su remanente de romanticismo hispano, se opuso al caudillismo por sus propuestas individuales y personalistas, desligadas de los intereses populares?
Desde antes queríamos a Miguel porque, el Vidal de “Fiebre”, era en cierto modo el mismo Miguel Otero Silva, quien contribuyó de manera destacada en la redacción de aquel importante folleto de furioso título, “En las Huellas de la Pezuña”, donde como vocero del movimiento estudiantil venezolano, denunció la dictadura y la complicidad del “imperialismo” y puso en duda la validez de los agónicos caudillos opositores.
El Miguel que estaba ese día en Cumaná, en la placita que a partir de ese momento se llamaría Andrés Eloy Blanco, seguía pensando igual. Y ya habían pasado unos cuantos años.
Cada uno quería escuchar la voz del compañero que, a los diecinueve años, acompaño a Rafael Simón Urbina y al inolvidable revolucionario y generoso Gustavo Machado, en aquella aventura loca pero bella y romántica de la toma de Curazao. Queríamos ver al hermano morrocoy, a quien escribía novelas que leíamos de un solo tiro, autor del “Niño Campesino”, poema que tanto nos gustaba y recitábamos e incluso del “Gallo Zambo”, que aquel incansable Benito Quirós, cantaba en galerón y sonaba con insistencia en los rocolas. Era Miguel, en la época dictatorial, nuestro héroe clandestino; el vertical director de “El Nacional”, el agudo y valiente autor de las manchetas. Nuestro compañero imaginario en las tertulias de las noches taciturnas del parque Ayacucho. Con él y de él, leíamos, hablábamos y hasta celebrábamos sus chistes, mientras la botella iba de mano en mano.
Después de las muecas, habó Miguel. Comenzó diciendo:
- Aquí estoy hermano, bajo el abrasante sol de tu pueblo natal.
En verdad, Miguel y Andrés Eloy, fueron como hermanos. Habló del mar, los pájaros, fertilidad del Manzanares, mujeres, tragos y promesas incumplidas.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el cadencioso ritmo de la cadena de palabras.
Y le quise más.
Le quise más, en la medida que más supe de él. Cada día, con cada gesto, su obra nueva, “Casas Muertas”, Oficina Nº 1”, “Cuando Quiero Llorar no Lloro”, “El Tirano Aguirre”, “La Piedra Que Era Cristo”, mostró la fatuidad de aquellos que le odiaron porque no hizo las mismas bobadas nuestras.
Le sentí más alto cuando dijo a Gabriel García Márquez, “si se desatase una guerra entre Venezuela y Colombia, tú Gabo, saldrás por las calles de Bogotá gritando ¡viva Venezuela!; yo, por las de Caracas, ¡viva Colombia!
Era el mismo Miguel de “Fiebre” y del discurso para reinaugurar la plaza donde pusieron el busto del hermano cumanés de paso lento.
No se ha ido. Sólo descansa y está haciendo una nueva travesura.
“El Nacional” de ahora, poco tiene que ver con el pensamiento, conducta y compromiso del escritor que el 26 de octubre, cumplió ciento un años de haber nacido en Barcelona.
miércoles, noviembre 04, 2009
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