sábado, mayo 02, 2009

LOS MARTIRES DE CHICAGO (parte 2)

Fragmento del articulo que escribio Jose Marti sobre los Martires de Chicago.

Publicado por Hector Garcia Soto
(Continuacion)....

Y rompiendo en sollozos, se dejo Engel caer sentado en su litera, hundiendo en
las palmas el rostro envejecido. Muda lo habia escuchado la carcel entera.
Spies a medio sentar. Parsons de pie en su celda, con los brazos abiertos, como
quien va a emprender el vuelo. Fisher, vistiendose sin prisa las ropas que se
quito al empezar la noche, para descansar mejor.
Llenava de fuego el sol las celdas de tres de los reos, que rodeados de lobregos
muros parecian, como el biblico, vivos en medio de las llamas, cuando el ruido
improviso, los pasos rapidos, el cuchicheo ominoso, el alcaide y los carceleros
que aparecen a sus rejas, el color de sangre que sin causa visible enciende la
atmosfera, les anuncian, lo que oyen sin inmutarse, que es aquella la hora!
Salen de sus celdas al pasadiso angosto...Bien? Bien!. Se dan la mano, sonrien,
crecen, !Vamos! Les leen la sentencia a cada uno en su celda; les sujetan la manos
por la espalda con esposas plateads; les cinen los brazos al cuerpo con una faja
de cuero, les echan por sobre la cabeza, como la tunica de los catecumenos cristianos, una mortaja blanca. Abajo la concurrencia sentada en hileras de sillas
delante del cadalso como en un teatro. Ya vienen por el pasadiso de las celdas, a
cuyo remate se levanta la horca; delante va el alcaide, livido, al lado de cada reo,
marcha un corchete. Spies va a paso firme, Fisher le sigue, robusto y poderoso,
Engel anda detras a la manera de quien va a una casa amiga, sacudiendose el sayon
incomodo con los talones. Parsons, como si tuviese miedo a no morir, fiero,
determinado, cierra la procesion a paso vivo. Acaba el corredor, y ponen el pie en
la trampa: las cuerdas colgantes, las cabezas erizadas, las cuatro mortajas.
Plegaria en el rostro de Spies, el de Fisher, firmeza, el de Parsons, orgullo
radioso; a Engel, que hace reir con un chiste a un corchete, se le ha hundido la
cabeza en la espalda. Y resuena la voz de Spies, mientras estan cubriendo las
cabezas de sus companeros, con un acento que a los que lo oyen les entra en las
carnes: "La voz que vais a sofocar sera mas poderosa en lo futuro, que cuantas
palabras pudiera yo decir ahora". Fisher dice, mientras atiende el corchete a Engel:
!Este es el momento mas feliz de mi vida! !Hurra por la Anarquia! dice Engel, que
habia estado moviendo bajo el sudario hacia el alcaide las manos amarradas. "Hombres
y mujeres de mi querida America...empieza a decir Parsons...Una sena, un ruido, la
trampa cede, los cuatro cuerpos caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando.
Parsons ha muerto al caer, gira de prisa y cesa. Fisher se balancea, retiembla,
quiere zafar del nudo el cuello entero, estira y encoge las piernas, muere.
Engel se mece en su sayon flotante, le sube y baja el pecho como la marejada y se
ahoga. Spies, en danza espantable, cuelga girando como un saco de muecas, se encorva,
se alza de lado, se da en la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las
dos, sacude los brazos, tamborinea, y al fin expira, rota la nuca hacia delante,
saludando con la cabeza a los espectadores.
Y cuando desde el monticulo del cementerio, rodeado de veinte y cinco mil almas
amigas, bajo el cielo sin sol que alli corona esteriles llanuras, hablo el Capitan
Black, el palido defensor vestido de negro, con la mano tendida sobre los cadaveres,
Que es la verdad?, decia, en tal silencio que se oyo gemir a las mujeres dolientes
y al concurso...Que es la verdad que desde que el de Nazaret la trajo al mundo no
la conoce el hombre hasta que con sus brazos la levanta y la paga con la muerte?
Estos no son felones abominables, sedientos de desorden, sangre y violencia, sino
hombres que quisieron la paz, y corazones llenos de ternura, amados por cuantos los
conocieron y vieron de cerca el poder y la gloria de sus vidas; su Anarquia era el
reinado del orden sin la fuerza, su sueno, un mundo nuevo sin miseria y sin esclavitud.
De la tiniebla que a todos envolvia, cuando del estrado de pino iban bajando los
cinco ajusticiados a la fosa, salio una voz que se adivinaba ser de barba espesa, y
de corazon grave y airedo: !Yo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman
alcaide, ni a la nacion que ha estado hoy dando gracias a Dios en sus templos porque
han muerto en la horca estos hombres, sino a los trabajadores de Chicago, que han
permitido que les asesinen a cinco de sus mas nobles amigos!
Y decia el "Arbeiter Zeitung" de la noche, que al entrar en la ciudad recibio el
gentio avido, !Hemos perdido una batalla, amigos infelices, pero veremos al fin el
mundo ordenado conforme a la justicia: seamos sagaces como las serpientes, e
inofensivos como las palomas! Fin

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