jueves, junio 21, 2007

BOLIVAR, FEDERALISMO, CENTRALISMO Y LIBRE CAMBIO

BOLIVAR, FEDERALISMO, CENTRALISMO Y LIBRE CAMBIO

Eligio Damas


I

BOLÍVAR INVOCO EL CENTRALISMO COMO MEDIDA INMEDIATA



Bolìvar invocó el centralismo como medida inmediata dentro de un vasto proyecto de unidad hispanoamericana vinculado a una táctica de guerra. Creyó, con sobrada razón, por el carácter de las relaciones de producción –imbricación de capitalismo con feudalismo y esclavitud- que el régimen federal, que implicaba autonomía política y económica para las provincias, era inconveniente para nuestras naciones. En el “Manifiesto de Cartagena”, así lo planteó tempranamente; Venezuela ya había vivido la experiencia de alzamientos en Coro, Maracaibo y valencia contra el poder central.
El mismo Libertador, en la “Carta de Jamaica”, calificó como inapropiado el copiar la constitución de la Unión Norteamericana y en su auxilio citó la naturaleza diferente de nuestros países.
Pero lo que en Venezuela ocasionó dificultades e hizo de la guerra de independencia un proceso duro y lento, en Estados Unidos también produjo efectos crueles y violentos, varios años después de declarada la independencia. Los jefes del sur esclavista, alegando derechos confederados que nadie les negó, que se opusieron a las justas aspiraciones del norte industrial y capitalista, conducirán a la cruenta guerra de Cesesiòn, al pretender imponer al Estado Central, bajo el control de los renovadores del norte, sus esquemas tradicionalistas y conservadores.
No obstante, en ninguno de los dos casos, evidentemente no fueron el federalismo norteamericano ni el centralismo bolivariano, sino las hondas contradicciones sociales y enfoques estratégicos diferentes a nivel de los grupos nacionales lo que provocó aquella conflictividad.
Tanto es esto cierto que un Estado Central, como el nacido en Venezuela desde 1830, subsistirá en medio de zozobras, madrugonazos, trampas, etc., si n hacer nada dignificante, hasta llegar al estallido de la Guerra Federal. Y después de ésta, la pantomima de federalismo no se traducirá en tranquilidad ni en políticas de desarrollo.
Los grupos que dominaron el país después de muerto El Libertador, huérfanos de talento, se refocilaron en las propuestas políticas formales – federalismo o centralismo, civilismo o militarismo- sin correspondencia con un proyecto económico de desarrollo. En Estados Unidos, por el contrario, fueron las propuestas económicas diferentes – envueltas en una discusión de formalismo constitucional- las que “en última instancia” motivaron los conflictos.


II

LA GUERRA DE CESESIÒN NO FUE PLANTEADA A FAVOR NI EN CONTRA DEL FEDERALISMO


En Estados Unidos, la guerra de Cesesiòn no fue planteada a favor ni en contra del federalismo. La confrontación de los argumentos que se manejaron de lado y lado demuestra que ninguno de los bandos aspiró violentar el principio constitucional, sino que cada quien pretendió imponer una interpretación del federalismo que se identificase con sus planes económicos. Los del sur querían y defendían el mantenimiento de la esclavitud, la ampliación de las áreas de cultivos dirigidos al mercado británico y los del norte defendían y promulgaban unas relaciones donde la mano de obra obtuviese ingresos (salarios) que hiciesen posible la ampliación del deprimido mercado interno en beneficio de la estrategia industrial planteada a corto plazo.
Y admitamos otra verdad, el triunfo del norte de la Unión en la guerra de Cesesiòn no se tradujo en derrota del federalismo, sino de las clases y grupos políticos más atrasados de aquel país, del esclavismo y de los remanentes coloniales representados en una estructura económica organizada atendiendo al interés de los latifundistas-esclavistas norteamericanos y al mercado e industria británicos. Y este triunfo del federalismo bien entendido, representado en las antiguas colonias del norte de la Unión, se tradujo en envión y salto colosales de la economía norteamericana.
De aquí que podamos terminar afirmando que la propuesta de centralismo de El Libertador, se hizo tomando en cuenta el predominio casi absoluto en todo el territorio de la naciente republica, de la combinación feudalismo-esclavitud y como derivado de esto, las vacilaciones de la clase social que circunstancialmente apareció el 19 de Abril de 1810 motorizando la independencia y que con temor y dudas la decretó el 5 de Julio de 1811.
La clase derrotada en los Estados Unidos, no por estar a favor o en contra del federalismo, representaba una política de mercado abierto frente a la superior capacidad exportadora de Inglaterra y diseñada para suministrar productos primarios a la industria de ese país. La derrotó una clase con un proyecto en marcha de sentido contrario que significó protección a la naciente industria nacional, ampliación del mercado interno, diversificación de la producción al máximo y aprovechamiento del sector primario de la economía en la producción de manufacturas para entrar a competir con los ingleses en el mercado mundial.


III

EN VENEZUELA NO LLEGÒ A CONSOLIDARSE
UNA CLASE COMO LA QUE MOTORIZÒ RÀPIDOS
CAMBIOS EN EL NORTE


En Venezuela no llegó a consolidarse una clase como la que motorizó en el norte los rápidos cambios hacia un sólido capitalismo. Pero El Libertador, acaso como un visionario, entendió con prontitud la necesidad de revertir el proceso anticolonialista que derivó desde 1810 hacia la formación de pequeños estados independientes y planteó la creación de un gran Estado Nacional que tuviese como asiento los territorios de “las antiguas colonias españolas”. Pero también pudo intuir que razones de carácter estructural tendían a favorecer las manifestaciones políticas personales y de un estrecho rasgo provincial.
El caudillismo es un fenómeno vinculado a la propiedad latifundista de la tierra y para ser más preciso aún, cuando la mano de obra no puede concurrir con libertad al mercado de trabajo. En estas circunstancias, los trabajadores bajo relaciones similares a las del feudalismo europeo y pequeños sectores intermedios, sentirán el peso enorme, material, cultural e ideológico-político del propietario quien se valdrá de eso para inclinarlos al lado de sus pretensiones de mando. Por eso, El Libertador consideró peligroso el ejercicio del voto por “los rústicos del campo”. Como dijese en el “Manifiesto de Cartagena”, susceptibles de ser manipulados por los caciques provinciales para sus fines personalistas.
Es curioso que la clase que dividió a Colombia, presionando y empujando, tanto en el norte como en el sur de esta gran republica hispanoamericana, con una consigna contraria al centralismo, sobre los fragmentos de la obra de Bolívar, creará regímenes centralizados. Así nacerán los estados centralizados de Venezuela, Colombia, Perú, etc. Por eso, es incomprensible la afirmación de Germàn Arciniegas, en ese afán suyo de negar a Bolívar, que la división de Colombia resultó del empeño centralista de El Libertador. (1)
Quizás Bolívar se inspiró en la experiencia macedónica y las iniciativas que en la antigüedad tomaron Filipo II y su hijo Alejandro Magno, de unificar a Macedonia y Grecia en un solo Estado, partiendo de una pequeña nación de monarquía absoluta. Políticas que llevaron incluso a la creación de esa dinámica unidad económico-cultural que se llamó el mundo helenístico y cuya creación pasó por la abolición de la esclavitud en cada territorio incorporado al imperio.
Es posible que haya pensado también en eso cuando dijo: que bueno que “el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos”. Con esa frase hacia alusión a la reunión del Congreso de Corinto donde se declaró la unidad territorial y política griega y se designó a Filipo II jefe político-militar de aquella unión. Hasta ese momento, Grecia no formaba un Estado Nacional sino que estaba dividida en ciudades estados. Cada ciudad (Tebas, Esparta, Atenas, etc.) constituya una unidad político territorial independiente de las otras.
Bolívar estaba consciente, por lo menos para 1822, después de Carabobo, que el crecimiento económico y el progreso de América “antes española” dependían de la unidad de esta parte del continente y de una política abolicionista. Pero sintió los efectos negativos que, para el éxito de ese proyecto, significó la ausencia de un sector o una clase que lo motorizase.
¡Fue como un solitario!
Por eso, su planteamiento de estado centralizado, con un ejecutivo fuerte que supliese la ausencia de esa clase, que sembrada y ramificada en el territorio de Venezuela primero, luego de Colombia, aprovechase las circunstancias coyunturales y promoviese los cambios. No fue esa la primera, ni será la última vez que en la historia de la humanidad se produzca un fenómeno político de esa naturaleza.
La historia de este continente registra frustrados intentos desde el poder o fuera de él por promover cambios significativos de avance o progreso en ausencia de un sector sólido, amplio, organizado y dinámico que los formulen, agiten y respalden. Esta orfandad, en algunos casos, condujo a aquellos movimientos que debieron ser profundamente democráticos y gozar de un gran respaldo popular, hacia posturas de índole casi dictatorial. Bolívar mismo es un ejemplo de esto.
Pero José Rodríguez de Francia, mencionado por Eduardo Galeano en su interesante obra “Las venas abiertas de América Latina”, es un ejemplo más palpable y si se quiere curioso y extraño en el marco de la historia de este continente hispano, por los objetivos que alcanzó. Este expresdidente del Paraguay, médico de profesión y por su origen identificado con los pequeños propietarios y productores de la tierra, planteó un modelo alterno al imperante en el continente con posterioridad a la independencia de España. Se propuso que su país no cayese en las redes del librecambio o libre comercio, favorable a las economías de vanguardia del capitalismo y en estado de expansión, como la inglesa y la norteamericana y optó por cerrar las fronteras del Paraguay al comercio internacional. Los efectos de esa política se descubren en toda su magnitud en un informe, citado por Galeano, de un “observador” de los Estados Unidos dirigido a su gobierno en el cual dijo, entre otras cosas, que el Paraguay era el único país de América del sur, donde no había analfabetos y todas las necesidades de la población y las demandas del mercado se satisfacían con la producción interna.



IV
BOLÌVAR SUPO QUE LAS POLÌTICAS
DE LIBRE CAMBIO SOLO FAVORECERÌAN A
QUIENES TUVIESEN MAYOR DESARROLLO

La ausencia de una clase que defendiese ese proyecto, que lo impulsara, por prevalecer una economía, como todas las América hispana, volcada hacia el exterior y organizada para exportar productos primarios y predispuesta a descapitalizarse y paralizarse por su apertura a la producción industrial y artesanal extranjeras, obligó al gobierno, movido por su presidente Juan Rodríguez Francia, a asumir una conducta dictatorial y represiva para cercar y derrotar a los focos de oposición. Se volvió defensor de un proyecto que debió tener mayor suerte y respaldo; lamentablemente derivó en un gobernante dictatorial. Y esa actitud le valió la reprobación del propio Bolívar que supo-¡cosas curiosas de la vida!- de las prácticas políticas del régimen paraguayo, pero quizás no de sus alcances en materia económica, ni de la naturaleza del proyecto.
Bolívar no podía criticar a Rodríguez de Francia por el carácter presuntamente dictatorial del régimen de éste, porque el mismo, desde el año 1813, dispuso de poderes discrecionales y en el momento que lo requirieron las circunstancias se declaró dictador.
Es pues apropiado pensar que la mayor razón de su indisposición contra el caudillo paraguayo se fundamentó en la alternativa asumida por éste de cerrar las fronteras de su país, dándole la espalda al proceso político que se desarrollaba en el resto del continente y motorizado por el propio Libertador.
En apariencia, Rodríguez de Francia, manejaba el proyecto de apoyarse en el mercado interno para impulsar el desarrollo de la pequeña industria paraguaya, lo que logró en efecto, según Galeano. No obstante, por las limitaciones de ese mercado y las ancestrales relaciones prevalecientes en el Paraguay, las metas no llegaron a ser todo lo bueno y necesario. Además se trataba del mismo proyecto bolivariano pero a pequeña escala y “con menos posibilidades de permanencia”.
El proyecto de unidad de Bolívar parece chocar con el “cierre de fronteras” del gobierno paraguayo. Para Bolívar el progreso y la independencia estaban - ¡y lo están! – ligados a la unidad más amplia del pueblo hispanoamericano. Y fue por esto que Bolívar debió rechazar a Rodríguez de Francia y no por otra cosa. Porque uno y otro, trataron de utilizar las fuerzas del estado y el prestigio de ambos, para suplir a esa clase que debía motorizar el proyecto de independencia.
Y es razonable pensar así si tomamos en cuenta que Bolívar para 1824, en la convocatoria del Congreso de Panamá dijo que era “tiempo ya que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las republicas americanas antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible la duración de estos gobiernos”.
También lo dicho por Don Pedro Gual en 1821, durante las gestiones que hacia a favor del Congreso de Panamá y por claras disposiciones de Bolívar:
“No debe formarse simplemente sobre principios de una alianza ordinaria, para ofensa y defensa; debe ser mucho más estrecha”. “Es necesario que la nuestra sea una sociedad de naciones hermanas, separadas por ahora y en ejercicio de su soberanía por el curso de los acontecimientos humanos; pero unidas y poderosas para sostenerse contra las agresiones del poder extranjero”.
Y en la “Carta de Jamaica” (1815), Bolívar había dicho: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un sólo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”.
En los juicios y opiniones del Libertador y de Don Pedro Gual, citados anteriormente, hay cuatro (4) cosas muy importantes: un llamado a la unidad; que ésta se consolide entre “las antiguas colonias españolas”; la aspiración de un gobierno para todas ellas y que esa unidad tuviese propósitos más allá de una simple “alianza ordinaria de ofensa y defensa”. También queda claro, como se dejó entrever en el documento de Cartagena, que la confederación continuaba siendo para Bolívar, un objetivo estratégico, pues como dijimos al principio, la propuesta centralista estaba sujeta a unas relaciones determinadas que se proponía cambiar y a una estrategia de guerra; por eso insiste en decir en que América hispana debe marchar hacia la formación de un “solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”.
Es pues obvio que Bolívar aspiraba a unificar a la América hispana bajo una confederación; por eso es reiterativo al decir que en esa unidad deben participar todas las “antiguas colonias españolas”. Además, en la “Carta de Jamaica” dice, “Los americanos no somos más que simples consumidores. Se prohíbe el cultivo de frutos de Europa y se nos impide la creación de fabricas que la misma península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de objetos de primera necesidad”, y continúa, se crean “trabas entre provincias americanas, para que no se traten, entiendan y negocien”.
Estas referencias textuales al pensamiento bolivariano nos llevan a destacar que el Libertador manejaba un vasto proyecto político económico que implicaba la unidad política de América Latina y la integración de sus respectivos mercados; por eso, Don Pedro Gual, un vocero autorizado, dijo en 1821 que no debía ser una simple alianza de ofensa y defensa; “debe ser mucho más estrecha”.
Sabía bien Bolívar, como lo supieron los americanos del norte, que las políticas de libre cambio, alentadas por los ingleses y los estadounidenses, sólo favorecerían a quienes tuviesen capacidad de acudir al mercado en condiciones ventajosas. Eso que los economistas modernos, han dado en llamar “ventajas competitivas”. También supo que la actividad económica de nuestros pueblos seria rentable en la medida que pudiesen ampliar sus mercados naturales y hacerse difícil de avasallar por economías foráneas. Estas cosas comenzó a aprenderlas en la historia antigua, en la del pueblo norteamericano y en la nuestra. Supo de las experiencias de Grecia y Macedonia, pueblos de cuya historia tanto gustaba hacer referencias, particularmente a la unidad nacida en el Istmo de Corinto y de la historia más reciente del pueblo norteamericano y sus relaciones con la economía inglesa.
También supo que el crecimiento y desarrollo de nuestras economías y la amplitud de nuestros mercados para ese fin, estaban sujetos al problema de la unidad: La unidad no era para él un objetivo en sí mismo, sino una propuesta política para impulsar a partir de ella, con el respaldo de un estado fuerte, un proyecto económico que nos salvase y que poca resonancia tenía entre los grupos dirigentes de las nuevas republicas.
Se lamentó Bolívar, que el régimen hispano no dejase que nuestras provincias comerciasen entre sí e insistió que la unidad americana debía ser entre “las antiguas colonias españolas”; porque sólo así, bajo la perspectiva del proyecto económico global, tenia sentido el llamado a la unidad.
Y porque ese gran estado hispanoamericano, con un proyecto económico uniforme y coherente, sólo se explica para protegernos del gigantesco proyecto que iba tomando cuerpo en el norte del continente. Bolívar, por la experiencia que tuvo y su enorme acuciosidad supo que América hispana dispersa, dividida en veinte y tantas republicas de economías débiles y por el carácter altamente competitivo del capitalismo y las propuestas de libre comercio, estaba expuesta al estancamiento en sus relaciones con la economía norteamericana; por eso dijo: “Estados Unidos parece estar condenado por la providencia a plagar América de miseria en nombre de la libertad”.

V

LA GUERRA DE CESESIÒN NORTEAMERICANA FUE EL RESULTADO DEL ENFRENTAMIENTO ENTRE DOS MODELOS SOCIOECONÒMICOS OPUESTOS. LAS FUERZAS DEL CAMBIO QUE IMPLICABAN UNA REDIFINICIÒN FRENTE A LA ECONOMÌA INGLESA TUVIERON UNA FUERTE REPRESENTACIÒN EN TODOS LOS RINCONES DE LA UNIÒN.


Para noviembre de 1822, Carolina de Sur era una región eminentemente agraria y de economía de plantación que producía a muy bajo costo por el uso de una mano de obra esclava y exportaba sus productos primarios para cubrir las demandas de la industria manufacturera inglesa y, por supuesto, satisfacía su mercado interno mediante la importación de productos manufacturados..
Aquel año, el estado Confederado Central promulgó una ley que estableció derechos de aduana a toda mercancía importada. Ante esta medida, la Asamblea Legislativa de carolina del Sur, aprobó una Ordenanza declarando nula en su jurisdicción la citada ley. Naturalmente, desde el punto de vista legal, la actitud de la Asamblea de Carolina del Sur en la facultad de oponerse a una ley cuando ésta tuviese rasgos de inconstitucionalidad y hasta se llegó a alegar que cualquier Estado de la Unión, no sólo podría declarar nula una ley, sino prohibir su ejecución.
Veamos ahora, como el estado central pudo a la postre resultar victorioso, no por las bondades intrínsecas del federalismo, como algunos superficialmente piensan, sino por manejar un proyecto de desarrollo viable y con el respaldo de poderosos y numerosos sectores esparcidos por la Unión.
En diciembre, el presidente norteamericano Andrèw Jackson dijo sobre esta cuestión, “con sus alegatos y razonamientos, la ordenanza formula no sólo una afirmación del derecho de anular leyes que no le gusten, sino a imponerse bajo la amenaza de separarse de la Unión si de algún modo se intenta hacerla cumplir”. Y agregó que la Constitución de los Estados Unidos, en efecto, forma un gobierno, no una liga, y en su carácter es el mismo tanto si se formó por un pacto como de otro modo. Es un régimen en el cual está representado todo el pueblo, que opera directamente sobre los individuos, no sobre los Estados”. Es evidente que este juicio de Jackson, reclama una apreciación del federalismo donde el estado Central, responsable de la unidad territorial y de la población toda, tiene por mandato un vínculo intransferible con el individuo. Hay como una demanda de centralismo que tanto defendió tácticamente el Libertador, en momentos que el proyecto económico de capitalismo independiente, propuesto para la Unión, se ve amenazado.
Luego agregó Jackson, “Decir que cualquier estado puede separarse de la Unión si así le parece, es como decir que los Estados Unidos no son una nación, porque seria un solecismo pretender que una parte de la nación puede disolver su vínculo con las demás partes, en perjuicio de éstas, sin cometer un atentado. La decisión, como cualquier otro acto revolucionario, sólo puede justificarse en el caso de extrema opresión”.
El 4 de marzo de 1865, en su segunda toma de posesión, el presidente Abraham Lincoln, dijo “Una octava parte de la población total se componía de esclavos de la raza de color que no se hallaban distribuidos de modo general por la Unión, sino localizados en su parte meridional. Estos esclavos constituían un interés peculiar y poderoso. Todos sabían que, de algún modo, este interés era la causa de la guerra.
La concentración de mano de obra esclava en el sur, incapacitada para participar en el proyecto de desarrollo industrial del norte y dedicada a producir a bajo costo para la industria británica y los plantadores, fue, a juicio de Lincoln, la causa de la guerra. Y los sureños, como nadie, invocaron derechos federales.
La medida de 1822 fue un golpe importante a los remanentes colonialistas y a las relaciones de intercambio que frenaban el desarrollo de la balbuceante industria del norte de la Unión. El libre ingreso de la producción industrial y manufacturera inglesas a los mercados del sur, le restaban compradores a los productos del naciente país norteamericano.
Esto prueba como las políticas del Liberalismo Económico inglés, del libre cambio, oportunas y favorables a las colonias, incluso a las colonias españolas, como respuesta al mercantilismo y la incapacidad de España de atender esos mercados, se volvieron negativas y reaccionarias frente a las necesidades de los países americanos ya independientes y colocados frente a la coyuntura inaplazable de impulsar sus aparatos productivos.
El fragmento del discurso de Lincoln de 1865, citado anteriormente, demuestra como la guerra de Cesesiòn no fue un conflicto planteado por la simple divergencia en la interpretación de un problema legal. No se trató que unos apoyasen el federalismo y otros no. Incluso en 1832, cuando carolina del Sur amenazó con separarse no lo hizo tampoco por el derecho o no de los Estados de invalidar las leyes emanadas del Congreso, sino por la ley misma. Es decir, por la Ley de Aranceles de Aduana que afectaba el comercio internacional de ese estado y específicamente a los comerciantes importadores.
Ambas situaciones demuestran que la guerra de Cesesiòn fue el resultado del choque de dos estructuras económicas diametralmente opuestas y contradictorias que subsistían y se desarrollaban, una en detrimento de otra, en un mismo país. También, como el Liberalismo, por lo menos, como doctrina económica, desde la segunda y tercera década del siglo XIX, se volvió agresiva y contraria a los intereses de las excolonias americanas. Por esta razón, el estado Confederado Central de 1822, puso trabas a las relaciones de libre cambio entre Inglaterra y los Estados del Sur de la Unión. Por último, la esclavitud, convertida en un trauma y obstáculo para la economía del norte, industrial y capitalista que necesitaba crecer a expensas del mercado interno en su primera etapa, será atacada, moral y legalmente, desde el estado central, por una clase, diferente a los esclavos mismos, con un proyecto para el cual éstos tenían un “interés peculiar y poderoso”, como dijese Lncoln.
De manera que para esa época, en estados Unidos, ser partidario de las teorías del libre cambio, del liberalismo económico, del dejar pasar, implicaba, coherentemente hablando, serlo de la de la esclavitud y de la dependencia. Esa fue la forma como una teoría nacida en Europa, arropada también coherentemente bajo las banderas de la libre competencia, la libertad y la igualdad, se revertió sobre la realidad americana. Fue ese el resultado de los vínculos contradictorios que son susceptibles y hasta necesarios para que dentro del esquema de capitalismo, economías en crecimiento, rebasada ya su capacidad de producir productos primarios para su industria y agotada la capacidad de demanda de su mercado interno, se vuelven sobre economías débiles, lo que puede traducirse, si éstas aceptan o admiten la relación, en permanente estancamiento para ellas.
El Dr. Juan Rodríguez Francia, en el Paraguay, comprendió la inconveniencia de atar la economía de su país a las redes fatales del librecambio, de la libre concurrencia al mercado, que condenaba a los países débiles a quedar, dentro de la distribución internacional del trabajo, en condiciones de exportadores de productos primarios e importadores de manufacturas. Es decir, en constante descapitalización y pobreza.
Esa fue la tendencia que captó el Libertador y de allí su esfuerzo por la unidad hispanoamericana.
Pero el modelo que en el norte avanzó por la vía política inmediata del federalismo, por el sólido respaldo de clases con que contó desde el principio y la definición a su favor de un vasto territorio de una alta población, en el sur vivió y deambuló en la orfandad. En esta parte prevalecían las ideas de libre cambio impuestas por plantadores, esclavitud y favorecidas por el deterioro general de la economía. Por eso Bolívar, ¡fue como un solitario! Y aspiró fortalecer al Estado, en base a su prestigio personal, y de esa manera impulsar los cambios. Para esto era básica la unidad.


VI
LA OPOSICIÒN AL PROYECTO BOLIVARIANO ERA MAYORÌA ENTRE LOS SECTORES MÀS INFLUYENTES DE LA SOCIEDAD HISPANOAMERICANA. EL NORTE MISMO (ESTADOS UNIDOS) FUE OPUESTO DESDE EL PRINCIPIO

Los grupos dominantes en Estados Unidos e Inglaterra, someterán a los países de América Latina al yugo del libre cambio.
Es obvio que la fragmentación de América hispana o “antiguas colonias españolas”, era una alternativa que favorecía las políticas de intercambio sin fronteras que Inglaterra seguía propugnando y ahora Estados Unidos ofrecía como alternativa a sus vecinos del sur. Ya en 1810, el Congreso de ese país, ante la solicitud de respaldo de las colonias hispanas en su anhelo de ser libres, resolvió que, “como vecinos y habitantes del mismo hemisferio, los Estados Unidos lograda la condición de Naciones, por el justo ejercicio de sus derechos, el Senado y la Cámara de Representantes, se unirán al Ejecutivo para establecer con ellas, como estados soberanos e independientes, aquellas relaciones amistosas y comerciales”.
Para diciembre de 1823, el presidente James Monroe, declaró, en su séptimo mensaje anual al Congreso de la Unión, “la franqueza y las relaciones amistosas que existen entre Estados Unidos y esas potencias (España e Inglaterra) nos impone el deber de declarar que consideraríamos cualquier tentativa de su parte, de extender su sistema a cualquier parte de este hemisferio, como peligrosa a nuestra paz y seguridad. No nos hemos entrometido ni hemos de entrometernos con las actuales colonias o dependencias de ninguna potencia europea. Pero en lo que concierne a los gobiernos que han declarado su independencia y la han mantenido, y cuya independencia hemos reconocido por la ponderada consideración y justos principios, no podríamos ver sino como la manifestación de una disposición hostil respecto a estados Unidos, cualquier entrometimiento de potencia europea alguna llevada del propósito de oprimirlas o de dominar sus destinos en cualquier otra forma”.
Este juicio de James Monroe, con el cual propone un virtual y definitivo acuerdo con las potencias colonialistas para el repartimiento del área, que implica la admisión o reconocimiento de las potencias europeas a mantener colonias en América, con las cuales “no nos hemos entrometido ni hemos de entrometernos”, es al mismo tiempo un reconocimiento a la indiferencia de su país por el buen destino de la América hispana y una reafirmación de lo que con anterioridad ha afirmado el Congreso de su país en 1810. Y también al lamento del Libertador en la “Carta de Jamaica” sobre la conducta de “nuestros hermanos del norte”.
Thomas Jefferson, elegido presidente de los Estados Unidos en 1800, anteriormente fue Gobernador de Virginia, Ministro francés, Secretario de Estado Y Vicepresidente de su país. Fue si se quiere un personaje importante en las luchas democráticas del norte; redactor de la declaración de independencia y del estatuto de Libertad Religiosa de Virginia.
Para tener en cuenta su carácter liberal y democrático, es importante informarse sobre su participación en la defensa de la libertad religiosa y otras libertades. En junio de 1776, casi un mes antes de la declaración de independencia, la Asamblea de Virginia adoptó la declaración de Derechos, redactada por James Mason* . Pero pese a esta declaración, en Virginia no se logró separar la iglesia del Estado, hasta que en 1876 se aprobó el Estatuto de Libertad de Virginia, redactado por Jefferson, que entre otras cosas resolvió que, “nadie será obligado a frecuentar a apoyar culto, lugar o ministerio religioso, cualquiera que sea, ni será coaccionado, limitado, molestado o gravado en su cuerpo o bienes, ni sufrirá de otro modo a causa de sus opiniones o creencias religiosas; antes bien, todos los hombres son libres de profesar y defender con razonamientos su opinión en asuntos religiosos, y que ésta, en modo alguno, disminuirá, aumentará o afectará sus capacidades civiles”.
Pero justamente este Jefferson, líder de los derechos democráticos en la esclavista republica norteamericana, un año después de la aprobación del estatuto de Virginia, dirá refiriéndose a la independencia de las colonias hispanas, que era “necesario posponerla hasta que los Estados Unidos puedan beneficiarse con ella, y no Inglaterra”.
Y el 4 de marzo de 1801, en su primera toma de posesión de la presidencia de la republica, refiriéndose a las discrepancias en torno al proyecto federalista, ratifica su adhesión a éste y a los principios de la libertad, pero en materia de política internacional, sólo ofrece, en el marco de la situación americana, “sincera amistad con todas las naciones, sin contraer alianzas embrolladoras con ninguna”. El mayor embrollo lo representaban las colonias americanas y sus anhelos de independencia.
Y más tarde, habrá una abierta oposición norteamericana, al proyecto bolivariano de la unidad hispana porque chocaba con la política para el crecimiento de aquel país.
Bolívar, pues, no tuvo el respaldo necesario adentro ni fuera del país en los momentos estelares de su política de crecimiento y desarrollo. Por eso, sus propuestas de centralismo se explican y también el que no hubiese podido cristalizar la unidad orgánica del estado, el mercado y el pueblo de “las antiguas colonias españolas”. º
La triunfante corriente federal que desde Coro arrancó bajo el mando del General Ezequiel Zamora, una vez en el poder, fue incapaz de formular un modelo de desarrollo alterno al libre cambio y no fue consecuente ni con el diseño de una organización federal.
Las fuerzas del cambio en América Latina no tenían el aliento necesario, eran minorías porque la estructura y los factores políticos, culturales, sociales, etc., que le eran inherentes determinantemente estaban del lado que conduciría a esta parte del continente al estancamiento y al yugo del libre cambio. Bolívar hizo todo para cambiar esa dirección y no pudo. Pero no es sólida la idea que pregona que la división de Colombia fue el resultado del empeño centralista del Libertador. Más aún, si recordamos que para él, el federalismo era un objetivo alcanzable y deseado.

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