sábado, octubre 03, 2009

YO, CRISTÓBAL COLÓN, HABLARÉ UNA SEMANA ANTES

Desde Venezuela



YO, CRISTÓBAL COLÓN, HABLARÉ UNA SEMANA ANTES


ELIGIO DAMAS


Pese a lo que cree la mayoría de la gente, yo, Cristóbal Colón, fui un hombre empavado; anduve por el mundo con una mavita enorme. Y hago esta declaración, sin rubor alguno, con desnudez, justamente una semana antes de celebrarse un año más de mi llegada a este continente y que los discursos encendidos, la cohetería y las declaraciones de los pre candidatos opositores, que no están en campaña, me acusen de apoyarles, impidan que hasta la gente llegue este lamento mío.
Después de deambular por las cortes de Europa, de ser expulsado a empujones y con improperios en más de una de ellas; tildado de loco, soportar los calambres que da el hambre en noches congelantes, por ponerme como aquel que ofrece lista de corruptos y pruebas de fraude unas tras otra y nunca cumple, llegué a casa de Isabel, quien con firmeza e impavidez se caló mi condición de gorrero viajado y petardista piojoso; su nobiliario feminismo no le paró en absoluto a las objeciones de su esposo Fernando que se mostraba inclinado a invertir en el LOTO y me entregó sus joyas, muestra de la limpieza e iliquidez del reino de Castilla. Todo parecía indicar que la suerte se ponía de mi parte, pues hasta el Fondo Monetario Internacional y la banca acreedora desconocían que la soberana tenía guardaditas sus reservas. Y así, "viento en popa y a toda vela”, como la candidatura de Ledezma, salí de España y llegué de carambola, el 12 de octubre de 1492 a este lado del Atlántico.
Retorné a España con varios de los hombres de estas tierras que por suerte se me atravesaron mientras en el mar al garete navegaba, como "invitados especiales” y llevé tantas riquezas que me introduje en la historia también como adelantado y mentor de Vinicio, Domingo Mariani, el inocente Marcos Pérez Jiménez, Manuel Rosales y quienes sacaron de Venezuela más de 35 mil millones de dólares antes del viernes negro. Hasta se habló, lo que olvidado está, que la alta jerarquía eclesiástica sacó su fajo enorme de divisas. ¡Todo iba bien! ¡Cómo a pedir de boca!
Pero de pronto empezó a volteárseme el santo; el viento me soplaba en contrario; en 1.498, cuando por vez primera llegué a las costas de Paria, no pude desembarcar en el continente y hube de enviar en mi lugar al bueno de Pedro Terreros, mi compañero de palos y mi comprador de terminales. Una ceguera, lo que hoy llaman conjuntivitis, me cerró los párpados. Me puse legañoso y no pude cumplir el acto protocolar de posesionarme de esas tierras a nombre de los reyes católicos. Por este accidente, sólo pude pisar la tierra firme de esta parte del mundo, que encontré por pura chepa y porque otros que vinieron antes que yo me datearon, de lo que se hizo eco, sin que yo se lo dijese, el bardo Aquiles Nazoa, varios días después.
Y para mayores males, los chismosos de palacio, los pegados al cogollo y los envidiosos me pusieron bien pronto en la mala y perdí todos los cambures y los reyes católicos se buscaron otro candidato. Quedó en lugar mío un ajeno a mi iniciativa.
Por último, porque todas las desgracias llegan juntas, un tal Martín Waldseemuller, de profesión cartógrafo, creyendo a Américo Vespucio "descubridor” del nuevo continente, propuso que a éste se le llamase América. Los demás, como los galgos en el canódromo tras la liebre inalcanzable, le siguieron sin chistar y para 1550 ya había más de 50 mapas y unos cuantos libros utilizando ese nombre.

Hoy, una semana antes del 12 de octubre, cuando todos hablarán de mí, he querido hacer oír mi voz y con ella mis lamentos para demostrar que, contra lo que la mayoría piensa, me quedé embarcado para siempre.

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