SERGIO MARTINEZ
DIASPORA CHILENA
Aquí va mi columna periodística Temas Intocables de esta semana en El Popular (www.diarioelpopular.com)
Temas Intocables
En el bronce o en el mármol
La muerte de la gran artista argentina Mercedes Sosa, hace un par de semanas, más la inauguración el mes pasado de una obra escultórica en honor a Salvador Allende aquí en un parque de Montreal, me ha hecho prestar atención a esos objetos inanimados, pero que a la vez sugieren animación y acción: las estatuas. Este era el tema también de una simpática zamba escrita por María Elena Walsh, y que estaba en el repertorio de las canciones de Mercedes Sosa.
No se sabe a ciencia cierta cuando los seres humanos decidieron erigir monumentos, pero se supone que tal costumbre data de tiempos prehistóricos, y los primeros objetos de inmortalización en piedra, tienen que haber tenido alguna significación religiosa. Stonehenge, ese misterioso despliegue de piedras dispuestas en un orden circular y situado en Inglaterra es uno de esos tempranos ejemplos de monumentos que se supone tuvieron alguna significación mística para el pueblo que los levantó. Algo similar, muchos siglos más tarde debe haber ocurrido con los misteriosos moais de Isla de Pascua, gigantescas cabezas oteando el horizonte como en una insondable y eterna búsqueda.
Hacia tiempos más modernos, monumentos y estatuas fueron levantados especialmente como gestos de reconocimientos a héroes militares, reyes y santos. La diferencia entre monumento y estatua apareció más clara también: la estatua es la representación de una figura humana y a veces de algún animal, o de ambos como en el caso de hombres de a caballo, las llamadas estatuas ecuestres. Monumento en cambio es el término más amplio que puede o no incluir estatuas. En muchos casos los monumentos son expresiones simbólicas, por ejemplo los obeliscos, primero encontrados en el antiguo Egipto y en tiempos más modernos en Washington y naturalmente en Buenos Aires. (Cabe hacer notar que en la interpretación freudiana de los obeliscos éstos son simplemente símbolos fálicos).
Tanto en el caso de monumentos en general como de estatuas, especialmente después del Renacimiento y más o menos hasta el siglo 19, por una fuerte influencia neoclásica en la escultura, estos objetos de arte público tuvieron mucho de alegórico, esto se tradujo en una superabundancia de elementos decorativos prestados de la tradición greco-romana: muchos guerreros luciendo laureles por ejemplo y diosas aladas representando la victoria y la gloria, especialmente en el caso de héroes militares.
La costumbre alegórica ha continuado hasta nuestros días, con esculturas que no tienen un significado literal sino metafórico, como ha sido el caso de la escultura que se inauguró el 11 de septiembre pasado en Montreal, en homenaje a Salvador Allende. La obra (del escultor canadiense Michel de Broin) representa a un árbol arqueado con ambos extremos enraizándose en el suelo. Algunos miembros de la comunidad chilena no estuvieron muy contentos con la obra seguramente porque esperaban algo más realista o mejor dicho, algo que aludiera al homenajeado de manera más directa y no alegóricamente. Lo cierto sin embargo, es que más y más en muchas obras de arte público se empieza a usar este estilo alegórico.
Lo que me lleva de vuelta a las estatuas como objeto de observación, por lo tanto como objetos también de admiración o no (“las estatuas nos piden el favor de mirarlas” dice la canción de María Elena Walsh). Naturalmente en esto habría para todos los gustos. En mi experiencia de vida recuerdo que la primera estatua o monumento que vi o que al menos llamó mi atención, fue uno emplazado en el Parque Forestal de Santiago, adonde mi abuela me llevaba cuando yo debía haber tenido unos cuatro años. Ahí está el que creo que es el más hermoso monumento de la capital chilena, la Fuente Alemana, hecha en bronce, bastante impresionante por sus dimensiones, representando una nave, también hay gente y un cóndor, me parece. Su nombre se debe a que fue donado por la colonia alemana con ocasión del centenario de Chile, en 1910.
Lo que pasa con las estatuas es que más o menos son previsibles, todas son muy parecidas y rara vez uno tiene la sensación de encontrar algo diferente. La Fuente Alemana justamente tiene esa originalidad que la hace la más bella en Santiago de Chile.
Posiblemente no sea la más bella estatua de Madrid, pero para mí lo es. En la Plaza España, a un costado de la Gran Vía se levanta la estatua de Don Quijote en su caballo y Sancho Panza a su lado. Mucho antes que tuviera la ocasión de visitar la capital española por primera vez, tenía en mi memoria la imagen de esa estatua tal como aparecía en un documental sobre la Guerra Civil que vi por los años 60 (me parece que era “Morir en Madrid” de Frederic Rosif) y en una de las escenas más tristes, cuando Madrid ya estaba totalmente rodeada y su caída en manos franquistas era inminente, la cámara mostraba esa estatua con una bandera republicana que alguien había colocado en las manos del Quijote. Esa imagen quedó grabada en mi mente, tenía como un sentido simbólico muy fuerte, en cierto modo la gran quijotada de defender la República cuando casi todo el mundo parecía indiferente a su suerte y al avance del fascismo. Por eso cuando he estado en Madrid siempre me he dado una vuelta por esa plaza y contemplando la silenciosa estatua trato de re-crear en mi mente como habrán sido esos dramáticos días, cuando la consigna era “¡No pasarán!”
En este país creo que la mayor cantidad de estatuas en proporción a sus habitantes debe estar en Ottawa, en los alrededores de los edificios del Parlamento, donde parecieran estar en una suerte de diálogo mudo, varios ex primeros ministros, reyes y reinas. En el verano ofrecen un espectáculo cómico cuando en cada uno de ellas se paran gaviotas indiferentes a los antecedentes de los homenajeados en el bronce. En Montreal mismo – y a pesar de no ser monarquista – creo que la estatua más bella es la que representa a la reina Victoria situada frente a la Facultad de Música de la Universidad McGill, aunque si uno busca una estatua pintoresca, difícil de hallar por lo demás pues está a nivel del suelo y es de un tamaño sólo un poco mayor que el natural, esa es la de un hombre leyendo el diario y que se halla en la calle Sherbrooke, a la entrada de un edificio de oficinas en el sector de Westmount.
A algunos les gusta el arte moderno, a otros no, pero es evidente que las nuevas corrientes escultóricas tienen que reflejarse también en las expresiones de arte público. En mi última visita a Buenos Aires fui gratamente sorprendido por el Monumento al Tango, situado en el nuevo sector de Puerto Madero y que en una forma que no es realista pero tampoco abstracta, representa al más típico instrumento de la canción ciudadana porteña: el bandoneón. Para los partidarios del arte más realista y figurativo, en el mismo sector se halla un monumento de tamaño más o menos natural del que fuera el gran campeón de automovilismo Juan Manuel Fangio, la escultura también incluye a su auto.
Las estatuas están ahí en el paisaje urbano y hacen parte del ambiente citadino. A veces tienen que vérselas con el irreverente vagabundear de las palomas que sin mayores miramientos dejan sus desechos sobre coronas reales y gorras militares, a veces la irreverencia es humana, como en esa secuencia al comienzo de Los Simpsons donde se ve a unos muchachos cortando con una sierra la estatua del fundador de Springfield. Pero ahí están las estatuas, mudos testigos del acontecer urbano, ahora rígidas, pero recordándonos que alguna vez fueron humanos.
sábado, octubre 17, 2009
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