jueves, septiembre 06, 2007

DEBATE VENEZOLANO

SOBRE LA REELECIÒN CONTÌNUA
Eligio Damas
A Augusto Hernández, periodista y escritor venezolano:
Por años, a través de diversos diarios, como El Nacional, El Mundo y ahora Últimas Noticias, le he leído con mucho placer. Más recientemente escucho, de vez en cuando, su programa radial “Juego de Palabras” que produce desde Margarita.
Ahora espero que usted, con la evidente amplitud que le caracteriza, pueda leer estas opiniones sobre el asunto de la reelección que tanta inquietud le ocasiona.
Varias veces, desde que se inició este debate relacionado con la reforma constitucional, lo que quiere decir mucho antes que Chávez presentase sus proposiciones ante la Asamblea Nacional, usted ha planteado su desacuerdo con la reelección continua del presidente.
En su artículo aparecido en aporrea.org., titulado “El demonio de los detalles de la reforma”, de fecha 02-09-07, dice “Lo que es imposible considerar un detalle es la reelección presidencial, cuestión que, por emocionante que sea, no es más trascendente que la consolidación del socialismo.” Y para respaldar su argumentación comenta que “Las reelecciones presidenciales han sido funestas en nuestro medio” y en su razonar hace mención a CAP y Rafael Caldera.
Debo decirle que, antes de la presentación de la proposición de la reforma constitucional, quien esto escribe no estaba inclinado hacia la reelección continua. Porque, como dicen algunos partidarios de este proceso, si unos cuantos años después, seguimos dependiendo de la presencia y accionar de un hombre, esté o no al frente del ejecutivo, eso es algo parecido al fracaso.
Pero las proposiciones de reforma, que plantean tomar el camino hacia el socialismo y desafiar el poder de los factores que se han opuesto y que ahora lo harán con mayor ahínco, nos obligan a pensar la estrategia a desplegar frente a eso.
Lo sucedido en Venezuela, la presencia de Chávez y el chavismo en el poder con todo lo que eso implica, no ha sido un proceso en el cual la acción del colectivo dirigente ha podido imprimir su huella en la conciencia popular. En la revolución cubana, pese al peso enorme de la personalidad de Fidel Castro, quedaron claras en la conciencia popular, desde el principio, la significación y gesta heroica de los combatientes del ejército revolucionario y sus barbudos comandantes. Y también, en poco tiempo, después del arribo al poder, por las particularidades del proceso cubano, el Partido Comunista rápidamente reorganizado bajo el calor de la luchas, tomó su rol de colectivo dirigente, con el reconocimiento de la mayoría aplastante del pueblo cubano. Las armas y los comandos, en gran medida, estuvieron siempre en manos de quienes con anticipación estaban concientes hacia donde debía caminar aquella experiencia.
Las bases materiales de la sociedad venezolana, las contradicciones de clases en el seno de ésta y las circunstancias en que irrumpió la vanguardia, hasta ahora ha determinado que no se haya consolidado un colectivo dirigente de reconocimiento por el movimiento popular. Esto no es bueno, no hay duda, pero este proceso se ha dado de esa manera y a ello, debemos atenernos. No queremos decir que deba seguir siendo de esa manera, sino que esa es nuestra realidad. Aquí prevalece, gústele o no a mucha gente, una relación de embelesamiento entre el comandante barinès y las mayorías del pueblo, por encima de partidos y definiciones teóricas.
El chavismo, en este caso el constituido por dirigentes y vanguardias, con todos sus matices, es un brioso potro que, para decirlo en lenguaje llanero, no reconoce freno ni riendas, salvo que estos mecanismos los maneje Chávez. El desenlace final del reciente conflicto en torno a Ameliach, Roberto Hernández y la célebremente desconocida carta enviada al vicepresidente, ejemplifican el juicio expuesto antes. Y la tarea que se avecina y que debe completarse, requiere la unidad del movimiento popular parecida a lo férreo y ello demanda un liderazgo reconocido y sólido. ¿Quién más sino Chávez podría unir a tanta gente de la vanguardia, en torno a un proyecto tan complicado, novedoso y hasta inédito como el venezolano? ¿Quién más sino Chávez, pudo lograr que en breve lapso, la multitud corease la consigna de socialismo?
Es verdad, desde una perspectiva intelectual y teórica, se podría prescindir de Chávez al frente del ejecutivo y poner a allí a otro, bajo el control o supervisión del colectivo y el fuerte liderazgo de aquel. ¿Pero dónde está ese colectivo dirigente? El PSUV todavía es un bello proyecto y quienes podrían llegar a dirigirle, ahora no tienen el suficiente peso para balancear al comandante.
Pero hay más. Frente al común de la gente, dentro de cuyo ámbito nos incluimos, existe la sensación que las propuestas de cambio son de la autoría casi personal del presidente. Y para muestra basta un botón; quienes trabajaron en la comisión presidencial a propósito de redactar las bases de la propuesta de reforma constitucional, públicamente así lo admiten. Las discrepancias existentes entre los grupos y personalidades que en varios anillos alrededor de él giran, son tan evidentes que no garantizan un rumbo cierto sin su vigilancia. Y siendo así, ¿dónde está ese individuo a quién se podría entregar el comando del gobierno que garantice el cumplimiento cabal de las tareas para alcanzar las metas ahora propuestas? ¿Dónde está esa personalidad que garantice el triunfo, en una contienda electoral venidera, cuando los factores opuestos tiraràn el resto y pondrán sobre el fieltro de la mesa todo el potencial que atesoran? ¿Dónde está el candidato que en lo inmediato, en las condiciones materiales e históricas de nuestro país, despierte el entusiasmo de las masas en igualdad de condiciones o mejor que cómo lo hace el presidente?
Es cierto que esto significa correr también sus riesgos. Todo hombre tiene sus subidas y bajadas y en cualquier momento habrá de acabársele su cuarto de hora. Los ciudadanos podrían acostumbrarse viendo por años en el poder al mismo individuo y optar por aceptarle sólo por la costumbre misma. Y quienes le rodean, empezando por su círculo familiar, se arriesgan a formarse la idea que el poder es una propiedad o un derecho de ellos. Y como usted, los revolucionarios frescos y hasta quienes no van más allá del mero republicanismo, por definición son opuestos a aquello que se parezca a una monarquía.
Pero es obvio, de esa manera lo percibo, que el presidente está muy
lejos de querer “atornillarse al poder”, como dicen sus adversarios. Tampoco “que para que se implante el socialismo deberá ser Hugo Chávez, y nadie más, quien detente la presidencia”, como expresa en el artículo que arriba mencionamos. Como usted mismo dice, a partir de ahora, lo trascendente “es la consolidación del socialismo.” Y este juego hay que hacerlo sin darle ventajas al enemigo, con los atacantes desplegados y la defensa despierta y tensa como cuerda de violín. Lo demás es que mediante el trabajo intenso y la mente y vista puesta en el horizonte, a mediano plazo, se den las condiciones subjetivas que permitan flexibilizar la política y sobre bases materiales nuevas, darle rienda suelta a la poesía.
Y por último, me perdona este recurso, que podría parecerle inapropiado o improcedente, la reelección continua no debemos interpretarla a la manera de los opositores, como que significase perpetua o vitalicia. Demás está decirle, pues ya está dicho arriba, no comparto que pensemos en eso. Y el pueblo en su sabiduría, en las específicas circunstancias nuestras, sabrá hasta dónde deben llegar las cosas.

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