Pensando en unos trabajos de Pedro Fraga
por Jorge Valls Arango
Cuando el existencialismo irrumpió era porque ya se hacía insoportable sujetar en silencio una realidad espantosa que atormentaba al hombre de nuestra civilización: la angustia. Trabajada de mil maneras la angustia realmente no tiene explicación ; es un sentimiento de insoportabilidad, de imposibilidad de existir, que fuerza , de una manera u otra la patición de auxilio. Realmente por la boca de Kierkegard, Sastre o Heidegger lo que brotaba era una grito desesperado de alguien que ya no puede más y que necesita que venga otro y lo rescate, lo recoja lo cure, lo nutra y acaso lo ponga de nuevo en el camino.
Se estaba pidiendo urgentemente un verdad-realidad a la que asirse. mas que eso, un ser a quien asirse y confiar que nos sacaría del atolladero. Por eso el tiempo del existencialismo fue el de los grandes teoides del siglo: líderes magnéticos a quienes la multitud toma como dios y del que lo espera todo, como Hítler, Mussolini, Mao, Perón, Fidel, o cualquier otro. Pero la filosofía no es un ser, sino un oficio, un modo de aprender a situar la conciencia acaso para poder hallar lo que existe y aún no hemos tocado. Pero con un método sólo no hacemos nada. No sirven las instrucciones de cómo tocar la guitarra si no tenemos guitarra, si no intentamos tocarla y si no sabemos que vamos a tocar. es decir, después de la filosofía haya que dar un salto, un salto al vacío, con todo el riesgo que esto implica, y atrapar no la noción sino el cuerpo concreto de eso que está más allá de nosotros y sin el cual no puede consistir el más acá y quien en él se encuentra.
El salto al vacío es la revolución, aunque el revolucionario difícilmente se da cuenta d ello. En principio es una negación de todo, la expansión de la capacidad innata de destruir, matar, e imponer sobre la nada la sola y pura existencia del vencedor. Estoy hablando de la retórica de la Revolución francesa o de la Reforma Protestante, en cuyas causa y en las condiciones en que se produjo no hubo nunca verdadera y concreta esclavitud ni eficiente tiranía. La petición de libertad era una metáfora. Se trataba de una aproximación imaginaria utilizada para configurar estéticamente el conflicto de dos posiciones antagónicas ante una sola realidad determinativa. Había que definirse ante una verdad, y esa definición no admitía términos medios; por lo tanto, la decantación dialéctica suponía escoger exclusivamente entre una respuesta o su absoluto contrario, entre el ser y el no ser. Pero como se estaba ante una realidad que implicaba nuestra propia naturaleza, no se produciría una respuesta meramente gnoseológica, sino que la respuesta implicaba la precipitación de nuestro ser completo en un determinación libre que marcaría las causas, anterior y final, de nuestro destino y la valoración universal de nuestra existencia.
La realidad revolucionaria sí se plantea esquemáticamente en su antinomia esencial en Haití, donde sí hay esclavitud, tiranía y la condición específica del ser del hombre a quien le está impedido existir como tal. De ahí que la revolución haitiana no sea original ni esencialmente antimonárquica, atea o anticatólica ni atrozmente perseguidora de la clase opuesta. No pretende la exclusión de una parte para que subsista la otra. Desata la ira acumulada como una descarga de fuego reprimida, pero sólo después acepta clasificar al hombre entre un “nosotros” inmediatamente intuible y un “ellos” agresor con quien se imposibilita la identificación. Para el haitiano la sublevación es profundamente la ruptura de un cascarón que le impide existir como hombre, y lo que busca no es un sistema ideal ni el predominio de una clase sino, simplemente vivir como un hombre más entre los hombres. Si arremete contra todo lo que tiene a su alcance, es porque concretamente en cada cosa que lo afecta hay una fuerza real que lo aniquila. Acaso por esto lo haitiano ha sido --y es-- lo más rechazado en todo sentido desde hace más de doscientos años. Es un ejemplo demasiado peligroso de petición de existencia sin justificación estructural previa. No es una clase que demuestra su pujanza en la producción y el aprovechamiento; tampoco es una posición dialéctica enfrentada a otra absolutamente contraria. El haitiano no demuestra que puede existir frente al otro, al que pretende sacar del espacio, sino proclama que existe, a pesar de todo. No ha venido, ha sido traído. No ha hecho; quiere hacer. Se le negó desde el origen su condición humana; lo único que hace es reclamarla. Son los demás seres humanos quienes no quieren reconocérsela. Le exigen que venza o sea vencido, en consecuencia: aniquilado.
He aquí una primera realidad-verdad a la que asirse: la existencia, primeramente no pedida y luego impedida, del ser humano, y el necesario reconocimiento del ser humano no como cosa, objeto del conocimiento y la voluntad de otro, sino como ser –y ser persona—capaz de conocer, decidir y obrar. Qué va a hacer, no lo sabemos, pero no podemos negar sin negarnos a nosotros mismos, que puede saber, que puede escoger y que puede hacer, aunque no lo está haciendo ni lo haya hecho. Es la posibilidad de constituirse en causa real y agente de la existencia calificada lo que determina lo humano. Así, la primera percepción de los hombres nos arroja el que todos pueden, sólo que algunos están impedidos. la lucha contra la impedimenta es la primera causa de la revolución.
El problema que hay que plantearse es si existe el ser humano como ser único, propio y distinto, desde la noción del cual pueda derivarse una inferencia deductiva. Si coexiste, si no es más que el derivado más o menos adjetivado de otra categoría –modulación accidental de otro ser--, entonces no hay nada que hacer sino aceptar como natural cualquier contingencia que lo afecte. No me refiero al individuo sino al ser humano, al que hay que reconocer como una categoría absoluta con su propia definición y consistencia.
He aquí por qué en nuestros días hablar de derecho o de moral es ridículo. ¿De qué orden se va a hablar sino de la mera disposición de las partes en un momento vencedoras sobra las otras vencidas? En cuanto a las nociones del bien y del mal, ¿a qué pueden ser éstas referidas sino a la utilidad inmediata de una parte con respecto a la otra, en la competencia total por el poder absoluto o por el absoluto aniquilamiento?
La noción de la persona humana era distinta y perfectamente apreciable para un griego, porque la razón no podía ser ni impugnada ni expugnada ni ignorada ni excluida. Era el punto de partida para poder intentar un criterio. la razón no era un producto sino una causa primera, un productor del conocimiento, del juicio. De ella se partía y con ella se llegaba de lo conocido a lo desconocido.
Pero aún esa razón tenía que verse como la línea incorpórea que iba de una sustancia existencial a otra, de un ser que existe a otro que también existe. Es decir que la razón era el vehículo para movernos entre la realidad, realidad que era a su vez discernible por su propia racionalidad y por el ejercicio de razón de quien la indagaba. Una común cualidad sustancial permitía el paso del más acá al más allá, siendo el yo el punto fronterizo para las dos incursiones. El hombre, o se daba como problema principal el descubrimiento de una ontología confiable o se alienaba en una naturaleza incomprensible. Había, pues, una diferencia entre el capaz de razonar y el incapaz de ello, pero habiéndose aislado la categoría el ser humano como ser racional y por ende libre, la incapacidad de razonar de un ser humano tenía que ser vista como un accidente no proveniente de su naturaleza esencial sino como consecuencia de una comisión posterior a la aparición de aquél en la existencia.
Toda forma de eludir la cuestión racional del ser o no ser, de pretender trascenderla o sustituirla conduce obligadamente a la aceptación de una impresión de la realidad inmediata por la cual una parte somete a la otra y la obliga a la más abyecta de las deposiciones: la negación de su ser concreto, único y distinto, por la asimilación a una abstracción tras la cual la otra parte se encubre para justificar su agresividad.
Ahora, la pregunta que nos hacemos es si es posible discernir la noción del ser humano sin plantearnos una concepción de toda la realidad, inmanente y trascendente, en la que aquél pueda ser incluido sin merma de sí mismo y en conjunción suficiente con todo el resto de la estructura cosmológica a la que se llegare. Esto acaso tendría que someter a juicio, tanto ontológico como gnoseológico y axiológico, todas las versiones propuestas, aceptadas o no, acerca de la cosmología de recurrencia, es decir: del orden físico o biológico, y por supuesto, hay que replantear de nuevo la metafísica, entiéndase la causa intrínseca para la comprensión de la realidad.
La ética no puede ser planteada sino desde una ontología, e inevitablemente ésta implica una axiología.
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Jorge Valls
6 de junio del 2007
jueves, junio 07, 2007
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