sábado, febrero 02, 2008

LUCHADORES CON LA TIERRA EN EL CUERO

Desde Venezuela



LUCHADORES CON LA TIERRA EN EL CUERO


Eligio Damas


Una historia o un monólogo para aquellos que, por no encontrar en lo inmediato y utilizando patrones ajenos, respuestas a sus angustias o satisfacciones a sus expectativas, lo primero que se les ocurre es aliar sus bártulos e irse a aventurar afuera, obviando aquello que “El norte es una quimera”. Con perdón de los amigos que tienen sus justificaciones, pero las limitaciones naturales que a uno lo caracterizan aunado a las incomprensiones por los radicalismos en que solemos caer, nos incapacitan para, de vez en cuando, hacer las debidas excepciones.
Como verán, se menciona a héroes de la patria venezolana, de los llanos orientales, quienes dentro de las mayores dificultades, siempre mantuvieron en alto el orgullo nacional y el deseo de independencia. Jamás entregaron su territorio y, al contrario, desarrollaron enormes facultades para encarar las dificultades.

Monólogo de un héroe
Pedro Zaraza, cuéntales a estos muchachos, que ante las primeras adversidades sólo piensan en dejar el patio, como a ustedes les amarró este llano. Diles José Tadeo, que pese al asedio de problemas inimaginables y vuestras vidas pendiendo de un hilo, nunca pensaron irse a otras provincias, dejar estas llanuras, donde amenazados vivieron por sanguinarios enemigos, fieras salvajes, enfermedades contumaces, ríos indomables y otros tantos peligros.
Zuazola, Morales, el sanguinario Boves pasaron, repasaron y desolaron este llano. En Santa Ana, Maturín y otras poblaciones cometieron fechorías inenarrables; degollaron, castraron y hasta desorejaron miles de habitantes de esta tierra bajo la sospecha que fuesen adeptos a la independencia.
Nárrales, Juan Sotillo, como fusilaron y les arrancaron las orejas a unos cuantos en tu pueblo de Santa Ana, mientras tú, tus hermanos y amigos, dormían “enmontados", para no ser sorprendidos por quienes con frecuencia asaltaban el pueblo buscando jóvenes patriotas.
José Tadeo, no olvides mencionarles cuando reuniste la Asamblea de San Diego de Cabrutica, con un puñado de hombres, que días atrás andaban dispersos por los montes, con la idea de crear un pequeño ejército, con lo único que quedaba por estos lares, mientras el enemigo recorría el llano, de aquí para allá, con fuerzas gigantescas. Porque ninguno de ustedes pensó abandonar la lucha y contimás salir corriendo a resguardar el pellejo.
Éramos jóvenes ambiciosos en el mejor sentido de la palabra, preparados según los retos que el proceso histórico nos planteaba y entendimos, y siempre será así, que como se tiene obligaciones con la familia, también se tiene con la patria, tierra y gente que de uno necesita. Conocíamos cada palmo de terreno, cuanto escondite existiese y las trampas que tendía la sabana, las frutas comestibles y venenosas; plantas curativas y querencias de la cacería. Y desde pequeño habíamos aprendido artes para la supervivencia. Nos sabíamos fuertes y, en la lucha por sobrevivir, los hombres como nosotros estábamos destinados a ser vencedores. Aprendimos que se corre para eludir al enemigo cuando, en un momento dado, puede derrotarnos, para reponernos y volver cuando lo demanden las circunstancias. La montura llegó a ser una continuación de nuestros cuerpos y la lanza una prolongación de las manos; como una uña larga que llegamos a manejar con inimaginable destreza.
Si Sedeño, si uno hubiese corrido sin regreso a las primeras de cambio, familiares, amigos, ancianos y ancianas, toda la gente nuestra, hubiesen quedado totalmente indefensas. Y no habría patria ni aquí ni allá lejos hasta donde el sueño y la audacia llevaron a Bolívar. Porque aquella terquedad nuestra de no dejarle este llano al enemigo, en gran medida contribuyó con aquel glorioso parto.
Era fácil para ustedes, Sedeño, José Tadeo, José Gregorio, Sotillo haberse refugiado en cualquier parte, lejos del brazo español, pero por la grandeza no lo hicieron.

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